El Sagrado Corazón cumple sus bodas de oro con plazas vacantes

A.M.
-

No tener pensión, estar sin familia y sin propiedades son los requisitos para entrar en esta Casa.

Una de las hermanas de la Consolación da de comer a uno de los usuarios del Sagrado Corazón de Jesús. - Foto: Rubén Serrallé

Era 24 de octubre de 1964. Ante la ausencia del obispo -de viaje en Roma-, el vicario general de la Diócesis, Cristóbal Gómez Díaz, oficiaba la ceremonia de bendición de la nueva Casa que la institución benéfica del Sagrado Corazón de Jesús abría en Albacete.

Cincuenta años han pasado de una homilía que se honró en contar con  la presencia de Francisco Serra, magistrado del Tribunal Supremo, procedente de una familia muy cristiana, que quiso dejar su fortuna a esta congregación para atender a los «enfermos pobres abandonados» de su ciudad natal, Albacete.

Cincuenta años han pasado desde que la madre Rosario Vilallonga Lacave, fundadora de la institución, le explicara a Francisco Serra que esta congregación no admite subvenciones públicas ni rentas fijas, sino que vive «confiando ciegamente en la amorosa Providencia del Sagrado Corazón, que mira por los suyos».

Cincuenta años han pasado desde que Francisco Serra descartara donar su patrimonio al Cottolengo, en beneficio de la institución del Sagrado Corazón de Jesús, que prefería casas benéficas con pocos enfermos para conservar el carácter de hogar, más alegre y acogedor que el de un hospital.

Cincuenta años han pasado desde que la madre Rosario Vilallonga propusiera a Serra que construyera esta Casa de beneficencia a las afueras de la ciudad y que tuviera un jardín.

Las primeras ocupantes fueron cuatro hermanas pertenecientes a la congregación: María Martínez y María Requena, ambas de Albacete; y María Isabel Gaztelu y Rosario Otazu, ésta última la primera superiora de la Casa.

Cincuenta años después, la institución benéfica del Sagrado Corazón de Jesús no ha perdido ni un ápice de su ministerio: atender a todas aquellas personas que lo necesitan realmente y se encuentran en situación de desamparo, soledad y sin recursos económicos.

En cincuenta años, poco o mucho ha cambiado. Depende de cómo se mire. Aunque fieles al mensaje y la filosofía de la Congregación, las obras de remodelación de las instalaciones que se acometieron en 2010 han dejado una Casa más luminosa, con amplios y varios espacios comunes, habitaciones individuales y dobles, jardines muy bien cuidados y, en este último verano, hasta la reconversión de la balsa de riego en piscina, que ha permitido el disfrute hasta de los más dependientes, pues se instaló una grúa para posibilitar su inmersión en el agua.

La gestión también ha cambiado, aunque no la titularidad. Mientras la Casa sigue siendo propiedad de la institución benéfica del Sagrado Corazón de Jesús, desde mayo de este año el centro está siendo administrado y gestionado por las Hermanas de la Consolación, que con su entrega y su implicación impidieron el cierre de la residencia.

Una especie de traspaso que se tuvo que realizar ante las pocas hermanas del Sagrado Corazón de Jesús que quedaban para poder atender las necesidades del centro. Fue cuando se produjo el denominado acuerdo congregacional, que consiste en respetar la titularidad de la Casa, pero que las Hermanas de la Consolación se encarguen de la organización de la residencia benéfica.

Este cambio originó que éstas tuvieran que dejar la vivienda que tienen en propiedad en la calle Francisco Pizarro.

La congregación. Desde su toma de posesión como gestoras, Fuensanta -maestra de Religión en el colegio público San Fernando- ejerce de madre superiora, mientras que Almudena es médico de familia y se encarga también de la administración de la Casa. María Luisa es la responsable de la sacristía y de dar de comer a una residente, mientras Amparo se ocupa del lavadero; Asunción está por reubicar, aunque asume labores de cuidado de residentes; y Ana, una joven de Villacañas que ha llegado al Sagrado Corazón como postulante, se responsabiliza del comedor social y de la despensa.

Para celebrar esas bodas de oro, la Casa -que aunque rechaza insistente y rotundamente que se le llame Cotolengo, este nombre popular está tan arraigado en la ciudad que es casi imposible quitárselo de encima-, cuenta con 25 residentes, 17 hombres y ocho mujeres. De esta forma, el Sagrado Corazón tiene nueve plazas disponibles para mujeres.

Entre las personas que han hecho del Sagrado Corazón su hogar se encuentran tres inmigrantes cuya enfermedad les impide trabajar; un grupo de siete personas con grandes dependencias que no pueden ser atendidos por sus familiares y llevan muchos años en el centro benéfico;y ancianos que han sido desahuciados o se encuentran solos y sin familia alguna.

