El acusado de matar a la joyera dice ser inocente

J.G.
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El procesado culpa a una tercera persona del crimen, que le encañonó con un arma

El acusado junto a su letrada, durante la vista. - Foto: J.G.

«Soy una víctima más, igual que doña Francisca, me sacaron de casa a punta de pistola». Con estas palabras defendía su inocencia ayer, V.G.R., el individuo de nacionalidad paraguaya para el que la Fiscalía pide 32 años y medio de prisión y la acusación particular la prisión permanente revisable, por el crimen de la joyera de Albatana, Francisca Jiménez Hernández, en julio de 2015.

En la vista, que se celebró en la Sección Segunda de la Audiencia Provincial, tras la elección el pasado martes del jurado, el procesado comentó que en la época en la que se produjeron los hechos él trabajaba recogiendo fruta y que residía en Tobarra, con la hija de su compañera sentimental y que ambos eran clientes de la fallecida.

En concreto, comentó que estaba comprando una joya para la niña de su pareja, porque iba a ser su comunión y que se la estaba pagando a la víctima a plazos, por lo que habían quedado en que ella se pasaría por su vivienda, a la cual llegó el 1 de julio de 2015, cerca de las 18 horas. Él la vio llegar en el coche, en el que también viajaba como copiloto un hombre, al que la fallecida llamaba Carlos, que había visto en otra ocasión con la joyera.

Francisca Jiménez entró en la vivienda y él fue a la habitación a por dinero, momento en el que entró en la casa Carlos, que el acusado pensó que era el marido, el cual saludó y fue al salón. Instantes después apareció en la habitación con una pistola y con la joyera cogida del cuello, tras lo cual entró una tercera persona, M., al que el acusado si conocía, que también llevaba un arma. Después Carlos tiró a la mujer a la cama y el acusado fue obligado a atarla de pies y manos, tras lo cual Carlos colocó unos pantalones finos en la boca de Francisca, para evitar que hablara.

El acusado aclaró que no conocía a Carlos, pero que creía que se llamaba así, porque Francisca se dirigía a él con ese nombre, también añadió que creía que era de etnia gitana. En cuanto a M., el acusado manifestó que él era amigo de su tío, porque era pareja de su cuñada, pero que posteriormente habían roto la relación y el tío se había ido a vivir con M., con quien había traído droga de Ecuador, falleciendo después el tío en otro viaje a ese país.

El crimen.  Tras lo sucedido en la habitación fueron al coche, que estaba aparcado en la puerta y metieron a la mujer en el maletero y le dijeron al acusado que se pusiera al volante, sentándose Carlos en el asiento de atrás y quedándose M. en la casa del acusado, aunque antes de que se fueran le dijo a Carlos, «no tenga piedad, mátalos a los dos».

Después condujo por la carretera de Ontur, mientras Carlos «me apretaba con la pistola en las costillas», luego circularon por la carretera de Jumilla y finalmente regresaron y cuando circulaban por una pista se metieron en un bancal de olivos, donde el hombre armado cambió las joyas a una mochila.

Tras un par de horas y después de que su captor llamara a una persona, le hizo conducir hasta Ontur, donde Carlos sacó a la mujer del maletero. Como ya no llevaba cuerdas en los pies, ni la boca tapada, le pidió al acusado su camiseta, con la que le tapó la boca de nuevo, después golpeó a la mujer en la cabeza con la pistola, por lo que cayó al suelo bocabajo y posteriormente cogió una piedra y se la lanzó contra la cabeza.

En ese momento, el acusado, según explicó él mismo, sufrió un desmayo, al recordar a su madre fallecida unos días antes. «Carlos me dio una patada en la pierna, me dijo levántate y ayúdame a meterla en el maletero».

El acusado fue obligado también a limpiar el charco de sangre que había en el suelo, por lo que se manchó de esa sangre la mano y se limpió en una pared y en un chaleco del coche. Además se le rompió una chancla.

Después Carlos le dijo que condujera otra vez, pero el acusado no fue capaz, porque estaba muy nervioso, por lo que fue su captor el que se puso al volante y el que condujo sin dejar de apuntar al acusado con el arma. Avanzaron hasta un lugar donde se encontraba un joven, de etnia gitana y con un conejo de Playboy tatuado en el cuello, al que Carlos le pidió su camiseta para el procesado y le dijo que comprara un bidón de gasolina.

Tras esto se fueron a deshacerse del cadáver, que fue abandonado  tras unos arbustos, al borde de un camino en los alrededores de Ontur.  «La pierna se movía, no hablaba ya, pero pienso que estaba viva». Tras lo cual regresaron a Ontur.