Ayniegos prehistóricos

I.M.
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La localidad de Ayna alberga uno de los pocos 'santuarios' del arte rupestre paleólitico conocidos en la Meseta y un pequeño panel del denominado estilo Levantino • El lugar es la Cueva del Niño y hay que reservar la visita

La conocida como la Suiza de la Mancha, Ayna, posee en uno de sus barrancos, en concreto, en el que lleva por nombre el Barranco del Infierno, una cueva que, ubicada a orillas del río Mundo, entre los picos Halcón y Albarda,  es la cuna del arte rupestre de Albacete. Es la Cueva del Niño.

Fue en mayo de 1970 cuando tres vecinos del pueblo de Peñas de San Pedro, oriundos de Ayna,  descubrieron arqueológicamente hablando esta cueva al advertir en su interior una serie de pinturas muy peculiares en una de las paredes de la cavidad.  No habían pasado, no obstante, tres años de este descubrimiento cuando un equipo arqueológico formado por miembros de la Universidad de Cambridge y del Universtity College de Londres, se adentraron en ella  y descubrieron que en su interior había habido vida no en un momento sino en diferentes periodos de tiempo a lo largo de la Prehistoria.

Desde aquel entonces hasta la actualidad se han hecho cinco sondeos  en sus entrañas  y que han permitido que se recogiesen no sólo 1.963 restos óseos de los animales cazados por los ayniegos prehistóricos, sino también fragmentos de cerámica y otras herramientas fabricadas en piedra.  Y es que, comenta García, a pesar de que se  no conoce la antigüedad exacta de los 11 niveles arqueológicos que se han descubierto sucesivamente, lo cierto es que la cueva ha tenido tres momentos fundamentales de ocupación: Paleolítico Medio (en Europa este periodo abarca desde hace unos 90.000 años hasta hace unos 30.000 y 40.000 años) con los neandertales como ocupantes; el final del  Paleolítico Superior con ya humanos modernos iguales que nosotros como sus moradores, y la transacción equipaleolítico-neolítico (en el Levante de la Península Ibérica este proceso se da aproximadamente hacia el 6.000 antes de nuestra era).

LAS PINTURAS. Tanta ocupación ha dejado tras de sí, como se ha mencionado, numerosos testimonios y de los más variados pero, no obstante, si hay una cosa por la que destaca esta cueva es, sobre todo, explica Alejandro García, por las «impresionantes pinturas palelolíticas que alberga en su interior, tanto por su calidad artísticas y su excelente estado de conservación, como por el hecho de que estamos ante uno de los pocos santuarios de este tipo de arte conocidos en la Meseta», si bien, también hay que tener en cuenta, aclara a continuación este investigador, que «no todas estas pinturas prehistóricas pertenecen al Paleolítico, puesto que también existe un pequeño panel encuadrable en el denominado estilo Levantino.

La cueva tiene una profundidad de 60 metros y nada más entrar, o mejor dicho, en la primera de sus salas, es decir,  en la cámara a la que se accede directamente al entrar en la gruta, el visitante lo que se va a encontrar es, ni más ni menos, que con el principal conjunto pictórico del yacimiento. Datan del Paleolítco y están elaboradas de tal manera que permiten que sean visibles con la luz natural que penetra del exterior.  El lienzo  en el que se pintaron no es otro que una pared lisa, el color usado en su elaboración es el rojo en distintas tonalidades, su tamaño es muy variado,  y lo que  representan son, por un lado,  ocho animales,y por otro una figura de un cuadrúpedo, posiblemente un toro prehistórico. Distribuidos en diferentes puntos las figuras que pintaron estos artistas valiéndose del raspado en la pared con un objeto punzante, son dos ciervas enfrentadas, dos cabras, cada una en un punto diferente, tres ciervos como principales figuras del conjunto,  y  un caballo justamente debajo de los cérvidos.

Se calcula que pueden haber pasado entre 20.000 y 10.000 años desde que se dibujaron pero, no obstante no son las únicas que hay en la gruta. En un lugar mucho menos visible, en un pequeño camarín separado de la anterior sala por una formación estalagmítica, el visitante se va a encontrar con un segundo panel de pinturas paleolíticas. Son siete figuras; un serpentiforme (que puede interpretarse como dos figuras, un meandriforme y un escaleriforme, explica Alejandro García), una cabra y un caballo, además de tres trazos indeterminados. Igualmente sus dimensiones son de lo más variadas y no todas tienen el mismo grado de conservación.  Las pinturas que hay en el interior de esta gruta no se quedan en las anteriores pues también hay una pequeña muestra del arte levantino en dos grupos separados por tan sólo 10 metros pero que pese a esta distancia se puede decir que forman un conjunto homogéneo. A diferencia de otros representantes de este tipo de arte, las del Niño están deterioradas.  Son figuras humanas o, al menos, diferentes parques del cuerpo.  

Quien quiera ver todo lo anterior puede hacerlo pero la visita hay que reservarla y con varios días de antelación  (personalmente en la Oficina de Turismo de Ayna o llamando al teléfono 967295316)  y se hará siempre en compañía de un guía local, como es el caso de Alejandro García. El cupo diario permitido de entrada es de 30 personas, sólo se hace una visita al día, la entrada a abonar es de cinco euros por persona y la visita, no obstante, se hará siempre  y cuando exista un determinado cupo de asistencia. En los meses de julio y agosto los días en que la gruta se abre al público es la tarde del jueves y el resto del año la mañana del sábado o el domingo. La duración  es de cuatro horas y hay que andar  por senderos e ir en coche por pistas forestales.