Pedro Jesús Morcillo, un albacetense 'eterno'

Emilio Martínez
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Este oriundo de El Bonillo, exiliado en 1940 a Francia, en cuya capital vive solo, viaja con frecuencia a Madrid y Albacete, y siempre ha presumido de la tierra

Cuatro generaciones de los Morcillo: Patricio Morcillo, su hijo Alejandro, su abuelo Pedro Jesús Morcillo Bódalo, y el hijo de éste, Patricio Morcillo Ortega. - Foto: P.J.M.

Sublime e inasequible sin interrupción en cuanto a su ejercicio de albaceteñismo a tope, que desarrolla desde hace 75 años en París, los que lleva residiendo allí tras un montón de vicisitudes. Aunque en el casi otro primer cuarto de siglo de su intensa existencia, que comenzó en El Bonillo en 1916, también fue un paladín de la tierra, «porque el ser de Albacete marca para siempre, al menos en mi caso», cual presume y ha relatado en su reciente visita a Madrid, donde vive su hijo Patricio. Unas visitas a España en las que también suele viajar a su pueblo natal y la capital de la provincia, en la casa que tiene su hijo en la calle del Tinte. Pongamos que se habla/escribe de Pedro Jesús Morcillo Bódalo.

Quien, además de presumir de la tierra, ejerce del humor de la misma: típico, crítico, críptico, surrealista «y sobre todo, único y original», cual lo define. Así no es de extrañar oírle decir que sí, que le gusta mucho «dar la paliza» en la capital gala con las cosas buenas de Albacete: «Quizás como embajador en Francia sea modesto y poco importante, pero a ver quién me quita el título de ser el más antiguo…  y el que más va a durar, porque tengo que seguir vendiendo lo nuestro en París aún mucho tiempo».  Y es que no sólo ejerce en teoría, sino que  también lo hace en la práctica. «Por supuesto, no hay viaje que haya realizado a Albacete y no haya comprado mis morcillas, chorizos y guarras, que pongo a secar en las resistencias traseras del frigorífico, para después freírlos y conservar en aceite». Unas viandas que reparte entre sus vecinos y amigos franceses para «que se convenzan de lo buenas que son». Aunque su gran debilidad es otra: el queso manchego, empezando por el de su pueblo, y sin olvidar «otros lujos gastronómicos, únicos como nuestro humor «, cual las perdices en escabeche, el lomo de orza, los gazpachos -para los que carga ingentes cantidades de torta- y hasta los mantecados blancos.

Estas degustaciones pueden servirle de compensación a su durísima vida, que incluyó, tras el fallecimiento de su madre, el marcharse a los 15 años a Alicante donde aprendió el oficio de relojero, que tanto le iba a servir en Francia. De regreso a El Bonillo, le toca incorporarse a la mili, y a la Guerra Civil, en el bando republicano, por lo que al concluir la contienda con el triunfo golpista tiene que exiliarse a tierras galas, donde con otros refugiados colaboró en la lucha antinazi, compartiendo su tiempo con trabajos como agricultor. Finalizada la contienda mundial, parte a París, donde conoce a otra española de origen manchego -Antonia, fallecida hace ocho años, con la que se casa- y sus arcanos de relojería le sirven para adquirir gran fama, que le acompañó en el establecimiento en el que estuvo hasta su jubilación en la céntrica plaza de la Madeleine.

El cambio moderno. Desde entonces y hasta ahora, para asombro de amigos y vecinos -a los que dice que estar de bien como él en este su «primer siglo de vida, se debe a haber tenido la suerte de nacer en Albacete»- sigue viviendo sólo en la casa que se construyó, durante los fines de semana a lo largo de cuatro años. Aunque su hija Antonia, que también reside en la capital gala, siempre está pendiente de la salud de este increíble, inmejorable y eterno embajador albaceteño (y de Carmen, la hermana de éste, de 97 años, también nacida en El Bonillo, que ya no se vale por sí misma y tiene algunos problemas de salud).

No obstante, sí que admite que el exilio lo ha llevado mal, «porque siempre resulta muy duro separarse de la familia y vivir lejos de tu país, desconociendo el idioma, las costumbres y la forma de vida. Te agarras, como puedes, a tus anécdotas de juventud, a tus gustos y a tus tradiciones que nunca olvidas. El apego a tu tierra nunca se borra. Los dichos, los refranes, la forma de hablar, las conductas, la cultura, en general, se hereda y nunca se olvida, por muchas nuevas creencias que adoptemos a lo largo de nuestras vidas».    

Incluso muchas veces le pasó por la cabeza la idea de regresar a España, pero las circunstancias nunca se lo permitieron: «Primero, por razones políticas, y, con los años, por razones familiares. Ya tenía mi vida hecha en París, con mi mujer -ya fallecida- y mis dos hijos. Lo único que puedo asegurar, es que aunque viviéramos en Francia, conservábamos la forma de vida española». Por lo que se alegró mucho de que su hijo Patricio -actual catedrático en la Universidad Autónoma de Madrid - tuviera la suerte de casarse con una albaceteña, Mari Carmen, a la que conoció en los veranos de vacaciones en Albacete. Por cierto que también presume y está «contentísimo»  de que Albacete haya pegado el enorme cambio modernizador de un pueblo grande «en el que no había más que polvo y pasteles», como decía su padre cuando desde El Bonillo le acompañaba a la Feria, «que siempre era un enorme acontecimiento para los que vivíamos en pueblos». Eso sí, echa en falta algunos edificios emblemáticos, sobre todo de la calle Ancha, que no se respetaron, como la Audiencia y el antiguo Banco Central. Pero, da igual, este admirable ser humano de profundísimas y eternas raíces de la tierra lo tiene claro: «Yo seguiré presumiendo de Albacete por los siglos de los siglos». Amén.