José Antonio Lozano: «Mi máxima ilusión es pintar hasta los 100 años»

Sánchez Robles
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«Antonio Garrigós, un escultor murciano que estaba exiliado en mi pueblo, fue decisivo para que fuera pintor al presentarme a Luis Garay, el ser o no ser de mi pintura»

José Antonio Lozano - Foto: José Miguel Esparcia

José Antonio Lozano Guerrero es, lo saben todos, pintor. Lo encuentro en la residencia en la que vive mirando al infinito,  al paisaje de la otoñal tarde de tenue luz, pensando, sintiendo tal vez aquel «dolorido sentir garcilasiano». Habla con sinceridad, tiene una memoria inmejorable,  a pesar de sus noventa y cinco años, casi de privilegio.

Desde que vio por vez primera la luz en Yeste (4 de octubre de 1919), «en una casa vieja de la calle de la Orden», se percibe que nació para la pintura y para ser fiel a sus planteamientos estéticos, ora con el viento a favor, ora en contra. Lozano  «como un chopo de río en su ribera» y guerrero «para luchar a su manera». Así lo define con caierto Jiménez Carretero. Está muy  despierto de mente. Nos dice que en su nuevo refugio pinta todos los días al menos tres horas.

No parece vulnerable a la edad, muestra su inteligencia al hablar, aunque lo más sobresaliente que deja percibir es la tenacidad por la ilusión de pintar. Comenzamos a hablar de su vida, de su gente que «siempre es Yeste, pues no pasa un solo día en que no recuerde a mi pueblo, que es mi alma». Cierta es así aquella afirmación de Kabuki que «la finalidad del arte es el alma». Pasa de inmediato a lo vivido en la contienda civil. «Quedé único hijo después de la Guerra, me mimaba mi familia y todo el pueblo y me consintieron mucho en mi infancia que pasé en Yeste y en el cortijo El Toril, donde aprendí a leer y escribir y hacer figuras de animales con el papel. Todo ello gracias un gran maestro, nacido en Talavera de la Reina, Tiziano Vellaneda. Me gusta presumir de Yeste». Se emociona cuando habla de esta forma, pero de manera equilibrada.

De nuevo regresa a lo vivido en la contienda civil que dejó marcada una parte de su transcurrir existencial. Salen a colación episodios y vivencias, nombres relacionados con aquellos años, como El Nieves», sus viajes por aquellos caminos a Nerpio, a Campo de Criptana, pero siempre, siempre el regreso del sentimiento y la memoria es Yeste.

Hablamos de la forma en que se vinculó a la pintura. «Fue a la salida de misa de once en mi pueblo cuando se me acercó Antonio Garrigós, un escultor murciano exiliado en La Graya. Un encuentro decisivo, porque mis padres querían que estudiara Farmacia en Granada, yo quería ser pintor, pero Garrigós decidió mi camino. Le hice caso y en 1947 llegué en tren a Murcia».

Primero practicaba con Victorio Nicolás, «del que aprendí todo lo que sé de acuarela», luego Luis Garay, «que me introdujo en el mundo del arte, fue mi ser o no ser como pintor, pues sin él no hubiera sido lo que soy. No olvidaré jamás un consejo que me dio al decirme que nunca se me ocurriera imitarlo, que pintara como yo quisiera, siendo yo mismo». José Antonio Lozano hizo, ha hecho lo que George Braque sentenció: «No se puede imitar lo que se quiere crear».

Recién casado con Carlota regresó a Yeste donde presentó su primera exposición en 1948. Junto a Garay,  su maestro y ya suegro realizó el tríptico para la Iglesia de Arguellite. Su vida dio un giro cuando decidió aceptar la propuesta de ser alcalde desde 1953 a 1960 y también Diputado de Cultura, Deporte y Turismo. Pero esta etapa fue fugaz y de nuevo volvió a la pintura, su vida.

Ofrece como consumado maestro sentencias, la esencia de su expresividad. «La Naturaleza te empequeñece por completo. El paisaje es la máxima belleza que uno puede contemplar. El de Yeste me ha costado pintarlo, porque es para sentarse frente a él y estar mirando toda la vida. Nombrarme hijo predilecto de Yeste ha sido lo más grande que me ha pasado».

La trascendencia ahora de su filosofía: «El pintor siempre ha sido un monje. Yo no aspiro a grandezas, me conformo con lo que tengo y soy feliz con mis amigos a los que no dejo escapar. Mi mayor deseo ahora es llegar a los cien años pintando». Cotizado pintor, valorado por su obra con sus grandes exposiciones desde Londres a Barcelona, en Albacete, en España. Recuerda con nostalgia su Sala Estudio.  José Antonio Lozano Guerrero brilla con su luz pictórica en soledades fecundas, con su misterio de creador, cuyas pinturas llegan a ser poemas sublimes sin palabras que convierten su vida y su obra en  historia tan inmensa como inmortal.