Cuestión de altura

A.M.
-

Francisco José García Morcillo se convierte en el primer piloto y operador de drones, una licencia que pretende utilizar para realizar todo tipo de inspecciones aéreas y captar imágenes hasta ahora desconocidas

Una mochila de pequeñas dimensiones. Una emisora con receptor con joystick incluido. Un monitor que se acopla. Y un extraño artilugio, que nos remite a aquellas naves extraterrestres que el cine de ciencia-ficción nos metió en casa. Las aeronaves pilotadas por control remoto, conocidas como drones, han irrumpido tan rápidamente en nuestras vidas como lo pudo hacer en su momento la televisión y, décadas después, los teléfonos móviles.

Desde su aparición, los drones no han dejado de avanzar en su tecnología, hasta tal punto de haberse convertido en la herramienta idónea -económica y eficaz- para determinados sectores profesionales como la agricultura, la industria, la inspección, la arquitectura, el urbanismo… Sus posibilidades empiezan a multiplicarse de tal forma que los drones ya pueden utilizarse para fumigar campos de cultivos con un vuelo más bajo y soltar el producto más concentrado, detectar una posible grieta o rotura en las aspas de un aerogenerador, observar de cerca una azotea por si hubiera rota una teja o visualizar una avería en una central de placas solares o en cualquier comunidad de vecinos.

Pero la rapidez de su extensión, especialmente en el mercado convencional, ha generado un cierto caos en su regulación que en cierta medida obligó a la Agencia Estatal de Seguridad Aérea (AESA) a dictar rápidamente una serie de normas de uso para garantizar la seguridad que, por incomprensibles, han tenido que ser revisadas y mejoradas, eso sí entrarán en vigor siempre que lo apruebe el Senado, cámara en la que actualmente se encuentra la nueva normativa de uso de drones.

Hasta que suceda, los drones -ni siquiera esos de juguete que se regalan a los niños en su Primera Comunión- no pueden volar sobre ciudades, ni parques, ni aglomeraciones de gente al aire libre, ni campos de fútbol, ni playas… Solo lo pueden hacer en zonas deshabitadas y en espacio aéreo no controlado. En el caso de Albacete, con la Base Aérea y el aeropuerto de Los Llanos a cuatro kilómetros de la capital, está permitido volar drones en un radio a partir de los 15 kilómetros de distancia. Teniendo en cuenta este requisito de no sobrevolar zonas habitadas, tanto un aficionado como un profesional puede dirigir su aeronave por control remoto en el exterior, siempre y cuando no exceda de los 25 kilos y sea de noche, porque también está prohibido.

Más fácil: un dron se puede volar en un lugar al aire libre alejado de pueblos y ciudades, en un espacio aéreo no controlado y siempre dentro del alcance visual del piloto, a una distancia de éste no mayor a 500 metros y a un altura sobre el terreno no mayor de 400 pies (120 metros).

Las normas son iguales para todos, incluso para profesionales como Francisco José García Morcillo, el primer piloto de drones de Albacete, convertido en operador para poder tener una ventaja sobre los que son aficionados a estas aeronaves: volarlas por el cielo y poder perderlas de vista, es decir, no está obligado a tener en todo momento alcance visual con el dron.

Fran, como le conocen en la ciudad, lleva cinco años volando esta especie de pequeños helicópteros dotados con un objetivo que permite realizar fotografías y vídeos. Desde entonces ha tenido siete. Nos lo encontramos a los pies de un aerogenerador ubicado en la carretera de Tinajeros-Valdeganga. Hoy ha cogido uno de sus drones más pequeños, no llega a pesar kilo y medio. «Es el que más uso; cada vez los drones los hacen más pequeños y el resultado es alucinante».

Con la ayuda de unos tirantes se cuelga una emisora con un receptor de vídeo de alta definición, que cuenta con diferentes puertos para conectarlo al ordenador. Llaman la atención los joystick, mandos similares a los de cualquier videoconsola, que son los encargados de controlar la marcha del dron. Un poco más abajo, una especie de ruedas son las que regulan la cámara. En este receptor es donde se acopla un monitor por el que Fran sigue desde tierra las imágenes que van captando su pájaro androide.

