Madres de la pobreza

ANA MARTÍNEZ
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Cuatro progenitoras aseguran que sus hijos están «malnutridos», porque su despensa es «muy limitada»

Están profundamente agradecidas a Cáritas por el apoyo y la atención que prestan a sus hijos y a sus familias. Consideran que es «el mejor recurso» que tienen a disposición, pero maldicen su mala suerte y su penosa situación.

No entienden por qué las crisis siempre se ceban con los mismos: los débiles, los pobres, los excluidos. Son madres de niños inscritos en el programa de Infancia de Cáritas Diocesana, donde los llevan para evitar que se cronifique la depresión social en la que viven. Ellas quieren que sus hijos no sufran y que tengan mejor suerte. Que sean felices y que no se les niegue lo que consideran lo más importante para no perder la dignidad: un puesto de trabajo.

Al fin y al cabo son madres. La diferencia con la clase media y alta es que no tienen un trozo de pan para darles de merendar ni una cena decente para que se vayan a dormir sin el estómago vacío. Aún así son generosas con los alimentos que todos los meses reciben de Cáritas pero, claro, se trata de productos de primera necesidad que no por ello procuran una dieta equilibrada. Sus economías no permiten un trozo de carne, algo de pescado ni tampoco fruta.

Algunas son vecinas del barrio Hermanos Falcó. Otras de Carretas y de Hospital. En cualquier caso, aseguran que esta situación está «muy extendida» a otros barrios de la capital como La Milagrosa o San Pedro Mortero. En todos ellos, «se están produciendo muchísimos desahucios de gente que no puede pagar los alquileres, porque prefieren comer, y nadie, absolutamente nadie, se está movilizando por eso. Y están echando de sus casas a muchísimas familias».

Por eso, cuando oyen hablar de recuperación económica y de crecimiento del empleo, «nos gustaría que viniesen a casa una semana para que viesen las penurias que pasamos para darles de comer a nuestros hijos; algunos están en el comedor escolar, pero un niño necesita desayunar, merendar y cenar, y los nuestros no pueden, y es muy duro decirle a un chiquillo que no tienes nada para darle, muy duro». Son cuatro madres, pero podrían ser muchas más. No quieren dar pena ni parecer víctimas. Tampoco quieren riquezas. Simplemente no quieren perder la dignidad y por ello reclaman «un trabajo» que les permita vivir.

«No queremos caridad, queremos trabajo», enfatizan estas cuatro madres, que están viviendo en sus carnes la solidaridad que se está produciendo con el azote de la crisis: personas que cuidan de personas y que están minimizando los efectos del escandaloso crecimiento de la injusticia social.