SEFARAD AÚN RESISTE 522 AÑOS DESPUÉS

MAITE MARTÍNEZ BLANCO
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Los sefardíes aplauden la nacionalidad española, mientras que herederos de los conversos planean volver a Israel

El rabino Nissan Ben Avraham, que esta semana visitó la ciudad, conversa con Guadalupe Lozano. - Foto: José Miguel Esparcia

Viven en España, pero su mirada está puesta en Jerusalén. Dicen haberse sentido judíos desde siempre, aún incluso sin saber que lo eran, y ahora estudian para volver a la tierra donde dicen sentirse como en casa. Preparan su adiós a Sefarad.

Los judíos españoles aplauden estos días la decisión del Gobierno de modificar el Código Civil para conceder la nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes españoles que justifiquen tal condición. Han pasado 522 años desde su expulsión por los Reyes Católicos, y pese a estar dispersos por medio mundo, los sefardíes hablan ladino o judeocastellano y conservan usos y nombres que atestiguan sus vínculos con España. Ahora podrán acceder al pasaporte español sin perder su nacionalidad de origen. Los sefardíes se reencuentran así con la España que les expulsó.

Un viaje a la inversa es el que preparan algunos de los judíos que nacieron aquí. Guadalupe Lozano es una de ellas. Valenciana de nacimiento, casada con un albaceteño, lleva ya tres lustros viviendo en Albacete. Es la cara visible del judaísmo en la ciudad, preside el club Tarbut Sefarad desde el año 2007. Su testimonio es, cuanto menos, curioso. Relata que en su casa la carne que se comía se lavaba con agua y sal para eliminar restos de sangre y se guardaban una serie de costumbres como no hablar en la mesa o besar el pan si se caía al suelo. La limpieza del hogar se hacía ineludiblemente el viernes y al ocaso se encendían unas velas, que es lo que se hace para recibir el shabat, (sábado), día sagrado en la comunidad judía. «Mi abuela las escondía en la alacena para que los vecinos no la vieran y cuando le preguntabas por qué hacía eso, su respuesta era simple: lo hacía su madre y ella continuaba con la tradición».

«Mis padres no sabían que venían del judaísmo», dice Guadalupe, es más, eran católicos aunque en casa no había imágenes, «me decían que el importante era Dios, no los curas». Así hasta que un día su padre, comerciante de profesión, llegó contando que un cliente le había dicho que el apellido Lozano hundía sus raíces en el judaísmo. Unas raíces en las que han indagado Guadalupe y su familia.

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