Él vuela en FPV (First Person View-Visto en Primera Personal) porque se controla mucho más, «es más parecido a un videojuego», confiesa. El dron con el que está realizando la demostración graba en 4K.

Fran es fotógrafo y videógrafo profesional. Tiene una empresa que se dedica principalmente a grabar y editar vídeos de enlaces matrimoniales. Hace escasamente un año decidió inscribirse en un curso de piloto de dron para poder hacer trabajos visuales desde las alturas de forma profesional. Para ello, «necesitaba ser piloto y ser operador, un requisito éste último que acarrea una tramitación muy costosa».

El logro, paso a paso. Lo primero y principal fue realizar el curso de pilotaje en ASDrone, empresa instalada en el Parque Científico y Tecnológico de Albacete. Allí, aprendió la legislación, algo de física, aeronáutica y aerodinámica, las partes del dron, motores, baterías, control… El curso incluyó la habitual parte práctica, en la que Francisco Javier García Morcillo aprendió a maniobrar el dron sin alcance visual. Seguidamente, un piloto de la Base Aérea se encargó de realizarle el obligado estudio de seguridad que le permitió darse de alta como operador ante la Agencia Estatal de Seguridad Aérea, eso sí, aportando un complejo certificado médico aeronáutico, exactamente igual que el que tienen que superar los pilotos de aviones, en el que se tuvo que someter a un examen psicológico, análisis de sangre, electrocardiogramas, espirometrías, pruebas oculares...  Convertirse en un piloto de drones con permiso para volar «no es complicado, pero muchos se quedan en el camino porque requiere una inversión importante y saber volar».

Francisco José García Morcillo está esperando que el Senado dé su visto bueno a la nueva normativa que relajará las condiciones actuales para poder controlar drones en el aire. Para empezar, los profesionales esperan poder volarlos en ciudades y pueblos, siempre que esta acción venga acompañada de un plan de seguridad y no ponga en peligro la integridad física de las personas. Igualmente, la legislación nueva permitirá sobrepasar los 400 pies, siempre y cuando el piloto del dron esté en constante contacto con la torre de control del aeropuerto más cercano.

Con esta nueva regulación, Fran podrá ampliar su campo laboral y, además de continuar haciendo tomas panorámicas y aéreas para montar vídeos de bodas, podrá ofrecerse para realizar actividades de investigación y desarrollo, tratamientos aéreos y fitosanitarios, inclusive el lanzamiento de productos para extinción de incendios, levantamientos aéreos, observación y vigilancia aérea, incluyendo filmación y actividades de vigilancia de incendios forestales, publicidad aérea, emisiones de radio y televisión, operaciones de emergencia, búsqueda y salvamento… «Los drones tienen unas inmensas posibilidades», reitera.

Un tanto desconocido. A pesar de todas estas posibilidades, de momento es Fran quien ofrece sus drones porque, hasta la fecha, «muy poca gente conoce la capacidad de inspección que tienen estas aeronaves y lo barato y preciso que resulta este trabajo; estamos en fase de educar a los clientes y de enseñarles las ventajas que tiene un dron».

Con su nueva licencia, Fran puede volar sus aeronaves allí donde quiera. Por cierto, que en los interiores no está prohibido para nadie, aunque eso puede llevar cierto peligro, sobre todo si en esos momentos hay personas. Por eso Fran nunca graba con su dron en ceremonias ni convites. Lo hace antes de la celebración para así poder realizar tomas a ras de techo o de los cenitales del salón. «Lo mejor de estas máquinas es el movimiento de cámaras que cada vez es más complejo y te permite meterlos por sitios inverosímiles y grabar imágenes espectaculares, nunca vistas».

En sus reportajes de boda, Fran utiliza estas aeronaves como valor añadido, considera que hace «una película del día de la boda, al menos lo enfoco así», grabando imagen y sonido por cada lado y editando el resultado en el momento del almuerzo o cena con los invitados, para llegado el momento de la tarta proyectar la boda: «La gente alucina, porque está viendo lo que apenas ha ocurrido hace un par de horas antes».