Otras maneras de ver

Maite Martínez Blanco
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Un bastón para andar por la calle, un mando que activa los semáforos o una máquina para escribir en braille son ayudas técnicas que permiten a las personas invidentes afrontar sus rutinas vitales

Quien vea a Ana Mateos Fernández moverse por casa no sospecharía que sus ojos no le dejan apreciar nada más que unos bultos. Es casi invidente, una circunstancia que no le ha impedido salir de su casa paterna, en Galicia; estudiar un par de carreras universitarias en Madrid y formar una familia en Albacete donde llegó por amor. Ahora anda metida en plena crianza, con una pequeña de 3 años y una bebé de 18 meses. El bastón o su iPhone con su voiceover son herramientas que le dan autonomía en su día a día.

«¡Buenos días cariño, es hora de levantarse!», dice Ana a su pequeña mientras la saca de la cuna. Sube la persiana para que entre el sol del día, igual que cuando llega la noche ella enciende la luz, «a mi me da igual, pero a mis hijas no», ellas ven perfectamente. La niña extraña la presencia en casa de los periodistas, no es lo habitual. Lo normal es que a estas horas mamá esté sola en casa. Su marido, que también tiene problemas de visión pero no tan importantes como los de Ana, lleva a su hija mayor a la guardería antes de incorporarse a su trabajo de vendedor de cupones.

Ana se confiesa. Siempre ha sido muy echada para adelante, no le ha importado mucho el qué dirán, pero ahora que es madre se siente algo juzgada, «es como si te miraran con lupa y tuvieses que demostrar en todo momento que puedes hacerlo».

Verla moverse en casa, levantar a la niña, darle el desayuno y llevarla en brazos de acá para allá, eliminaría cualquier ápice de duda que alguien pudiera tener sobre su capacidad para ser madre. «Lo único que no me atrevo es a cortarles las uñas y el pelo, lo demás todo», dice rotunda esta joven gallega que se entrenó en el cuidado de un bebé con una sobrina suya, «cuando me quedé embarazada mi hermana tuvo a su hija, aproveché y practiqué con ella como era eso de cambiar un pañal y dar un biberón».

Afronta sus rutinas con total naturalidad, solo que algunas tareas le requieren más tiempo. Por ejemplo, ahora llega el cambio de armarios, una tediosa tarea en cualquier hogar que Ana se toma con paciencia, pues a cada caja de ropa acompaña un inventario de todas las prendas que contiene que ella escribe en braille con su particular máquina de escribir. «Hago esto para saber lo que hay en cada caja sin tener que sacar todas las prendas, porque no puedo saber qué hay solo con abrirla como una persona que no tiene problemas de visión». Por eso se molesta cuando le preguntan quién limpia en casa, «pues yo, me subo a una escalera y descuelgo las cortinas para lavarlas, igual que hacen los demás».

Solo que lo hace con sus mañas. Trucos a los que está más que acostumbrada, «no te puedes quedar parada, porque nadie va a venir a solucionarte la papeleta», dice.

Con dos años empezó a tener problemas de visión. Tras pasar alguna vez por el quirófano e incluso someterse a un trasplante de córnea nada se pudo hacer, «tengo una tela por encima de la córnea que no me deja ver, distingo algo las sombras pero veo muy, muy borroso, cuando voy por la calle incluso prefiero cerrar los ojos porque la luz me molesta muchísimo».

Ana se crió con sus otros dos hermanos en su pueblo, Rubiña de Valdeorras, una pequeña aldea donde fue a la escuela hasta que terminó 5º de EGB. «Me hacían letras con la plastilina y si había que hacer deberes yo lo dictaba y mis padres me lo escribían, todo me lo aprendía de memoria», recuerda esta joven gallega que agradece la decisión que llegado ese año tomaron sus padres.

Aconsejados por una maestra la mandaron interna a un colegio de Pontevedra de la ONCE para cursar la segunda etapa de EGB. Entrar en aquel centro supuso para ella abrir una puerta al mundo, «fue increíble, enseguida aprendí braille y podía hacer mis propios deberes, teníamos mapas y figuras del cuerpo humano adaptados... un montón de material y además estaba rodeada de gente que era como yo, dejé de ser la diferente».

Y de Galicia a Madrid. Ana decidió seguir estudiando y no le quedó otra que irse a Madrid para poder hacer el Bachillerato, también en un centro de la ONCE hasta que llegó su mayoría de edad. Con 18 años tuvo que salir a un instituto normalizado a cursar el COU, paso previo a la universidad. No fue fácil, tanto es así que repitió curso. «Aunque seguíamos teniendo profesores de apoyo, el primer año fue difícil seguir el ritmo normal».

