Catalanes de aquí y de allá

Maite Martínez Blanco
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Cerca de 21.000 albacetenses viven en Cataluña, región sumida en el debate independentista

Boris Balibrea, entrenador de baloncesto, catalán residente en Albacete. - Foto: Cedida

Sólo el ébola y el escándalo de las tarjetas opacas han desviado un tanto el foco informativo centrado desde hace semanas en el espinoso asunto del desafío soberanista o el encaje de Cataluña en España, según quien se refiera a esta cuestión. Un debate político y mediático que promete persistir. Y en el centro, los ciudadanos de a pie. Catalanes asentados en Albacete que piden comprensión y albaceteños acogidos desde hace décadas en Cataluña que ofrecen sus perspectiva de esta disputa.

Los catalanes han jugado su papel en la historia albaceteña. La primera burguesía comercial que tuvo Albacete tenía raíces catalanas. A mediados del XVIII, familias apellidadas Sabater, Mulleras o Frigola, se establecieron en la por entonces villa de Albacete y cuidaron muy mucho sus relaciones de parentesco para perpetuar su posición económica. Algunos, como estos últimos, se dedicaban a importar tejidos de lana y algodón de Barcelona para su distribución en el interior castellano.

«Es indudable el papel que jugó la feria de Albacete en la atracción de mercaderes foráneos como estos ejemplos catalanes. Una primera motivación económica que quedó reforzada con amplios lazos familiares y de paisanaje», escribe el doctor en Historia, Cosme Gómez Carrasco.

Emigrantes. Ya en el siglo XX, Cataluña se convirtió en tierra de acogida. Sobre todo Barcelona, recibió a miles de albaceteños que entre 1950 y 1980 protagonizaron el éxodo rural. «Sesenta mil albaceteños comparten con nosotros alegrías e inquietudes», declaró Josep Tarradellas en su visita a Albacete en la Feria de 1978. Es decir, la emigración albacetense en Cataluña igualaba a la mitad del total de la población de la ciudad. Ahí es nada. Hoy cerca de 21.000 albaceteños viven en Cataluña. Se sienten de aquí y de allá.

Enrique Ballesteros aún recuerda el «miedo» que sintió el 15 de diciembre de 1961 cuando se subió al coche de línea en Paterna del Madera para emprender, junto a sus tres hermanas y sus padres, un viaje en busca de una mejor fortuna. Enrique nació en Paterna del Madera. A sus padres, un sastre modisto y una panadera, los llamó la emigración y ¿dónde ir?, pues allí donde habían ido a parar otros familiares y paisanos.

«Sentía miedo, tenía 13 años y se me quedaron grabadas esas conversaciones de los mayores acerca de si nos iría bien o no». Con la matanza del cerdo recién hecha, y una maleta llena de incertidumbres, la familia Ballesteros emprendió una aventura migratoria que no les ha hecho renegar de sus raíces.

Casa regional. Todo lo contrario. «No soy como ese inmigrante sobre que escribió Frances Candel en Els altres catalans que llega a querer más a Barcelona que a su propia tierra, no es mi caso, yo he combinado los dos corazones, la de mi tierra natal y la de Cataluña; he vivido y acabaré mis días en Barcelona, pero mi origen está en Paterna del Madera». Enrique pregona allá donde puede sus orígenes, ahora lo hace desde la tribuna que le da presidir la Casa de Castilla-La Mancha en Barcelona, entidad que fundaron en 1987, por aquel entonces estimaban que había en Cataluña unos 250.000 castellano-manchegos emigrados de sus cinco provincias.

En la Ciudad Condal, Enrique ha hecho su vida y ha crecido profesionalmente, no sin esfuerzos y afán de superación. Con 14 años se colocó de aprendiz en una librería, de la que llegó a ser contable. Una oposición le abrió la puerta del Banco Exterior de España, pero la aspiración de todo aquel que trabajaba por aquel entonces en banca era hacerlo para La Caixa. Enrique lo consiguió, entró como auxiliar administrativo y se prejubiló como directivo. Eso sí, para ascender tuvo que aprender catalán, «aspiré a un ascenso, y aprobé con el número uno, pero no accedí al puesto por el catalán; la próxima no me pillan, dije, así que por orgullo y amor propio estudié catalán y ahora lo escribo y hablo sin problemas». Hace ocho años dejó La Caixa y abrió su propio despacho de abogados.

Desde la capital catalana, Enrique nos cuenta que jamás ha sentido ningún rechazo por no haber nacido en esta tierra, es más dice que «el catalán de sentimiento valora el arraigo y aprecia la integración», algo por lo que él se ha esforzado, «he tratado de estar a la altura de las circunstancias y el idioma es básico y primordial».

De allá para acá. El camino contrario a Enrique es el que ha recorrido Boris Balibrea, un catalán asentado en tierras manchegas. Entrenador de baloncesto, Boris dejó su Barcelona natal sólo con 18 años para dirigir un equipo en Almería y ahora, desde hace poco más de un año, está establecido en Villarrobledo. En Villarrobledo, cuenta Boris, que entrena a un club donde hay otros tres jugadores catalanes, no tiene ningún problema, «me tratan genial». Si alguna vez ha tenido algún problema por ser catalán lo atribuye «cafres, maleducados o fanáticos que ponen etiquetas y no ven nada más allá; y de esos los hay en Almería, en Albacete y en Cataluña».