El barro con alma de un alfarero con duende

Rosario Díaz
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Las Cortes de Castilla-La Mancha acogen la exposición permamente formada por dieciocho piezas del alfarero Pedro Mercedes

El barro con alma de un alfarero con duende - Foto: Yolanda Lancha

La exposición del castellano-manchego Pedro Mercedes abre sus puertas en las Cortes de Castilla-La Mancha. Sus piezas de cerámica, alfarería y grabados recorren todos los pasillos de la Cámara para el deleite de los visitantes. En total 18 piezas de este maestro al que siempre le acompaña un «duende» tal y como dijo el mimos Picasso al conocer su obra: «Un mismo duende nos ha rozado a mí y al alfarero de Cuenca».

Pedro Mercedes comenzó su pasión por la alfarería en 1933, cuando dejó la escuela con tan sólo 12 años y entró a trabajar en la «cacharrería de su tío». Fue en aquel momento cuando se preguntó por qué los ladrillos que se pisaban y los platos y cántaros de las cocinas «siendo de una tierra buena y noble no se podían decorar y colgar junto los lienzos de los pintores». Hoy casi 80 años después, los anhelos de ese niño se ven cumplidos viendo que sus «cacharros» no sólo ocupan lugar en las casas, sino que ahora están ubicados en uno de los lugares preferentes y emblemáticos de Castilla-La Mancha, como es la sede de las Cortes.

El alfarero-escultor de Cuenca, no solo se centró en el raspado, sino que continuo con grabados y con figuras cuando sentía la necesidad de «apretar y tocar el barro». Apostó por los dibujos para «dar salida a sus sueños» y con las tablas, se convirtió en el primer alfarero en hacer líneas en barro. Una de sus obras más sentimentales  es la que recibe el nombre de ‘Aquel Juicio’, dedicada a su nieta al terminar la carrera de Derecho.

La técnica. Las obras de Pedro Mercedes, quien «elevó este oficio a la categoría de arte», están elaboradas con las técnicas más antiguas, en las que se unen los elementos de la alfarería: agua, tierra, aire y fuego, junto con el espíritu creativo y artístico del autor. Su hijo, Tomás Mercedes explicó cómo las fuerza de las piernas y la habilidad de las manos de su padre daban lugar a sus queridos «cacharros» y cómo con la tierra que extraía de la ciudad de Cuenca, mezclada con las aguas del Júcar se conseguía la arcilla o barro, como cariñosamente lo llamaba Pedro Mercedes.

El conquense no tenía bocetos previos para decorar sus piezas, sólo le hacía falta su «silla y estar provisto de una navaja de punta roma» para plasmar lo primero que le dictaba su fantasía. «Bastaba el rallo del sol o los movimientos de las hojas de los árboles en verano» para que su mente se llenase de «dioses, guerreros, ciervos o cazadores». El mundo quedaba reducido a su mente y «la pieza a decorar unida por el brazo y la navaja». En ese momento para Mercedes no había otra actividad que le pudiera cautivar .

A este «artesano, artista y creador de talla universal», tal y como lo calificó Vicente Tirado, presidente de las Cortes, parecía que le faltara espacio en la decoración de sus obras, es lo que los críticos de arte han denominado como «horror al vacío». Sin embargo para él, el momento de la verdad era cuando terminaba cada horneada «Señor, yo he puesto aquí todo mi amor y todo mi saber, pero por favor échame una mano».  

Cuando terminaba de cocer sus piezas, dejándose llevar por el color de las ascuas del fuego o por a intensidad del humo que salía de su horno, de la época de los egipcios, sabía que sus cacharros se iban «lejos de su abrigo a buscar y conocer otros mundos», pero Pedro Maestre, como «hombre sencillo y como artista que amaba crear» dejaba marchar con generosidad a sus piezas una vez finalizadas, como afirmó el presidente de la Diputación de Cuenca, Benjamín Prieto.

Ahora este conquense de nacimiento no solo será embajador de su «querida ciudad impregnada de su espíritu», sino que permitirá acercar a los ojos de los visitantes su arte.