El negocio eléctrico nació en Villa de Ves

MAITE MARTÍNEZ BLANCO
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Desde el Salto de El Molinar se transportó electricidad a Madrid en 1910, era la primera vez que en Europa la luz viajaba a 66.000 voltios.

El fondo de un barranco, en El Molinar, es el recóndito rincón en el que Juan Urrutia, un ingeniero vasco a quien el catedrático José María de Madariaga contagió su pasión por la electricidad, se fijó para crear el germen de lo que hoy es el negocio eléctrico eléctrico.

A los pies del santuario de Villa de Ves, las aguas del embalse que en 1952 se construyó en El Molinar para desviar el agua del Júcar a Cofrentes cubren parte de los restos de la primera central eléctrica que construyó Hidroeléctrica Española (HE) en 1907 para abastecer a Madrid y Levante. Era la primera vez que en Europa se transportaba energía eléctrica a una tensión de 66.000 voltios a 250 kilómetros de distancia. Solo por eso, sus restos merecen su conservación y protección. Quedan a la vista todavía algunas ruinas fabriles y el poblado que la compañía construyó para alojar a los trabajadores de este salto de agua de donde se obtenía la electricidad que alimentaba los tranvías de la capital de España.

El valor histórico y simbólico, amén de patrimonial, de esta ruina industrial cautivó a la arquitecta Rocío Piqueras Gómez que un día se tropezó con esta ‘catedral’ haciendo senderismo y terminó dedicando casi diez años de su vida a indagar sobre esta construcción. Sus hallazgos los ha plasmado en una tesis que defendió en la Universidad Politécnica de Valencia hace un año. Su empeño ahora es que lo que queda de lo que hace un siglo fue «paradigma de modernidad y de los avances tecnológicos de su época» tenga el reconocimiento como Bien de Interés Cultural (BIC) y pase a formar parte del Inventario de Patrimonio Industrial. En Albacete, solo las fábricas de Riópar han merecido tal consideración.

Catedrales del siglo XX. «Las ruinas industriales de hoy son nuestras catedrales del siglo XX, esto es arqueología», proclama esta arquitecta albaceteña aún emocionada por los hallazgos que obtuvo con su investigación.

Descubrir que la cubierta del edificio donde se alojaban los transformadores había sido construida en hormigón y que esta obra estaba firmada por José Eugenio Ribera, un ingeniero que en España es considerado como el «apóstol» del hormigón armado y el primer gran constructor moderno de obras públicas en España, confiere si cabe un valor añadido a esta central hidráulica que ahora queda documentado gracias a esta tesis que la autora expuso recientemente en el Colegio de Arquitectos de Albacete.

La electricidad cambió el mundo. La primera empresa eléctrica española se fundó en 1881, en Barcelona. Treinta años antes, en esa misma ciudad, un boticario iluminó su farmacia con un método que él mismo había inventado y en Madrid se recurría a una pila para alumbrar el Congreso de los Diputados. En 1867 se inventó una máquina que permitía transformar el viento, el agua o el calor en electricidad. Los sistemas de alumbrado pronto irían alimentándose de electricidad. La ciudad de Albacete, sin ir más lejos, se sube a ese carro en 1887. Al principio las fábricas de luz proliferaban allí donde se necesitaba la electricidad, el bajo voltaje impedía su transporte. El alumbrado público y el tranvía funcionan, pero gracias a centrales termoeléctricas que estaban en las mismas ciudades. Hasta que en 1905 se inventa la corriente alterna. La posibilidad de transformar la electricidad a mayor tensión permitía su transporte por largos tendidos sin sufrir grandes pérdidas. Las fábricas de luz hidráulicas empiezan a sustituir a las térmicas de vapor, sobre todo en el Mediterráneo, lejos de las cuencas de carbón. La electricidad producida en saltos de agua, más limpia y más barata, podía ser llevada a los grandes centros de consumo de forma rentable. Surgen las grandes compañías hidroélectricas.

Ingeniero y banquero. Es en este contexto en el que Juan Urrutia y Zulueta (1866-1925), de la mano del banquero Lucas Urquijo, crea Hidroeléctrica Española y en 1907 aprovechan el salto del Molinar para construir una central de la que salía electricidad a 66.000 voltios y así poderla transportar por un tendido de 255 kilómetros a Madrid. En unos años, Hidroeléctrica Española, con la luz del Júcar, se había repartido la tarta de Madrid junto con otras dos empresas.

No era la primera central que Urrutia promovía, pero sí la de mayor envergadura. Este ingeniero vasco había fundado Hidroeléctrica Ibérica en 1901, empresa que con el apoyo del Banco de Vizcaya electrificó el País Vasco. El 13 de mayo 1907, daba el salto a Madrid donde constituyó Hidroeléctrica Española (HE) que nació con un capital de 12 millones de pesetas.

El negocio eléctrico. A Urrutia se le considera  el creador del negocio eléctrico en España, asesoró al gobierno en materia de electricidad y sus informes sobre los aprovechamientos hidráulicos sirvieron de base para la Ley de Aguas aprobada en 1918. Urrutia obtuvo concesiones estratégicas en el Ebro, el Tajo, el Júcar y los Pirineros para suministrar electricidad a Bilbao, Madrid, Valencia y Cataluña. Tuvo intuición. Su forma de dominar el mercado era producir energía en saltos de agua y transportarla a los centros de consumo, a las ciudades, donde la vendía a grandes consumidores por medio de contratos a precio seguro y de larga duración. El mercado eléctrico no tenía fronteras. Su ambición fue unificar la península ibérica.

