El juego 'on line' y las apuestas irrumpen en los nuevos ludópatas, cada vez más jóvenes

Maite Martínez / Albacete
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La Unidad de Conductas Adictivas, que tiene en tratamiento a unos 100 pacientes, ha constatado nuevos hábitos.

Psicólogos especializados en adicciones y asociaciones de exjugadores hablan ya de como son los nuevos jugadores patológicos. El juego on line, que se reguló en España hace tres años, y la generalización de las casas de apuestas son una nueva realidad que aparece en los relatos de los ludópatas que llegan a las consultas. Un nuevo perfil de adicto al juego donde llama la atención su corta edad.

Entre el centenar de pacientes con problemas de juego que a día de hoy tratan en la sanidad pública, hay chicos que no han cumplido ni los 18 años y la mayoría están entre los 20 y los 45 años.  

Los primeros pacientes con problemas de juego que traspasaron la puerta de la Unidad de Conductas Adictivas (UCA), que nació como tal en el 2006 cuando el Servicio de Salud se hizo cargo del antiguo Equipo de Atención a Drogodependencias, eran sobre todo hombres, de entre 40 y 60 años, adictos al alcohol y al juego. Solían llegar los casos más graves, tras muchos años jugando, cuando habían tocado fondo anímico y con pérdidas económicas.

«El juego como enfermedad genera una adicción en toda regla y con consecuencias muy negativas», advierte la coordinadora médica de la UCA, María Luisa Celorrio, quien relata que estos casos se destapan en casa al alcanzan cierta gravedad. «Los pacientes se meten en un pozo tan grande, que al final es una depresión tremenda o un intento de suicidio lo que descubre la adicción; también cuando la bola económica se hace impresionante, porque hay incluso algún delito de guante blanco, pequeñas estafas, robos de dinero en casa, abuso de tarjetas de crédito o préstamos rápidos por los que se pagan intereses brutales».

El ludópata con este perfil sigue estando en las consultas, pero desde hace unos tres años ha surgido otro diferente. «Vienen pacientes más jóvenes, con otro tipo de adicción al juego», relata Celorrio, «son chicos que empiezan a jugar en el ordenador, sin tener que salir de casa». Aquí las familias suelen notar algo antes, se dan cuenta que pasan demasiadas horas delante del ordenador, que se aíslan de familia y amigos y que no atienden sus obligaciones. La primera medida suele ser retirarles el ordenador y entonces surgen los síntomas del síndrome de abstinencia: agresividad, irritabilidad, problemas de sueño y ansiedad,  señales que dan la alarma.

Si a estos cambios de humor se le suma un gasto de dinero excesivo o pequeños hurtos, es cuando las familias piden ayuda, a veces creyendo que son adictos a drogas. Ahora bien, si el jugador trabaja y se juega su propio dinero, el problema  tarda más tiempo en destaparse.  

Inmediatez de la apuesta. Entre los adictos al juego por internet no todos buscan dinero; hay chicos que empiezan jugando por estar entretenidos, porque no tienen amigos y aquello que al principio era solo ocio termina siendo una dependencia. Otros, sin embargo, entran en busca de una ganancia económica y es aquí donde se detectan casos de ludópatas que hacen apuestas deportivas. Estos enfermos asumen una «creencia irracional, que es errónea, de que ellos pueden controlar el azar» y juegan convencidos de que pueden ganar.

En las apuestas donde además se juegan en tiempo real el ludópata encuentra ese «refuerzo inmediato que tanto engancha», muchas veces se apuesta incluso a quién va a ganar un set de tenis en un partido que está en marcha, por ejemplo.

A los terapeutas les preocupa la accesibilidad de estos juegos. Lo habitual cuando un ludópata pide ayuda es pedirle que evite situaciones de riesgo, si es alguien que juega al bingo o a las tragaperras le dicen que no pise las salas de juego, pero al jugador on line hay que decirle que deje de meterse en internet y eso hoy no es tan fácil. El trabajo que se hace en la UCA con ellos comienza por conocer su historial de juego, tratar de averiguar qué les lleva a ello, a veces «juegan para evitar un problema, y lo único que consiguen es crearse otro añadido», explica Cristina Foz, psicóloga clínica de la UCA. El tratamiento pasa casi siempre por dejar de jugar, alejarse de lugares de juego y controlar el dinero con la ayuda de los familiares.

