Sucedió en la procesión

JOSÉ F. ROLDÁN PASTOR
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Imagen de la procesión del Calvario; los agentes de la Policía Nacional portan al Cristo de la Paz. - Foto: J.M.E.

Su intención era llegar a Benidorm. Desde hacía varios años tenía en mente bañarse y vivir la noche de aquel anhelo, tantas veces visitado por Internet, pero no era lo mismo. La suerte y su coche se compincharon para tener que hacer parada y fonda en Albacete.

No conocía la existencia de una ciudad semejante entre Madrid y la costa, lo que supuso una agradable sorpresa. Un Jueves Santo suponía la excusa perfecta para recorrer sus calles y conocer otros modos de vida. Tatiana nunca tuvo la oportunidad de introducirse en aglomeraciones populares contemplando imágenes cargadas sobre hombros, acompañadas de gente tapada siguiendo el paso firme del unísono repiqueteo de tambores.

Caminando desde el centro, no muy lejos del hotel, alcanzó la calle Pérez Pastor para observar y grabar con su cámara de video, testigo silencioso de todo lo que esperaba memorizar en la playa. Tomó posiciones entre dos coches aparcados en la calle, donde se estrechaba el cortejo. Se quedó de piedra. Unos policías levantaban a Cristo crucificado mientras uno de ellos interpretaba con saxofón. Jamás hubiera imaginado algo semejante.

Sabía de las saetas, costumbre arraigada en Andalucía y las procesiones de Semana Santa, pero aquel momento mágico, donde se escuchaba esa música solapando el silencio compartido de tanta gente, la estremeció. Grabó todo lo que tuvo tiempo de recoger sin percatarse de la presencia discreta de otras dos chicas vigilándola.

Tatiana siguió el caminar de aquellos hombres de azul marcando un paso corto para no perder el equilibrio de una cruz tendida, ante cuyo lento caminar muchos de los allí presentes hacían la señal de la cruz al revés, por cierto, porque tocaban primero el hombro izquierdo. Detrás, con sigilo, las descuideras controlaban su bolso abierto, mientras grababa cualquier novedad. Y se produjo cuando la cruz giraba hacia uno de los lados y se mostraba a un señor mayor que, compungido, recibía el abrazo de uno de esos policías. Escena emocionante que inmortalizó, gratamente sorprendida. Cuando llegaron a una calle peatonal, se escenificó una ceremonia sobrecogedora. La gente, emocionada como ella, escuchó de nuevo, ahora si fue capaz de reconocer, la Saeta, que popularizó Juan Manuel Serrat.

Algunos ojos encharcados pudo guardarlos para siempre. Pero mientras ella recogía hasta el mínimo detalle, otras manos ligeras llegaban a su monedero para llevárselo. Jamás sabrá que aquellos dedos procedían de su misma tierra, pero con dispar fortuna.

Las dos ladronas estaban viviendo en una casa en ruinas compartiendo espacio y vida con mucha familia, para la que buscaban o robaban con el fin de seguir manteniéndola. Pero Tatiana aún no conocía el desliz y grabó el final de una escena que le impactó.

Aquellos policías cargando la cruz, como quienes hacían lo propio con la Virgen, en reverencias complicadas, bajo el manto sonoro de una saeta metálica, mostraban el fervor de una tradición popular que no había conocido. Y la aglomeración de tanta gente respetuosa se fue desgranando por las calles del entorno.

En la Plaza Mayor, junto a la churrería, las dos descuideras tiraban su monedero, sin dinero. Una señora, que regresaba de la procesión, lo encontró en la esquina. No tardó en llevarlo a Comisaría, pues seguro que su propietaria lo tenía que estar pasando mal. Por la mañana, en el momento de pagar, Tatiana comprobó su mala suerte y pidió ayuda en recepción. El empleado la orientó hasta Comisaría para conseguir algún justificante del entuerto. Su coche esperaba en el taller y había que abonar la reparación. Un futuro ensombrecido la hizo perder la esperanza de alcanzar Benidorm. En Comisaría la atendió una cara conocida, pero no sabía de dónde. Explicó lo sucedido con la tristeza que una desgracia pudiera suponer. El policía la tranquilizaba mientras miraba en un cajón. Le mostró su monedero, su tarjeta de identidad y sus tarjetas. No pudo contener sus lágrimas de sosiego. Las sombras se disipaban. Y reconoció al policía, era él, porque lo estuvo viendo y escuchando tocando el saxofón delante de sus compañeros, que cargaban una cruz. No podrá olvidar algo que sucedió en la procesión.