En la plaza Félix María Samaniego se escribe cada mañana una fábula, entre el olor a detergente, el aroma a café y la cálida acogida de los voluntarios. Pero es una fábula que tiene poco de ficción y mucho de realidad. La dura realidad de quienes a diario se cogen 45 cajas de ajos y no tienen ni donde lavar su ropa o de los sin techo a quienes las adicciones o la enfermedad mental los han empujado a sobrevivir en la calle. Entramos en la lavandería que hace tres años abrió Justicia y Paz en el barrio de Hermanos Falcó. El padre Miguel, un sacerdote habitual de los asentamientos de inmigrantes, empezó llevándose la ropa de los temporeros a su casa para lavarla. Se dieron cuenta que este servicio era necesario y la oenegé Justicia y Paz se lanzó a ponerlo en marcha. El obispado les dejó un local, un bajo en los bloques de Las 500 Viviendas, frente al Hospital y la parroquia de Santo Domingo de Guzmán asume los gastos de luz y agua de las cuatro lavadoras que dan vueltas sin cesar.