Siempre fiel a don Tancredo

J.M.F. (SPC)
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Ante la imposibilidad de llegar a acuerdos, Rajoy aguarda a que su rival fracase en la investidura

El don Tancredo, o la suerte de don Tancredo, era un lance taurino de la primera mitad del siglo XX. Consistía en que un individuo que hacía el don Tancredo, esperaba al toro a la salida de chiqueros, subido sobre un pedestal situado en mitad del coso taurino. El ejecutante iba vestido con ropas generalmente de época o cómicas, y pintado íntegramente de blanco. El mérito consistía en quedarse quieto, ya que el toro creía que la figura blanca era de mármol y no la embestía, convencido de su dureza. Algo así le pasó a Mariano Rajoy el pasado 22 de enero, cuando le comunicó al Rey que no se iba a presentar a la sesión de investidura. Una semana después, lo volvió a hacer, aunque no de forma activa sino pasiva, cediendo los trastos a un Pedro Sánchez que se ha lanzado al ruedo como un espontáneo.   
Rajoy espera imperturbable en su despacho, seguro de que su rival fracasará, de que no será capaz de dar con la fórmula mágica de poner de acuerdo a partidos antagónicos ni a sus propios compañeros y enemigos, que se han unido al gallego a ver el espectáculo desde el palco, eso sí, marcando líneas rojas.    
Se nota que Pedro Arriola sigue siendo el hombre de máxima confianza del líder del PP. Algunos decían que Jorge Moragas le había desplazado al comandar la campaña. Pero nada más lejos de la realidad, dado que el hombre que presume de haber conducido a la Moncloa a dos personas  -Aznar y el de Santiago-, y que ha comentado a todos que dejará su trabajo cuando Rajoy se vaya a su casa, es más escuchado que nunca. Solo hay que mirar los hechos, su actitud como jefe de la oposición y del Ejecutivo, y ahora de presidenciable.    
A lo largo de su vasta trayectoria política -comenzó siendo un veinteañero y va camino de los 61-, ha sido capaz de ganar infinidad de batallas con estoicidad, en silencio y, sobre todo, viendo cómo, cual fruta madura, sus rivales o aquellos que le incomodaban iban cayendo uno detrás de otro:Rato, Trillo, Cascos, Aguirre, Gallardón... Prácticamente, no tenía que hacer nada. Inmóvil como el mármol. Como don Tancredo. Por eso conectó con Arriola, que, tras la dolorosa derrota de 2008, que estuvo a punto de descabalgarle del partido en el Congreso de Valencia -con el ahora reprobado Gustavo de Arístegui entre los conspiradores-, le aseguró que dormiría en la Moncloa antes de 2012. Tampoco había que ser un genio ante la que se le venía encima a España... Pero el gallego no lo vio así y se dejó regalar los oídos por Rasputín, que es como se refiere a Arriola despectivamente una parte del PP.  
Tal y como sucedió en sus cuatro cara a cara para tres elecciones generales -pudieron ser cuatro con la cita de 2004, pero lo rechazó-, y usando el argot futbolístico, duerme el balón, pierde tiempo a la espera de que un hipotecado -con Podemos- Sánchez se despeñe en la sesión de investidura, donde podrá ponerle en evidencia jugando a la contra y defendiendo lo innegociable: España.