Amores que retan al olvido

MAITE MARTÍNEZ BLANCO
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Aunque quizás llegue un día en el que ellos no los recuerden, Catalina, José y Paco sí que tienen claro quién es la persona que tienen a su lado: el amor de su vida, un cariño que sobrevive a la dureza del alzheimer

Ellos no olvidan. Catalina, José y Paco sí que recuerdan quienes son las personas que tienen a su lado. Los tres son cuidadores de sus esposos o esposas, aquejados por la enfermedad de alzheimer. El día a día no siempre es fácil, pero el cariño acumulado en tantos años de vida en común les permite seguir adelante.

José e Isabel (83 años)

El diario de Cano

Si José Cano Brustenga cuida sin tregua a Isabel es porque la quiere.  Los dos han cumplido 83 años y juntos han celebrado 59 aniversarios de boda. Sin amor sería difícil, casi imposible, vencer esta enfermedad del olvido.

Pero este maestro jubilado convertido en experto cuidador no oculta la dureza de su nueva ocupación y lo cuenta en un diario de más de 300 páginas donde deja constancia del día a día de la pareja. El diario lleva por título casi una sentencia: Esto es así. Porque Cano presenta la realidad tal como es, sin dramatismos, sí, pero también sin edulcorar.

«Da pena ver que ya no distingue la pastilla de jabón de la esponja, decimos que nos vamos a la salita y ella se va al dormitorio, ya en la salita le digo que encienda la lámpara de pié y se pone a buscar por detrás del televisor; acabamos de venir de la calle, se pone el pijama y medio cena y a seguido me pregunta cinco veces en cinco minutos si vamos a salir o si no».

Eso lo escribió un 14 de septiembre de hace tres años, recién llegada la pareja de la Feria, donde pese a todo aún disfrutaron de una mañana en el recinto, acompañados de su inseparable Angelita, la mujer que desde hace 20 años les echa una mano en casa. «Sin su auxilio sería imposible», confiesa José que sigue mirando al frente. Nos recibe en su casa, junto a Isabel y su perro Ludwig, «es terapéutico, nos recomendaron tenerlo para salir a pasear y por Isabel».

José, hijo de ferroviario, e Isabel, valenciana de nacimiento, se conocieron en Linares de Mora donde coincidieron como maestros. Su único hijo, el músico Alberto Cano, murió en un accidente de tráfico. Aquella tragedia sumió a Isabel en una depresión y mermó la salud de esta maestra de Asprona para siempre.

Sus olvidos y despistes llegaron hace nueve años. Aunque a Isabel siempre le ha gustado cocinar, llegó un día en el que empezó a preparar solo ensaladas o a abrir un bote de fabada porque había olvidado las recetas, el butano de la cocina se quedaba siempre abierto y la compra le requería un sinfín de viajes a la calle porque se le olvidaba todo constantemente.

Aquellos síntomas fueron cabalgando y la enfermedad creciendo, hasta que los fármacos que toma ahora parece que han frenado algo su evolución. Pero Isabel ya no tiene noción del tiempo, aún reconoce a su esposo, pero necesita ayuda para todo: vestirse, asearse, ir al baño. Incluso para comer, «le preparo todo menudito, para que no se atragante». Aún así lo peor son las noches, porque Isabel se levanta una y mil veces, lo mismo para revolver los armarios que para ponerse crema o limpiarse un maquillaje que no existe en su cara.  

José solo tiene una tregua de cuatro horas por la mañana, el tiempo que Isabel pasa en el centro de la Asociación de Familiares de alzheimer (AFA), para hacer la compra y preparar la comida. De vuelta a casa, José no puede descuidarse ni un minuto, «esto se aguanta con mucho cariño y con una infinita paciencia», admite este hombre que pese a haber cumplido ya los 80 saca fuerzas para tener vida propia. «Me levanto de madrugada para poder vivir, es el tiempo que tengo para leer, mirar los periódicos... hasta que llega la hora de despertar a Isabel, asearla y darle de desayunar para que pueda ir a terapia».

José sabe que «no es eterno», pero mientras pueda no internará a Isabel, «por mal que lo haga, estoy en exclusiva para atenderla», dice este hombre que no oculta lo cuesta arriba que a veces se hace ser cuidador: «no sé, no sé hasta cuando resistirá mi cuerpo pues ya son varios días sin descansar, y a eso de media tarde me entra una cansera y un dolor de cabeza que ni la aspirina me lo quita», escribió un 27 de agosto de hace tres años. Y así sigue.