Superando el trance Ana se adaptó y fue a la universidad, donde cursó psicopedagogía y educación social. Las ayudas técnicas le fueron vitales. Con su máquina Perkins, una singular máquina de escribir que solo tiene seis teclas, las necesarias para escribir en braille, y sobre todo con su Braille Speak, pudo cursar sus estudios sin problemas. En lugar de utilizar lápiz y bolígrafo para tomar apuntes, ella tecleaba todo lo que escuchaba en clase en su máquina de braille y después lo escuchaba o imprimía en casa para poderlo estudiar. La máquina permite imprimir lo que se escribe en braille también en tinta, así que era frecuente que los apuntes de Ana rodaran de mano en mano, «el braille es mucho más rápido, me daba tiempo a tomar todo, muchos compañeros me pedían los apuntes».

Aunque no han pasado muchos años de aquello, las ayudas técnicas han mejorado mucho de la mano de las nuevas tecnologías, «ahora se aprende menos braille», dice Ana, gracias al soporte que los ordenadores facilitan a las personas invidentes. Hoy hay un sinfín de aplicaciones móviles, unas avisan al invidente si se ha dejado la luz encendida, otras informan del color de las prendas de ropa para facilitarles que se vistan de manera combinada y las hay incluso que pueden leer etiquetas de productos. Cada persona utiliza unas herramientas.

Ana por ejemplo explica que le facilita mucho la vida poder hacer la compra por internet. «En el supermercado no puedo ver las fechas de caducidad, suelo ir acompañada de una vecina o voy a Alcampo porque allí pido ayuda y me acompañan, pero para comprar cosas concretas que necesito prefiero hacer el pedido por internet».

Los teléfonos móviles también son de gran ayuda. El iPhone es el modelo que prefieren los invidentes por las facilidades de manejo. Gracias a un aplicación llamada Voice Over, que lee en voz alta todo lo que sale en pantalla o se escribe en el teclado, pueden manejarlo sin problemas, «lo uso para hacer gestiones del banco, pedir cita al médico, hacer la compra por internet o ver los whatsapp... viene muy bien», comenta Ana mientras nos enseña algunas de las mañas que se busca en casa para manejarse.

La lavadora tiene los programas marcados con unas pegatinas en braille, igual que el microondas. Su vitrocerámica tiene botones de los de toda la vida, nada de táctiles y en casa reina el orden. El orden es clave para una persona que no ve. Ana sabe de memoria donde tiene guardada cada cosa, por eso que alguien la coloque en otro lugar puede hacerla salir loca.

Ana tiene cierto resto visual, puede ver algo y para ello utiliza una telelupa que tiene en casa. «Mira, aquí anoté tú número de teléfono cuando me llamaste», muestra a la redactora. Ana escribe algunas cosas a tinta, con un bolígrafo normal y corriente, pero para leerlas tiene que utilizar esta telelupa que le muestra el papel en negativo (fondo negro y la tinta en blanco) y con un grandísimo aumento, «escribo poco, porque me canso mucho al leer, pero la telelupa me sirve por si tengo que leer algún prospecto de una medicina o la etiqueta de un potito, algo muy concreto, no para estudiar o leer un texto largo».

En la calle el bastón es su gran aliado. Con el se maneja en sus rutas habituales y cuando necesita realizar algún itinerario nuevo pide la ayuda de un técnico rehabilitador. Jesús Morcillo es el técnico especializado en movilidad y desplazamientos de ONCE que da servicio a los usuarios de Albacete y Cuenca. Hace unos días acompañó a Ana a preparar el recorrido de su casa al colegio donde estudiará su hija mayor el próximo curso. Ayudada del bastón que siempre va por delante de la persona para detectar cualquier obstáculo, Ana aprendió el recorrido.

Los bolardos son el elemento que peor lleva, si no los detectas te puedes dar un buen golpe, y últimamente también le ocasiona problemas el carril bici pintado sobre las aceras. Es imposible que un ciego lo detecte. Cuando llega a un cruce semafórico saca su mando a distancia y hace que se pongan en verde para peatones, facilitándole el tránsito. «Eso en Albacete está muy bien, si necesitas activar un cruce nuevo por cualquier circunstancia lo pides al Ayuntamiento y te lo conceden muy rápido», asegura Ana. Cuando la tecnología no permite activar el semáforo los invidentes se guían por el oído. Gracias al entrenamiento son capaces de detectar cuando arrancan los coches y cuando paran en los itinerarios que previamente han aprendido.

Jesús también enseña a personas con problemas de visión a manejarse en su vida diaria, lo mismo a pinchar la carne con el tenedor que a poner la pasta de dientes en el cepillo.

Sin la ayuda de la ONCE personas como Ana se vería muy limitadas en su vida diaria. «La ONCE es nuestro ángel de la guarda», sentencia. «Si tengo que ir a algún lugar especial y no tengo un familiar o amigo que me acompañe puedo pedir la ayuda de un voluntario», apunta Ana que hace un tiempo recurrió a esta ayuda puntual para llevar a su hija a la revisión del pediatra.

Son ayudas que de cuando en cuando se necesitan. «Siempre que puedo trato de buscarme la vida, pero cuando no llego pido ayuda y no pasada nada», recalca Ana.