Una vida que engancha

MAITE MARTÍNEZ BLANCO
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La familia Elich recorre este verano la provincia con su circo. El mago José Elich, su esposa Encarna y sus cinco hijos, relatan su día a día bajo una carpa en la que conviven los 365 días del año

Están enganchados al circo. «Es una vida dura, pero bonita», dicen los Elich, mientras desmontan la pequeña carpa en la que acaban de actuar en Cenizate. Dentro de un par de días lo harán en Casas Ibáñez y después piensan establecerse en Villamalea. Este mes de agosto andan de gira por La Manchuela. Sorprende verlos llegar. Tráilers cargados de animales, tres leones, un tigre, una llama, tres ponis, un cerdito, un burro y hasta un toro son sus compañeros de viaje.

«¿Aún se puede vivir del circo?», les preguntamos. «Es que no sabemos hacer otra cosa, hay mucha crisis, pero como hemos nacido en el circo lo llevamos en la sangre y no nos da por hacer otras cosas», replican las hermanas Elich. Su crisis no es nueva y poco tiene que ver con la financiera, «los niños no son como los de antes, ahora ver a chicos de 8 ó 9 años en el circo es raro, están más ocupados con los teléfonos y la play station, igual que personas mayores que antes sí que venían al circo». Eran otros tiempos, por eso parece épico que sobrevivan.

El Circo Francia es en realidad una familia, la familia de José y Encarna, «mi padre es de circo y mi madre de pueblo», nos cuentan sus cuatro hijas Cristina, la mayor, Tatiana, Jennifer y Talia, que junto con Jorge, que se presenta como el domador de leones más joven del mundo, forman esta familia donde también actúa Tatiana, hija de Cristina.

José Elich nació, por casualidad, en Salamanca. Es circense desde la cuna. Sus antepasados, de origen yugoslavo, de ahí el apellido, ya se dedicaban a esto de entretener a la gente de pueblo a pueblo, de ciudad en ciudad. Esta vida itinerante llevo a los Elich a Hellín y allí se conocieron José y Encarna, quien con solo 14 años se marchó con el circo. José y Encarna formaron su familia y se emanciparon formando su propio circo. Sus cinco hijos se han criado en esta vida nómada y ahora sus nietos llevan el mismo camino. Jennifer tiene dos pequeños, un bebé de meses y un niño de dos años. Está convencida de que sus hijos seguirán sus pasos. «El padre de los pequeños vive en Cartagena, pero como no quiere dejar su trabajo y yo no quiero dejar el circo, solo nos vemos los fines de semana», dice con humor. No es fácil adaptarse a la vida de circo si no se ha nacido en uno.

Las casas con cimientos no les atraen lo más mínimo. «Mi madre tiene casa en Hellín, pero no queremos ir». La familia Elich tiene su base en Murcia. Allí tienen unos terrenos donde hacen su parada técnica anual, allá por el mes de enero. Pero no saben, ni pueden, estar mucho tiempo quietos. «Paramos para reparar y ponerlo todo a punto, pero no mucho tiempo porque hay muchos gastos, los animales comen todos los días, los seguros, el gasoil, los autónomos...», explica Jennifer, que nos cuenta que cada león se puede comer entre 20 y 30 pollos diarios, a lo que hay que sumar la alfalfa, el pienso y la paja que necesitan para los animales.

animales. Llevar este pequeño zoo de pueblo en pueblo les obliga además a contar con una serie de autorizaciones y les dificulta establecerse en algunos municipios donde rechazan a los circos con animales, «no lo entiendo, porque no les hacemos daño, ni les pegamos, ni les hacemos sufrir, como cuando se mata a un toro en la plaza», proclama una de las hermanas Elich.

El Circo Francia se mueve con camiones, furgonetas y turismos. Tienen tres carpas, de tamaños distintos. Montan una u otra según el tamaño del pueblo donde van a actuar. En la más grande caben hasta 500 personas. Antes de enfundarse los trajes de lentejuelas, los Elich tienen que montar los mástiles, izar la carpa, abrir la pista y encajar la jaula que protege al público del espectáculo de fieras.

Todo lo hacen ellos. Vender entradas y palomitas, presentar el espectáculo y divertir al público. Tatiana era la domadora de leones hasta que el pequeño Jorge cogió su relevo, «desde chiquitito le gustaban los animales, mi hermana le fue enseñando y ahora tiene su propio número». Jorge tiene ahora 16 años, pero con tan solo ocho ya se metía en la jaula con los leones, circunstancia que le permitió inscribirse en el Guinness de los récords como el domador más joven del mundo. Sobre la pista, Jorge lo mismo hace pasear a los leones por una pasarela de fuego que demuestra su habilidad en las acrobacias de altura o bailando sobre el rulo.

El patriarca José Elich fue trapecista, hasta que su precaria salud se lo impidió. «Le dio un infarto con 37 años y tuvo que dejarlo», cuentan sus hijas. Ahora hace los números de magia con la ayuda de su mujer Encarna.

La vida ambulante también tiene sus rutinas. «Siempre es igual, te levantas, estás en el circo, montas, haces la función y desmontas». En verano tienen más funciones y menos tiempo para ensayar. Los inviernos son más tranquilos, «lo que no nos gusta es el frío, así que nos bajamos a lo cálido». Tratan de buscar alguna localidad grande, como Villarrobledo, Socuéllamos, Alcázar de San Juan o Tomelloso, que les dé para pasar una semana y hacer varias funciones el sábado y el domingo.