Misioneros en las puertas del ébola

A. Díaz
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Los albacetenses, que trabajan en la zona próxima de Burkina Faso o Mali, destacan la ausencia de infraestructuras para el control

Miguel Giménez Moraga y Germain Konaté. - Foto: Rubén Serrallé

¿Tenemos peligro de la llegada del ébola a España? ¿Hay realmente alarma, dada la elevada letalidad y la carencia de vacuna? El misionero español Miguel Pajares, que trabajaba en el Hospital de San José de Monrobia, en Liberia, ya ha sido repatriado y recibe un correcto tratamiento. No es la primera vez que el ébola u otra enfermedad provoca una situación sanitaria como la presente y hace que los Gobiernos tomen medidas para evitar que traspase fronteras, aunque parece que en África no tienen esas medidas demasiado éxito. En la zona más «caliente» hoy no están trabajando misioneros albacetenses pero sí que conocen de primera mano estas crisis, sobre todo porque podría llegar a Burkina Faso o Mali.

Hablamos con Pedro Ortuño, con una doble experiencia en misiones, de 1975 a 1985 y de 1995 a 1998, que comentó a La Tribuna de Albacete que «yo he estado en Burkina Faso, Safané, en concreto y en esa zona no está ahora mismo el ébola, pero la gente va mucho a Costa de Marfil y es fácil que llegue. Además ahí es endémico el paludismo. Imagino que si el ébola se extendiera, medios no tienen para hacer frente, porque esos medios sanitarios, comparados con los nuestros son ridículos. En Safané, cuando llegamos solo había un hospital, pero cuando hablamos de hospital, es un pabellón, un almacén con 12 camas, sin médico y con un enfermero y una religiosa enfermera y medicinas, aspirinas y poco más y es que cualquier centro de salud de uno de nuestros pueblos es más completo que uno de esos hospitales».

Advertía Pedro Ortuño que hoy «hay más gente formada, como médicos y enfermeras y los centros de salud pueden funcionar, pero medicinas, no tienen. Es raro que la gente acuda a un hospital, porque hay que pagarlo todo y un enfermo no puede desembolsar, pongamos por caso, 20 euros que serían siete u ocho mil francos CFA».

Las crisis sanitarias, decía el misionero, «son permanentes porque, por ejemplo, el paludismo está presente siempre y aunque hay medicamentos ciertamente, no todo el mundo puede acceder a ellos y luego está el hambre. En mi zona hay tres meses de lluvia y nueve de sequía y es en la época de lluvias cuando se cultiva mijo, un poco de maíz y algodón; si hay un corte de lluvias en plena cosecha, eso afecta y si ese ciclo de lluvias termina antes de lo normal, el grano no llega a madurar y eso es hambre, porque la gente, si no cosecha no tiene para comer. Luego están las epidemias, ahora el ébola, antes el SIDA que continúa porque se extendió mucho. A esto unimos la falta de higiene, ya que las aguas, diríamos, que son no potables, son pozos abiertos y puedo decirte que yo he estado bebiendo esas aguas a veces con bichos moviéndose; tenías que soplar para apartarlos. Hay gente a la que afecta más que otra. Yo estuve unos 13 años y nunca me afectó nada, con excepción del paludismo, que me arreó un par de veces, pero la gente que no tiene medios, seguro, muere de paludismo».

La ausencia de medios para combatir cualquier epidemia, decía el misionero, es el gran problema, incluso en el hospital de la capital, Uagadugú, «es complicado el tratamiento aquí, como hemos visto en el caso de este sacerdote que han traído, que él, imagino, no habrá pedido que lo repatriasen, eso no lo ha pedido, porque cuando vamos allá, no lo hacemos pidiendo que cuando tengas un problema te saquen, vas con todas las consecuencias, te encuentres lo que te encuentres y puedes morir, claro, lo que pasa es que ha habido esa iniciativa humanitaria por parte del Gobierno o de quien sea, y está muy bien, pero cuando se produce una crisis de este tipo, como vemos, la gente cae y si se empieza a movilizar la ayuda humanitaria, a veces se pone remedio, veremos».

Hablaba Pedro Ortuño de las duras condiciones de vida, «cuando viajas en la zona, no hay hoteles, duermes con la gente que te ofrece hospitalidad, con una familia protectora; te dejan una estera y esa es la cama en una habitación común, con la familia, la cabra, el perro, etc., y si es tiempo de calor, con 45 grados, todos en la calle a dormir y por allí te andaba alguna que otra serpiente. Yo, por ejemplo, víboras he matado más de 30 y las he tenido entre los pies, luego, escorpiones, los he sacado detrás de un espejo o donde tenía la cama, eso es normal».

