Una rivalidad que llena plazas y abre Puertas Grandes

Leticia Ortiz (SPC)
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Enrique Ponce y Roca Rey salen a hombros de La Malagueta en una gran tarde de toros en la que ninguno de los dos quiso dejar ganarse la partida

Cuenta Manolo Molés en el libro 'Antoñete, el maestro' que el terror de los patios de cuadrillas en los años sesenta era el venezolano César Girón. Un día en Bilbao, en ese instante en el que todos los toreros se desean suerte, levantó la mano y dijo: ¡Cornás pa' tos, hijos de puta! Una manera radical de entender la competencia entre toreros. En el otro extremo, los besos y el colegueo entre matadores en los patios de cuadrillas que se han visto en los últimos años. Como casi siempre, en el término medio está la virtud. La Fiesta siempre ha sido rivalidad: de Joselito y Belmonte a Ponce y Joselito, el último gran pulso de la Tauromaquia, que dividió a la afición de manera casi irreconciliable. Se debía elegir entre el valenciano y el madrileño. No servía posicionarse enmedio. Es curioso que, precisamente, lustros después de aquello Ponce vuelva a protagonizar una rivalidad que está animando la temporada. En este caso, el 'antagonista' es Roca Rey, el aspirante al cetro que el de Chiva luce con orgullo. Al final gana el público como ocurrió en Málaga en la séptima corrida del abono.

El primer golpe fuerte sobre la mesa, la oreja que cortó Ponce en el que abrió plaza no avanzó lo que se avecinaba, fue de Roca Rey. Quería ser el triunfador de una Feria que había tenido actuaciones importantes -Perera y Fortes-, pero a la que le faltaba la rotundidad de un gran éxito. Y se plantó en el centro del ruedo ajustándose en un quite por chicuelinas con el que ya avisó de sus intenciones. Brindó al público y siguió su toque de atención por unos ayudados por alto que cortaron la respiración de más de uno. Embestía alegre y con prontitud el de Juan Pedro, al que no se picó, y lo aprovechó Roca para templarse por derechazos. Atornilladas las zapatillas, llegó una serie al natural honda, profunda, de mano bajo y mucho mando. Las manoletinas pusieron La Malagueta en el punto justo de ebullición, que acabó por alcanzarse cuando dobló el toro. Pañuelos al viento y sainete del presidente que concedió la segunda oreja con el astado en el desolladero.

La Puerta Grande de Roca Rey pareció espolear a un 'chaval' con 28 años de alternativa a sus espaldas, que salió con la hierba en la boca, como si le hiciese falta el triunfo para firmar su siguiente contrato. Tuvo la suerte Ponce, además, de encontrarse con un gran toro de Juan Pedro Domecq, no de pañuelo azul porque en el caballo pasó inadvertido, pero que embistió con calidad, movilidad y clase en la muleta. Fue vibrante el inicio de la faena en el tercio con un soberbio cambio de mano de los que duran una eternidad. Apretó el acelerador por derechazos el valenciano para demostrar que quería que los titulares fuesen para él y no para el diestro peruano. Bajó la mano y, a pesar de la falta de ajuste, mandó sobre la embestida con esa estética tan suya. Rompió la faena en una larguísima tanda de naturales, con alguno excepcional. Y acabó por desatarse la locura en una serie de rodillas templadísima. Tan gordo fue el lío que se oyó incluso la petición de indulto para el toro. Excesivo. Se tiró a morir Ponce y cobró una estocada caída qu le sirvió para cortar las dos orejas. Como un novillero.

Volvió a hacerse presente esa rivalidad a cara de perro en el sexto. Con la Puerta Grande asegurada, Ponce salió, en su turno de quites, para dejar tres chicuelinas y una media de cartel. 'Ey, chaval, que aquí mando yo', pareció decir el valenciano. Pero Roca, enrabietado, contestó con ajustadas saltilleras. 'Ey, maestro, que yo llego para mandar', podría ser la respuesta del peruano. Rivalidad. Competencia. Tauromaquia. Ante ese astado, Roca sacó al toro lo que no tenía, con un perfecto ejercicio de valor, entrega e inteligencia. Una oreja fue su premio.

Y, mientras, Manzanares asistiendo como testigo privilegiado a la lucha entre dos gigantes. No está. Y lo que es peor, no se le espera. Y arriba hay dos figurones que tiran para adelante sin mirar quien se queda en el camino.

 

FICHA TÉCNICA

Plaza de toros de Málaga. Sábado 18 de agosto. Séptima de abono. Lleno.

Se lidiaron cuatro toros de Juan Pedro Domecq, justos de presentación en líneas generales y de buen juego, con calidad y clase en las embestidas. Destacó el cuarto, de nombre 'Montero' y con el número 19, premiado con la vuelta al ruedo. El primero fue devuelto por inválido, el sobrero de La Palmosilla se descordó en el caballo y huboe que apuntillarlo en el ruedo. Finalmente, se lidió el segundo sobrero, también de La Palmosilla, correcto de presentación y deslucido.

Enrique Ponce, de tabaco y oro, estocada entera caída (oreja); estocada entera caída (dos orejas tras aviso).

José María Manzanares, de burdeos y azabache, estocada arriba tras pinchazo (silencio); media estocada recbiendo (ovación con saludos)

Roca Rey, de purísima y oro, media etocada caída (dos orejas); estocada arriba (oreja tras aviso)