Luthiers: Tan necesarios como escasos

Ana Martínez
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La implantación en Albacete del Conservatorio Superior de Música de Castilla-La Mancha ha sacado a la luz los pocos talleres profesionales de reparación de instrumentos

La luthería es un oficio tan antiguo como los instrumentos. La necesidad de construirlos y repararlos hizo que los luthiers fueran profesionales muy bien considerados -y algunos muy bien pagados- en el mundo de la música.

Pero la industrialización y mecanización ha ido mermando, poco a poco, una profesión tan paciente como poco rentable, como le viene pasando en general a todos los oficios artesanos.

Porque el de luthier es eso: un oficio que se desarrolla fundamentalmente con las manos y con la experiencia adquirida con numerosas técnicas de luthería.

A día de hoy, es muy difícil localizar un taller donde un luthier pueda reparar un instrumento. Un taller en regla, de los que cotizan a la Seguridad Social, porque clandestinos puede haber un puñado que, evidentemente, no quieren dar la cara. Antiguamente, el luthier era una persona que construía, ajustaba y reparaba instrumentos de cuerda frotada y pulsada. Con el paso de los años y por reivindicación del propio sector, a la también denominada laudería se incorporaron aquellos maestros que construían instrumentos, tanto de viento como de percusión.

Uno de los luthiers más veteranos de la provincia de Albacete, que ha dedicado toda su vida al mundo de la música, es Lázaro Gabaldón Calero, conocido por su vinculación con la tienda especializada Musical Albéniz. Desde hace cinco años, se dedica exclusivamente a la reparación de guitarras, que es lo que le garantiza el salario mensual, aunque su pasión es la construcción de este instrumento tan popular.

En los soportes tiene tres modelos realizados por él: una eléctrica maciza, otra hueca archtop para jazz y la española.

Lo primero que realiza Lázaro antes de ponerse a dibujar el cuerpo de la guitarra es elegir la madera adecuada para cada parte del instrumento. Se fija en la veta de ésta porque habla de la «calidad de la madera». También tiene muy en cuenta el tiempo de secado y conservación de la madera, es decir, su curación, porque esto impedirá que la futura guitarra se deforme o raje.

El arce, la caoba y el fresno son las maderas más apropiadas para las guitarras eléctricas, mientras que el arce, el ciprés y el abeto son las empleadas en la española, la primera para aquellos que tocan flamenco, la segunda para los aros y el fondo y la tercera para la tapa, ya que el abeto «es una madera más blanda que vibra con más facilidad».

DE ELÉCTRICA A CLÁSICA. Parir de un trozo de madera una guitarra que suene y, además, lo haga bien, es harto complejo y supone un proceso tan largo como próximo a la ciencia. Construir una eléctrica o una española no tiene nada que ver. En el caso de la primera, después de pegar las maderas con colas de animal y marcar cavidades, Lázaro elabora el ancho de la guitarra y la caja donde posteriormente irá encastrado el mástil, bien atornillado, bien encolado, método este preferido para este luthier porque permite que la vibración sea continua y no se vaya por ningún otro lado.

De un trozo de madera largo saldrá el mástil, el clavijero y el diapasón, para lo que Lázaro utiliza ébano, una madera africana más dura, resistente y sin veta que tiene un tacto muy suave y sin poros. Finalmente, monta la electrónica que lleva toda guitarra eléctrica.

En la española, las denominadas fajas deben ser muy finas para poderlas domar, una labor que se realiza con moldes para que la madera no recupere su forma original.

Tras obtener el fondo del instrumento y colocar las contrafajas, este luthier albacetense se centra en el varetaje que lleva la tapa, «el verdadero secreto de la guitarra, el sistema que hace único a cada constructor porque cada uno tiene una forma distinta de envaretaje». En realidad se trata de unas tiras de madera en forma de abanico, causantes del sonido de la guitarra, que son cruzadas por otras barras que refuerzan la estructura. Su ancho y su distancia son las que determinarán el tono del instrumento, más abierto o más grave. Serán  la faja y el fondo los que actúen de cajón a toda esta tapa armónica.

