Alto de la Villa, un lupanar contra el hambre

ANA MARTÍNEZ
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La escritora Josefa González recoge en 'La Guerra de las Putas', una historia inspirada en los prostíbulos de este barrio desaparecido

La Plaza del Pozo de la Nieve, presidida por su depósito de agua, de la que partían la calle del Amparo, la calle de las Damas y la calle del Desengaño. Era el Alto de la Villa, convertido en el siglo XX en un lupanar lleno de tabernas y bares de alterne. Excusa perfecta para dejarlo morir y derruirlo a principios de la década de los 70, para construir lo que hoy se conoce como Villacerrada.

Pues allí, en el Alto de la Villa, en años de postguerra, Manuela y sus hijas Llanos y Charito, La Sandunga y La Salerito nos cuentan sus vivencias, hablan del hambre, de la miseria, de la gonorrea, de los embarazos indeseados, de los chalés y las casas señoriales que invadían calles muy céntricas como Tesifonte Gallego… Y lo relatan gracias a la pluma de Josefa González, escritora albaceteña sorprendida por la excelente acogida que ha tenido su primer libro novelado e impreso, La Guerra de las Putas.

Josefa se confiesa amante de Albacete, de sus costumbres, de sus tradiciones y de su modo de hablar. «Siempre le he dicho a mi madre que yo nací en una época equivocada». Su pasión por el pasado la ha incrustado en archivos y bibliotecas para averiguar cómo era el Albacete de los años 40, sus gentes, sus calles, sus casas, sus putas… Pero su mayor fuente documental han sido las personas mayores, aquellas que todavía recuerdan el Alto de la Villa, cómo les estaba prohibido pasar por sus calles y la fama que tenían las mujeres de dudosa reputación que entraban y salían de bares como La Andaluza, Los Claveles o Copacabana. «Como no soy historiadora, no quería contar una crónica fría sobre lo que pudo pasar en el Alto de la Villa; quería que los mayores recordaran aquellos tiempos y que los jóvenes sepan lo que se han perdido».

Para darle mayor interés a La Guerra de las Putas, Josefa González ha inventado una trama de suspense con la comisión de tres crímenes, uno de ellos tan inquietante que se desvela en la última página de la obra.

Un barrio arrasado. Ambientada tras la guerra civil española para hacerla «lo más real posible», los personajes han salido de su imaginación, pero no así los lugares, los edificios, las casas señoriales y los chalets que fueron fruto de la pala especuladora: «Por eso quise enmarcar la novela en el Alto de la Villa, porque a pesar de ser un barrio céntrico y con muchas posibilidades de negocio, fue arrasado». No olvida Josefa describir a lo largo de la historia las costumbres de aquella época e incluso la forma de hablar, palabras muy albaceteñas, la mayoría de ellas en desuso, que la escritora ha rescatado de las mentes prodigiosas de las personas mayores que ha entrevistado. «Me he dado cuenta de que al igual que se cargaron el patrimonio arquitectónico de la ciudad, también lo han hecho con las costumbres y las formas de hablar». Y como muchas de estas palabras y expresiones ya han desaparecido, Josefa ha tenido el detalle de inventariar en las últimas páginas, nombres, acontecimientos históricos y la definición de cada uno de los términos made in Albacete, desconocidos para muchos lectores de hoy.

En el Alto de la Villa, un burdel reúne a un puñado de putas en torno a la madama, La Salerito, una republicana procedente de Madrid a la que acompaña La Sandunga, un transexual convencido de que es una mujer en un cuerpo equivocado. Hasta allí llega la Manuela y sus hijas, procedentes de las Navas, donde fueron condenadas por rojas, putas, pobres y republicanas.

La casa de La Salerito es una de las más curiosas de todas las mancebías instaladas en el Alto de la Villa, pues cuenta con detalles más propios  de gente de bien, como aguamaniles y jabón de losa, utensilios que usaban las prostitutas para lavar a sus clientes antes y después del acto sexual. Una acción que «no se ofrecía en todos los burdeles» y por eso «había tiendas de gomas y lavajes que no eran otra cosa que negocios para vender preservativos de estraperlo que traían desde el extranjero y ofrecer a los hombres que se lavaran allí antes de ir a sus casas con sus esposas e hijos».

Con el pretexto de este lupanar, Josefa González aprovecha las historias entretejidas de los personajes para mencionar la Feria de Albacete, la plaza de toros, la Semana Santa y sus costaleros, las tradiciones, las anécdotas y hasta el torno de la Casa de la Maternidad donde se dejaba a los niños que no se podían criar.

En La Guerra de las Putas, su autora descubre que el Alto de la Villa no sólo era un lupanar. Allí se construyó el primer depósito de agua con el que se abastecía la ciudad, después de que Alfonso XII lo inaugurara en 1905. También había carboneras, dos fábricas de gaseosas, y la mencionada tienda de gomas y lavajes, además de burdeles y casas de trato, algunas más humildes, otras de más alto standing.

Una de las mayores singularidades de La Guerra de las Putas, al margen de que los datos que recuerda sobre el Albacete de los años 40 son reales, es su estilo en la narración, explicaciones y diálogos muy localistas y antiguos, poco inusuales en estos tiempos, que contribuyen a viajar hacia aquel pasado de injusticias sociales, ricos y pobres, dictadura y doble moral cristiana.

No se le escapa a Josefa el supuesto daño que puede causar el título de su primera novela. Sin embargo, decidió llamarlo La Guerra de las Putas por dos motivos: porque la mayoría de sus protagonistas son prostitutas, «y las he querido tratar con todo mi respeto» y por la «guerra íntima» que libra cada una de ellas para defenderse de la vida que les ha tocado vivir.

La sorpresa para Josefa González y su editor, Daniel Cortés Luna, es que en muy poco tiempo, las dos primeras ediciones del libro se han agotado, mientras que la tercera se ha hecho comercial, de tal manera que ya se puede comprar en las librerías.

La novela ha despertado tanto interés que Josefa González no para de recibir peticiones para que asista a contar sus conocimientos sobre el Alto de la Villa a clubes de lectura de la provincia de Albacete y de Castilla-La Mancha: «Muchas personas mayores me agradecen que les haya devuelto sus recuerdos; todas tienen alguna anécdota del Alto de la Villa, como que las chicas tenían prohibido subir al barrio porque allí había mujeres malas; también me han hablado de lo guapas que eran algunas prostitutas, incluso que un conocido cirujano de Albacete, casado y con hijos, acudía todos los años en coche de caballos al Alto de la Villa para llevarse a una de ellas a la Feria».

El triunfo de la novela ha alcanzado tales cotas que Josefa González ha tenido que escribir y publicar un pequeño relato titulado La Sandunga, que narra la llegada del trasvesti y la madama a Albacete, los inicios del burdel y la incorporación de los personajes de La Guerra de las Putas.