La sobreexposición de la publicidad genera zozobra entre los jugadores en tratamiento. A partir de la media noche la televisión bombardea con mil y un anuncios invitando a jugar al póquer o la ruleta o a realizar apuestas, una publicidad que desencadena en quien ha sido jugador todos los síntomas del síndrome de abstinencia. «Sienten un malestar psicológico, aparece la ansiedad, se les altera la tensión y la frecuencia cardiaca, igual que cuando aquel que ha sido adicto a las tragaperras escucha los ruidos de las máquinas». Celorrio se muestra crítica y cree que debería regularse, igual que se ha puesto coto a la publicidad del alcohol y el tabaco. «Si la preocupación del Plan Nacional de Drogas son ahora las adicciones emergentes, pues aquí tenemos una, igual es un tema a valorar», plantea la coordinadora médica.

La irrupción de internet y las campañas publicitarias de juegos dirigidas a los jóvenes son dos factores que han contribuido a que el juego con dinero entre la población juvenil esté «más normalizado que en décadas anteriores», según las conclusiones de un estudio sobre juego patológico en jóvenes realizado por la Universidad de Deusto.

De la porra a la apuesta. Este informe recoge que los juegos de toda la vida siguen en boga, «las tragaperras son las preferidas, pero internet ofrece una accesibilidad total a cualquier tipo de apuesta».  

Ahí va el testimonio de un ludópata de 22 años recogido en este informe: «habrá una oleada de gente joven con problemas de juego on  line: primero te dan dinero para ir jugando, segundo la privacidad, no hay nadie mirando en tu habitación, tercero las opciones de premios. Aparte en Internet tienes de todo: el Blackjack, el casino, 35  tipos de tragaperras, póquer, cartas, torneos a todas horas».

Entre sus conclusiones, el estudio avisa que las apuestas deportivas se están convirtiendo en algunas provincias «en un potenciador de jóvenes ludópatas, profesionalizando las típicas porras de bares en apuestas con premios de grandes cantidades de dinero».

Esa tabla de salvación llamada autoayuda

Bajamos 15 peldaños y accedemos a una sala que está en el sótano de la parroquia Sagrada Familia. Quienes allí bajan lo hacen con la decisión de subir otra escalera, la que los saque de la ludopatía. Aquí se reúne cada jueves por la noche, a partir de las 20,00 horas, el grupo de autoayuda de Jugadores Anónimos y en la sala de al lado quienes comparten sus cuitas son los familiares. Esta semana celebran una sesión especial, abierta, a la que nos permiten asistir.

Sin jugar desde 2010: «Llegué a la absoluta ruina personal»

El más joven de la sala es el único adicto al juego, los demás son familiares. Lo llamaremos Antonio (nombre falso). Cuenta que tiene algo más de 30 años, que con solo 16 empezó a jugar a las tragaperras y terminó enganchándose, «es algo tan social, están en todos los bares», apostilla.

Aquel chico que estudiaba y trabajaba, pasó de ser un jugador social a echar una moneda tras otra compulsivamente, «a veces estabas muy cansado, sudoroso, después de horas y horas, pero no podías parar». Iba con sus amigos a los bares y mientras ellos departían en grupo, él se centraba en echar una moneda tras otra. «Lo peor que te puede pasar es que te toque», admite, y a él le tocó, «eres un chiquillo, te ves con dinero, confías en seguir ganando y vas jugando». Luego empezó a jugar a solas, buscando locales donde creía ser anónimo, «ahora hay camareros que recuerdan lo hundido que me veían, pero entonces no me decían nada, al fin y al cabo es su negocio».

Juego y otras adicciones lo sumieron en «la más absoluta ruina personal», dice Antonio, que cuando en 2010 llegó a pedir ayuda a Jugadores Anónimos no lo hizo acuciado por las deudas económicas, sino por el vacío personal que sentía, «toqué fondo». Su caso, no obstante, es raro. La mayoría llegan arruinados también financieramente.

Aunque la confidencialidad es total en las reuniones, Antonio sí que nos cuenta que cada vez llegan chicos más jóvenes a pedir ayuda, adictos a las apuestas deportivas y a juegos on line como el póquer. Los pasos a seguir para dejarlos son los mismos, da igual el juego del que se dependa. Lo primero es no llevar dinero encima, lo siguiente es no entrar en locales donde se juega o si es en internet bloquear las cuentas. «Conozco gente enganchada a las apuestas que ha dejado de ver el fútbol, para no recaer», apunta Antonio. «Yo ahora a una cafetería no entro nunca solo. Si voy es acompañado con alguien para tomar algo y charlar», sentencia Antonio que se sabe enfermo crónico de por vida.