Su primera central fue la de El Molinar. Urrutia y Urquijo compraron la concesión sobre el río al acaudalado industrial papelero de Villalgordo del Júcar, Enrique Gosálvez. El emplazamiento era idóneo, entre Villa de Ves y Cofrentes hay un desnivel de casi 400 metros en 60 kilómetros, al aprovechar el salto natural del agua la inversión era mínima y además la fábrica se situaba a medio camino entre el Levante y Madrid.

«No tuvieron ni que construir una presa, les bastó con reforzar una presa árabe que había en el lugar y desde ahí construir un conducto de unos cinco kilómetros, que unas veces es un canal en superficie y otras sí que va cubierto, para poder lanzar el agua sobre las turbinas que generaban la electricidad», describe la arquitecta, que tilda esta obra de «faraónica» para el momento en el que se hizo, «se emplearon más de 3.000 obreros, algunos llegados desde Portugal incluso, que estuvieron trabajando más de un año con pico, pala y maza». En 1909 las turbinas empezaron a funcionar y las líneas quedaron hechas en febrero de 1910 convirtiéndose en el tendido de más longitud y de más alta tensión de todos los que existían en Europa en ese momento y el sexto del mundo.

Del tranvía a la cerveza. Su electricidad viajaba a lo largo de 250 kilómetros a 66.000 voltios, años más tarde se elevó a 120.000, y al llegar a Madrid se rebajaba de nuevo a 6.000 para ser entregada una parte a la Sociedad de Tranvías, otra a la Cooperativa Eléctrica, empresa que se hacía cargo de servirla a los pequeños consumidores, y otra parte a grandes fábricas como la cervecera del Águila. Desde aquí también se servía luz para el alumbrado y los tranvías de Valencia.  

El Molinar se quedó pronto pequeño y la compañía construyó nuevas centrales, la de Víllora en el Cabriel (1914) y la de Dos Aguas en la confluencia del Júcar y el Cabriel (1917), luego vendrían los de Cortes de Pallás (1922) y Millares (1932). En 1924 construyen el embalse del Tranco del Lobo, muy cerca del Molinar, para poder reservar el agua en las horas valle de consumo y regular la producción. Hidroeléctrica Española se consolida y abastece a Alicante, Castellón, Madrid, Murcia y Valencia y en 1920 se internacionaliza abriendo su negocio en Portugal y Latinoamérica.

Cinco años más tarde, cuando la empresa producía 250 millones de kilovatios anuales y tenía proyectada la explotación integral del Júcar y el Cabriel, Urrutia fallecía en un accidente de tráfico. En 1930, el Júcar era el tercer río que más electricidad producía, solo por detrás del Ebro y los saltos del Cantábrico. En 1944, Hidroeléctrica Ibérica, su primera empresa, se fusionó con Saltos del Duero, nace así Iberduero, que al unirse con HE dio lugar a Iberdrola.

El Molinar, su primera central, funcionó hasta 1952 cuando la compañía decidió construir un embalse y derivar el agua hacia Cofrentes. Las instalaciones se desmantelaron. La cubierta de la central se rompió para sacar con un helicóptero la maquinaria y las edificaciones quedaron abandonadas a su suerte. En 1962 la compañía se las cedió al Ayuntamiento de Villa de Ves, pueblo al que hoy le quedan 50 vecinos y donde la ‘Hidro’, como se conocía en la comarca a la empresa, marcó su impronta. No es para menos, cuando en 1907 Urrutia se fijó en el Molinar, Villa de Ves era un pueblo aislado, con una población empobrecida y analfabeta, que vivía de la agricultura  y algún molino harinero. Estaba condenado al abandono, le quedaban 690 habitantes de los 1.300 que tuvo 50 años atrás.

Con Hidroeléctrica Española, que en su espíritu «paternalista» construyó una de las primeras colonias obreras del país para alojar a los trabajadores de la central, el pueblo prosperó y su población creció hasta alcanzar los 1.500 vecinos censados en 1950. Un progreso que se frenó cuando la empresa se marchó, la presa inundó las huertas, los jóvenes emigraron y sus padres terminaron siguiendo sus pasos cuando no había con qué subsistir. Hoy, 60 años después del desmantelamiento de la central, Villa de Ves es el pueblo con menos población de la provincia.

El pueblo es el dueño de las ruinas de aquella central que en su día puso a España en la vanguardia mundial de la electricidad y de los restos de la colonia que habitaron sus trabajadores, y que en sus tiempos de mayor esplendro tuvo ermita, economato, escuela y consultorio médico. Un legado de complicada viabilidad económica, pero cargado de una memoria histórica que merece la pena conservar. «El cierre de la instalación industrial, su desmantelamiento y falta de uso, asociado a una degradación natural y acciones de vandalismo y expolio, provocan un estado de aparente ruina que, si no se remedia, puede llevar a la desaparición del bien», reseña la autora de la tesis. Algo contra lo que está decidida a luchar, buscando el respaldo de las instituciones para recuperar y revalorizar ese bien. «Ahora –dice- estamos en la fase de concienciación, hay que hacer entender lo que tenemos allí y el siguiente paso sería conseguir dinero para consolidar lo que queda y que no se degrade más».