Ante experiencias tan intensas y crisis sanitarias como la que viven estos países se impone la reflexión sobre qué podemos hacer desde aquí. El misionero decía que «hay medios para colaborar, con ONG solventes y aquí tenemos a Manos Unidas, Medicus Mundi, Cruz Roja, Cáritas, Maná y otras que habitualmente no esperan a que haya una epidemia, pero cuando la hay, movilizan a la gente que normalmente están aportando pequeños granos de arena porque aquello es inmenso y realmente alivian la situación y en los puntos donde colaboran aportan humanidad y solucionan problemas. Esto, el ébola, puede ser un toque de atención a las conciencias y a lo mejor hay formas de hacer llegar una colaboración más intensa si hace falta y a esto se añade que en muchas zonas además hay guerras que hacen más graves las crisis sanitarias por estos puntos conflictivos permanentes».

Asimismo, Pedro Ortuño comenta que «a través de la misión viene mucha ayuda, por supuesto desde Albacete».

Otro misionero que conoce la zona es Miguel Giménez Moraga, con el que hablamos, acompañado por otro sacerdote que trabaja en Mali, en Karangasso, Germain Konoté.

Comentaba Miguel Giménez Moraga que «mi experiencia africana es en Burkina Faso, en la misión católica de Safané, que administramos los misioneros de Castellón y Albacete. Estuve de 1995 a 2000 y ahora vuelvo cada dos años a visitar a mi gente y dar una vuelta por las realizaciones hechas en ese plazo y supervisar lo que se ha hecho; también tengo una experiencia porque trabajo con inmigrantes subsaharianos y en 2008, junto con un matrimonio de amigos, Raúl y Toñi, hicimos un gran recorrido por Mali, para dar información a las familias sobre unos hijos que no veían desde hacía años».

En cuanto a la situación sanitaria decía, «es en el hospital en Safané, un dispensario un poco grande, que en su momento tuvo médico, con enfermeros que lo controlan y se supone que en cada pueblo hay un agente de salud básico; alguien que les dice que se tienen que lavar las manos y cosas así, pero nada que se pueda parecer a nuestros mínimos, porque la situación sanitaria es muy deficitaria. A propósito de esto del ébola, todo se complica por las costumbres higiénicas».

PALUDISMO. Recordaba el misionero que «por ejemplo el paludismo, que sigue matando a miles de personas, aquí se desterró hace 60 ó 70 años por esa mejora en las condiciones de higiene, que allí no se siente la necesidad. Es deficitaria la prevención y la curación». Germain Konoté, por su parte, apuntaba que también la situación en Mali y las condiciones en los dispensarios médicos que abrieron unas religiosas hace ya 75 años, en la zona de Sikasso, «hoy en día solo tenemos un médico, alguna enfermera y las hermanas que lo atienden y solamente es para primeros auxilios, porque para cuestiones más importantes hay que evacuar a al capital de la provincia y para acudir a una consulta tienen que pagar 300 francos CFA y una vez que el médico receta tiene que pagar en la farmacia, no hay nada gratuito y la capacidad de compra es muy baja». Sobre el peligro de la extensión del ébola, apuntaba Miguel Giménez, «por lo que conozco el ébola se transmite por el contacto y los fluidos y depende de las costumbres porque nos cuentan que en Liberia o Sierra Leona, lavan y abrazan a los muertos, en mi zona no. Me parece que donde las costumbres no sean de ese estilo, la extensión sería más limitada».

Apuntaba Konoté que «Mali, al ser frontera con Guinea Conakry, es fácil que salte y eso se podría paliar con unas ciertas estructuras, lo que pasa es que en estos países dotar de esas estructuras es problemático, no hay medios».

Miguel Giménez decía que ahora hablamos mucho del ébola, «pero la malaria, en bastantes de estos países, sigue siendo primer motivo de muerte, en muchos sitios más que el SIDA, porque desde hace algún tiempo con respecto a éste, llegan medicamentos genéricos, pero si hablamos de malaria, es fundamental la profilaxis, pero allí nadie toma medidas y una vez que se contrae si no mueres, paracetamol para bajar la fiebre y calmar el dolor. El África que yo conozco está muy expuesta a muertes que aquí no les vemos razón de ser. La primera causa de muerte en África es la falta de medios, sea cual sea la enfermedad».

Subrayaba Germain Konoté que si hay un enfermo en cualquier familia y preguntas qué tiene, te contestan invariablemente que no saben, «no hay dinero para llevarlo al dispensario, ni siquiera para el tratamiento».

Más allá del apoyo puntual, decía Miguel Moraga, «hablando con Germain, me preguntó: cuándo llegaremos nosotros a estar a vuestra altura. Yo le contesté que nunca. Ese diagnóstico lo hice a los dos o tres años de estar allí y lo mantengo, porque hay dos grandes enemigos, los propios africanos, por su forma de ser y sus políticos corruptos y un milímetro más abajo, la hipocresía de los blancos, aunque los haya que se dejen la vida como el padre Pajares, alguna ONG y la Iglesia, por supuesto».