Por aquellas cosas que en ocasiones te regala la vida, la hermana Almudena -natural de Madrid, procedente de Valencia- se examinó de los exámenes MIR en Albacete y durante el tiempo que esperó para destino, ejerció como voluntaria en la institución del Sagrado Corazón. Seis años después, la hermana Almudena ha vuelto para hacerse cargo de la administración de una Casa «preciosa» que atiende «a personas realmente necesitadas; personas que no tienen cabida en ningún otro sitio».

Para ingresar en el Sagrado Corazón, los únicos requisitos son no percibir ninguna pensión ni tener patrimonio ni bienes inmuebles a su nombre, ni tampoco ayuda familiar. Sin embargo, hay usuarios que perciben una pensión no contributiva, cuyo 75% lo gestiona la Congregación Hermanas de la Consolación para cubrir los gastos propios de los residentes o aquellos extras comunes que surgen como, por ejemplo, la citada instalación de la grúa para la piscina de verano.

Después de seis meses de trabajo de sol a sol -se levanta a las seis menos cuarto de la mañana y se duerme sobre las doce menos cuarto de la noche, de lunes a domingo-, la hermana Almudena asegura que los 25 residentes tienen una vida «muy agradable», que se inicia a las 7,30 horas para la ducha y el arreglo diario. Una hora más tarde tiene lugar la misa matutina, a la que acuden prácticamente todos los asistidos, a excepción de los tres inmigrantes porque son musulmanes.

Tras el desayuno, salón, galería y televisión son las opciones con las que se encuentran estas personas, muchas de ellas participantes en los talleres de manualidades que les imparten los voluntarios.

A las 13 horas es tiempo para la comida, que dará paso a la telenovela que siguen las mujeres, y a otras películas o series de entretenimiento que prefieren los hombres. A las cinco, hora de merendar y juegos de mesa como el dominó o parchís siempre que no sea ni martes ni jueves, porque son las tardes que un fisioterapia voluntario realiza ejercicios individuales y grupales para conseguir que mejore su tono muscular y así ralentizar su deterioro físico.

Con esta jornada diaria, los residentes del Sagrado Corazón «no sólo tienen la oportunidad de vivir, sino de disfrutar de la vida», sostiene la hermana Almudena, quien afirma que la fundadora de esta Congregación quería «casas pequeñas, que no fueran cotolengos» -de ahí su repulsa al nombre-, sino «pequeños hogares donde todos los usuarios convivieran juntos y en un ambiente familiar y de amor». Un objetivo conseguido pues lo normal es que entre ellos se ayuden y se apoyen, tanto a la hora de vestirse como en la comida, porque lo habitual es ingresar en una misma habitación a una persona válida con un discapacitado.

La PROVINDENCIA. La tradicional corrida de toros a favor de la institución, festivales benéficos, donativos anónimos, herencias, empresas de toda índole... La solidaridad que siempre ha demostrado Albacete con el Sagrado Corazón les ha permitido durante cincuenta años seguir cumpliendo su doctrina: no pedir nada a nadie: «La madre Rosario resolvió el asunto de la financiación de una forma muy simple, con la Providencia de Dios», explica la hermana Almudena.

Un pasaje en el Evangelio que dice que Dios cuida de todo el mundo fue lo que animó a la madre Rosario a fundar esta Congregación, siempre bajo el auspicio de la Providencia divina. Por eso, estas hermanas nunca han pedido nada y, sin embargo, «siempre va llegando de todo y en abundancia», afirma la administradora y médico de la residencia.

Para hacer frente a los siete salarios de los tantos trabajadores que se encargan de la limpieza, cocina, atención y cuidado de hombres y comedor, la institución traspasa el dinero que percibe del alquiler de unas viviendas que también les dejó el magistrado Francisco Serra.

Ni tan siquiera la comida tienen que ir a comprarla, porque las donaciones y el Banco de Alimento les procuran una despensa «muy digna». Tan sólo en ocasiones «hemos tenido que salir a comprar verdura, fruta y leche, pero ya llevamos tiempo sin hacerlo».

Muchos han sido los residentes que han pasado por esta Casa, una de las más queridas de la ciudad. Incluso su propio benefactor, con su hermana fallecida, con casi 89 años, ciego, sordo y en silla de ruedas, pidió ingresar en la Casa, donde murió el 31 de julio de 1980.

En estos cincuenta años, la Casa también tiene sus anécdotas y curiosidades, como la de Maruja Nombela, una joven ciega y discapacitada física que entró con 15 años y ahora tiene 65, es decir, que lleva ¡¡¡cincuenta años!!! con las hermanas.

También durante cuarenta años, la hermana María Zamalloa ha sido el referente del Cotolengo. Ingresó como hermana del Sagrado Corazón de Jesús en 1966 y allí estuvo 38 años al frente de la residencia. Murió a los 83 años conocida como «la madre de los más necesitados».