Lo contrario es volver a caer y en Jugadores Anónimos dicen ser conscientes de que el juego compulsivo solo te puede llevar por tres caminos, «la cárcel, porque terminas robando; la locura, porque pierdes la cabeza, o la muerte, porque terminas quitándote de en medio».

En este grupo de autoayuda familiares y ex jugadores encuentran la batería que les recarga las pilas para seguir adelante, el estímulo que les ayuda a evitar las recaídas. ¿Quién mejor que otros que han pasado por lo mismo que tú para entender estas historias de padres que no saben ni en qué curso escolar está su hijo porque su única obsesión es jugar o de familias donde los niños toman leche aguada porque no hay dinero para comer?

Ayudó a su hijo: «Confesó cuando debía 9.000 euros»

A Paco (nombre falso) le extrañó que su hijo, un chico de 27 años no fuera capaz de ahorrar pese a estar siempre trabajando. El día que tuvo que acompañarle al banco para refinanciar un crédito que supuestamente era para un amigo se derrumbó y confesó, «lo hizo porque un acreedor le amenazó con llevarlo al juzgado». Padre e hijo echaron cuentas, el agujero era de 9.000 euros.  

Hoy, dos años después, el ya ex jugador ha pagado sus deudas. Esta es otra premisa de Jugadores Anónimos, la familia no se hace cargo de las deudas, sino que es el propio enfermo quien debe responsabilizarse de las mismas. «Le retiré todo el dinero, solo le daba un euro por si tenía que tomar un café, pero hasta el tabaco o la gasolina para el coche se la ponía yo que era quien le administraba sus ingresos», relata este padre de un jugador compulsivo que, aún hoy, vigila la contabilidad casera de su hijo.

43 años de ludopatía: «Su vida fue trabajar y jugarse lo ganado»

 Más de 40 años, que se dice pronto, sufrió María (nombre falso) la ludopatía de su marido. Su trabajo en la carretera lo tenía alejado de casa, pero cuando andaba por el hogar tampoco estaba nunca. «La desatención era total, crié a mis cuatro hijos sola», confiesa esta mujer que tras décadas de mucho sufrir se hundió en una depresión y terminó pidiendo ayuda. Su esposo ya ha fallecido, pero María consiguió que sus últimos cinco años de vida no jugara, «quizás lo dejó porque ya jubilado no tenía tanto dinero para jugar». Lo cierto es que aquel hombre terminó confesando a otros jugadores rehabilitados que su vida había sido «madrugar para trabajar y no dormir por las noches para jugar».

María se hartó de oírle decir que él controlaba la situación, «era de temperamento fuerte y me decía que se lo podía quitar cuando quisiera». El caso es que pasó un año tras otro y así transcurrieron 43 eternos años en los que este hombre se gastaba lo que ganaba en timbas de cartas que se hacían en las trastiendas de bares, en bingos y en tragaperras, «el dinero que había en casa era poquísimo y eso que ganaba mucho, porque en su trabajo era buenísimo». Ya viuda María sigue acudiendo al grupo de autoayuda de familiares, «son los que mejor me comprenden, no tenía con quien desahogarme, ni con vecinas, ni con amigas…».

Su marido recayó: «Pensé que tenía un amante, eran las tragaperras»

Le contó cuando eran novios que con 17 años había tenido un problema con el juego pero que ya estaba curado. «No le di importancia», dice Josefa (nombre falso) hasta que una noche, su marido no acudió a casa a la hora habitual. «Llegó a las dos de la madrugada, dijo que había pinchado y que había tardado tiempo en arreglar la rueda, pensé que había una amante, pero me acordé de aquello que me contó siendo novios. Al día siguiente fui al banco y comprobé que había sacado 700 euros para jugárselos en las tragaperras».

Josefa logró que su marido admitiese su recaída cuando le ofreció ayuda, «le dije que no lo iba a dejar y entonces lo reconoció». Su marido, relata, es «bueno, muy trabajador, tiene una cabeza extraordinaria… pero es muy mentiroso, como todos los jugadores». De esto hace tres años y medio, ahora su marido no quiere oír nada que tenga que ver con el juego, «a veces se me escapa esa frase de ‘a qué no te apuestas…’ y él en seguida responde, ‘no, yo no apuesto nada’».