Catalina y Miguel

«Él es feliz»

Se adivina la emoción de Catalina al otro lado del teléfono. No es para menos. Son 51 años de matrimonio y otros cuatro más de novios. Más de media vida juntos. ¿Cómo no se iba a dar cuenta Catalina de que su esposo Miguel, un ordenado administrativo ya jubilado que jamás se quejaba por nada, empezaba a descuidar el orden de los papeles de la casa y se estaba volviendo un protestón? «Esos detalles me pusieron sobre aviso y enseguida vino el diagnostico», relata esta mujer para quien tropezarse con Miguel «ha sido lo mejor que me ha ocurrido en la vida».

Catalina Ortiz (71 años) sigue queriendo a Miguel Alfaro (85 años) como el primer día, aunque hay momentos que Miguel ni siquiera le reconoce. «El alzheimer es muy cruel», sentencia la abnegada esposa cuidadora. «A veces me habla como si fuera otra persona y me dice: si mi mujer no está es porque ha tenido que salir, pero que sepas que ella es la primera, me dice y yo le sigo la corriente». Al rato la lucidez vuelve a Miguel y entonces le dice a su esposa, la madre de sus tres hijos, que es la mujer que más ha querido en el mundo. Y al instante olvida de nuevo: «pero bueno, tu también eres muy buena y me cuidas muy bien», le dice sin reconocerla de nuevo.

Lo más «duro» del día a día con Miguel, dice su mujer, no es tanto tener que hacerle todo «desde vestirlo por las mañanas, a estar siempre pendiente de él». «Lo que más me duele y me angustia es verlo así», se lamenta Catalina, que sólo pide poder tener a Miguel cuanto más tiempo a su lado mejor, «soy conformista, estando a su lado soy feliz y él también es feliz, todos los domingos vienen nuestros hijos y nietos a comer y él no para de hablar con ellos y contarles cosas, aunque a veces sean disparatadas».

Y ese estar a su lado supone estar cuidándolo casi 24 horas al día. Catalina aprovecha las cuatro horas que Miguel pasa en el centro de la AFA haciendo terapia para «hacer esas cosas precisas, como ir a comprar, porque una vez que está en casa no me puedo separar de él». Aún así insiste, «a mi no me cansa, quiero que el Señor me lo deje el mayor tiempo posible a mi lado».

Paco y Josefa

«Ahora soy yo quien la acompaña»

Paco no sabía casi ni freír un huevo y hoy se mete en la cocina para ayudar a su esposa Josefa a preparar la comida. Ella es consciente de que está perdiendo la memoria, hace tres años que llegaron los primeros síntomas «toda la vida guisando y de repente se le olvidaban las recetas».

Josefa Monedero es una de los 76 usuarios que a diario acuden a terapia al centro de AFA, aquí tratan de frenar la enfermedad con terapias, pero a día de hoy es imposible pararla. «Le avanza, aunque poco a poco», cuenta Paco Lara que ahora ya jubilado está ahí para lo que necesite su mujer, «ella siempre me ha acompañado a todo, a ir a cazar, a pescar... ahora tengo que estar yo ahí, la quiero muchísimo, aunque de vez en cuando nos enfademos».

Aunque ahora están viviendo con una de sus hijas, porque Paco tiene bronquitis crónica y no puede subir las escaleras de la casa, el matrimonio que tiene cinco hijos, 12 nietos y cinco biznietos, se las arregla bien solo. «No me gusta dejarla sola, pero si quiero salir a tomar un café aún puedo», dice Paco, consciente de lo que queda por venir. Su hija cuida a dos enfermos de alzheimer, «y la que mejor está es mi madre». Paco admite que al principio le costó un poco asumir lo que le pasaba a su esposa, «como yo he cuidado a otros enfermos le decía a mi padre, esto es así, tienes que asumirlo aunque tengas que repetirle 50 veces dónde están sus zapatos». Pepi, como la llaman en la familia, escucha la conversación y admite que unos días lleva mejor que otros esto de tener tantas lagunas mentales: «malamente, así llevo la enfermedad, malamente».