Vivir en tierra hostil

JAVIER M. FAYA (SPC)
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Tres policías nacionales que llevan muchos años residiendo en la Comunidad se sinceran ante unos días en los que los independentistas más radicales prometen volver a 'quemar' las calles

Carlos hace tiempo que pasó los 40. Lleva casado con Mercè desde 2000, tiene un hijo de 16 años y otro de 10. Como cualquier padre, le preocupa que el mayor, en una edad difícil, se eche a perder. Viven en Barcelona, una ciudad bonita, llena de oportunidades... salvo para personas -y sus familias- que lleven una placa que reza Cuerpo Nacional de Policía. Obviamente, nuestro amigo no se llama Carlos, cosa que le duele porque se tiene que ocultar como un ladrón en un, como recuerda, Estado Social y Democrático de Derecho.  

Ignacio también tiene que refugiarse en el anonimato y no dirá en qué pueblo vive, sí que es en territorio comanche, donde el independentismo está más arraigado. Su niño está en Primaria, en un colegio donde siempre tuvo colgada la etiqueta de hijo de. Antes no era más que una forma de perder puntos ante los demás, o incluso ser carne de bullying. Pero a raíz de ese maldito 1 de octubre de 2017, como él recalca, la situación, ya de por sí difícil, se complicó drásticamente. «Se nos utilizó como una Policía política. Pasamos de ser los olvidados a los salvadores. Eso es lo que pretendía el Gobierno, cuando todos sabíamos que era materialmente imposible impedir el referéndum, sobre todo sin el apoyo de los Mossos». En este punto, Luis Mansilla, que sí puede dar la cara -es portavoz del SUP en la Comunidad-, recuerda el mal presagio que él, sus compañeros y, posiblemente, miles y miles de españoles que se sienten como tales, tuvieron los días previos:«reuniones de Seguridad, el calentamiento de la Generalitat hacia su sector independentista...». Tampoco ayudaron nada las imágenes de cientos de personas alentando a policías y guardias civiles cuando salían destino a Cataluña con el ¡A por ellos!, apostilla con rabia Ignacio. 

Luis es subinspector, ha estado destinado y agregado a diferentes comisarías locales -Mataró, Granollers, Sant Cugat, Terrasa y Sabadell-, y en la Jefatura de Barcelona en tres barrios, por lo que se conoce la Ciudad Condal como la palma de su mano. Lleva 23 años en la región y tiene dos hijas, de 16 y ocho años, «con lo que el arraigo queda sobradamente demostrado».