Guardianes de la tradición

S. Ibáñez (SPC)
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Mientras muchos oficios murieron, otros sobreviven gracias a personas que luchan por la supervivencia de labores ancestrales elevándolas a la categoría de artesanía

 
La explosión de la tecnología y el imparable desarrollo científico son algunos de los factores que han contribuido a erradicar oficios y profesiones que en España estaban absolutamente arraigados durante siglos y que eran habituales hace 50 o 60 años. Sin embargo, los hijos y nietos de los que vivieron esa época apenas han oído hablar de ellos.
No es extraño que continúe sorprendiendo a niños y mayores escuchar de tarde en tarde el característico sonido en escala musical del silbato anunciando en las calles de pueblos o ciudades la llegada del afilador en su bici o motocicleta. Es el momento de devolver el aspecto que perdieron con el uso cuchillos y tijeras que merecen una segunda oportunidad. Un oficio que, con la crisis, algunos profesionales han retomado para ir tirando malamente, sin incluir el arreglo de paraguas como antaño. Actualmente, los afiladores son comunes en países en vías de desarrollo, donde la población no posee recursos suficientes para sustituir sus herramientas de corte. 
Hace menos de un siglo, en todas las zonas rurales era común contemplar la figura del carbonero, cuyo trabajo consistía en cubrir totalmente la carbonera con enormes pilas de leña, musgo y ramas tiernas. A continuación prendía la leña y dejaba que se quemara durante días. Después, subía hasta la cima de la pila y lo pisaba. 
Se trataba de un oficio muy arriesgado, porque muchos de ellos morían al caer a la pila, todavía sin endurecer. 
Actualmente, esta energía se produce en hornos en el suelo. Son hoyos que se cubren con hojas de hierro para tapar alguna entrada de aire para aumentar los grados de forma considerable para la cocción de leña. Las altas temperaturas se encargan de secar todo tipo de vegetal y así producir carbón.
No hay que sumar tantos años para recordar a los encargados de encender los faroles en la vía pública. A cada uno de ellos se le adjudicaba un número de ellos y las calles a las que debía asistir. Debían prenderlos a una hora determinada en las noches oscuras y en las de luna cuando se les señalara. Entre sus obligaciones figuraba darse voces unos a otros desde medianoche, dictando la hora cada 15 minutos sin utilizar el silbato, para reunirse cuando necesitaran de auxilio. Detener a malhechores o ladrones que encontrasen, avisar cuando hubiese fuego en alguna casa al dueño de ella y después a los guardias más inmediatos sin abandonar su puesto, y dar aviso cuando algún vecino les pedía que solicitase al médico o a la partera. 
 
Los años 60. Quién no recuerda las películas españolas de los 60 cuando el protagonista llegaba a su portal, daba unas palmadas e inmediatamente acudía el sereno. Era el responsable de vigilar las calles y regular la iluminación en horario nocturno y, en la mayoría de los casos, de abrir los portales para que los vecinos accedieran a su vivienda. Iba armado con una porra y usaba un silbato para dar la alarma en caso necesario. Este oficio se perdió con la llegada de los porteros automáticos, aunque en los últimos años se ha intentado recuperar en varias ciudades españolas como Gijón y Murcia desde 1981. 
Al tipógrafo o cajista de imprenta se le consideraba un profesional culto. Su cometido era componer los moldes que se iban a imprimir. Medía y colocaba los tipos de letra en el componedor y los ajustaba adecuadamente. Sacaba las pruebas y hacía las correcciones pertinentes. Su oficio se remonta a los inicios de la imprenta. Al ser transcriptores de sermones podía trabajar los días festivos, algo no reservado a los impresores. Situado frente del chibalete, armazón de madera con una parte superior inclinada en la que se colocaban las cajas metálicas de diversos tamaños. En ellas depositaba las diferentes partes que tenía que componer, las líneas de texto necesarias, espacios en blanco, filetes, grabados, etc. Esta ocupación evolucionó con el paso de los años, al mismo tiempo que las técnicas tipográficas. Los primeros cajistas componían líneas de texto para periódicos y libros. Otros oficios desaparecieron a medida que iban cayendo las hojas del calendario, como molinero, lechero, mielero, repartidor de hielo, aceitunero o trillero. 
 
Barro, agua y madera. Pese a que infinidad de oficios se han extinguido, otros sobreviven gracias al esfuerzo de personas tan arraigadas al lugar en el que viven que han conseguido no solo asegurar la supervivencia de labores ancestrales, sino elevarlas a la categoría de artesanía. Han logrado mucho más: Son los guardianes de las mejores tradiciones populares, pero también custodios del entorno donde habitan. El barro, el agua o la madera han sido durante siglos la materia prima con la que han trabajado, recursos naturales que han sabido explotar de una forma sostenible para no agotarlos. 
Son ellos, en gran parte, los responsables de que se conozcan los valores etnográficos e históricos de las zonas rurales donde existen, pero también de propagar la importancia de conservar el patrimonio natural y la biodiversidad. 
Conocer el trabajo artesanal de esos profesionales, se ha convertido en el eje de muchas propuestas turísticas en España. Miles de escolares descubren gracia a estos artesanos la importancia de hacer un uso sostenible de los recursos naturales y de la energía, como antes lo hicieron otras generaciones.