El proceso de acabado de cada guitarra es «todo un mundo». Sin embargo y curiosamente, el mejor acabado para garantizar el mejor sonido sería «ninguno», dejar la guitarra con la madera natural, una opción que nadie escoge porque «su vida sería cortísima». Las opciones son tan variadas como su precio: desde aceite de camelia hasta nitrocelulosa, gomalaca y, lo más habitual en las eléctricas, poliuretano.

La entrega, el tiempo y el esfuerzo que Lázaro le dedica a cada instrumento no tiene precio. Por eso, su principal dedicación reside en hacer arreglos a las guitarras eléctricas, especialmente, ajustar la llamada alma que se encuentra entre el mástil y el diapasón para sujetarlos al cuerpo. «El alma se desajusta mucho por la tensión de las cuerdas». Aunque una de sus especialidades, por la que le conoce en medio mundo, es por el proceso de retrasteado que realiza, consistente en nivelar unos trastes que se van desgastando con el uso. Esto le ha llevado a ser el luthier que ajusta las guitarras a Prisco, el guitarrista solista de M-Clan.

LUTHIERS DE VIENTO. Para los instrumentos de viento, arreglo y puesta a punto no era nada fácil de encontrar en Albacete. Generalmente, había que enviarlos a otras provincias y comunidades autónomas, con lo que esto conllevaba de gasto añadido.

Una obligación que pasó a la historia desde que Mariavi Mora y Cari García montaron el taller Entre pitos y flautas, un pequeño espacio lleno de oboes, clarinetes y requintos esperando turno para ser reparados.

El negocio lo abrieron en 2012 después de ciertas vicisitudes laborales. Anteriormente, Mariavi y Cari fueron compañeras en el Conservatorio Profesional de Música Torrejón y Velasco de Albacete, donde se iniciaron en las técnicas de luthería y empezaron a reparar algunos instrumentos de los alumnos.

Sus vidas se separaron: Cari viajó hasta Barcelona para trabajar en las orquestas de los musicales Los Miserables y La Bella y la Bestia, pero su contrato expiró. Entonces ya manejaba a la perfección el arreglo de oboes y flautas y sabía que su antigua amiga, Mariavi, hacía lo propio con clarinetes y lo compaginaba impartiendo clases en escuelas de música de Quintanar del Rey y Casasimarro: «La llamé y le propuse montar un taller, nos alquilamos un piso y nos dimos de alta como autónomas», explica Cari. Poco tiempo pasó cuando se propusieron abrir un local en la vía pública dado la cantidad de trabajo que han acumulado, especialmente desde que se iniciaron las clases en el Conservatorio Superior de Música de Castilla-La Mancha.

De hecho, ahora no tienen ni tiempo para comer: a las ocho de la mañana, ambas especialistas ya están en el taller de la calle Arquitecto Fernández, donde permanecen hasta las tres que viajan a Madrigueras, donde Cari imparte clases de Lenguaje Musical y oboe y Mariavi de clarinete, especialidad que, junto a piano, también enseña en la escuela de música de Quintanar del Rey.

Una vez al mes y durante cuatro horas, Mariavi y Cari se encargan del taller monográfico que sobre luthería se oferta en el Conservatorio Superior de Música, basado en la mecánica de instrumentos de viento/madera y dirigido a alumnos de oboe, clarinete, flauta, saxofón y fagot. Es en este taller donde ambas profesoras enseñan técnicas básicas de mantenimiento del instrumento y pequeñas reparaciones, con el objetivo de si, alguna vez son profesores, «puedan salir de un apuro, resolver pequeñas averías».

Mariavi y Cari se esmeran en reponer zapatillas, fieltros, reconstrucciones, rectificaciones de afinación, ajustes de llaves... Su éxito reside, en su opinión, en el hecho de que ambas son concertistas, una cualidad que les permite probar el instrumento una vez reparado: «Hay mecánicos que no son músicos y no tienen esta capacidad», resaltan.

Su lado más solidario se estampa en el precio de las reparaciones: no cobran lo mismo a un estudiante que a un profesional, aunque el trabajo sea el mismo, porque el instrumento de uno y otro «no tiene el mismo valor». De hecho, un saxo de estudiante puede costar 1.000 euros frente a los 3.000 de uno profesional.

Se les nota contentas, aunque resaltan lo difícil que ha sido abrir este negocio:«Los jóvenes emprendedores no tienen nada de ayudas», a pesar de que para abrir este taller han tenido que hacer una importante inversión en la adquisición de material.