Llanos Lozano, una ibicenca de Albacete

Javier López-Galiacho Perona
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Dice el gran columnista Manolo Alcántara que las personas no se mueren. Se nos mueren. Y a mi familia y a Amithe se nos ha muerto una albaceteña, Llanos Lozano, manchega de corazón, pero mediterránea de pensamiento, palabra, obra, e incluso, de omisión.

Ibiza, tierra madrasta para esta catedrática de filosofía, lamenta estos días su muerte, porque Llanos, como pudimos comprobar cuando la visitábamos, era muy querida en la capital de las Pitiusas. Sus muchos años de docencia desenfadada y cautivadora en el instituto de bachillerato Santa María y Sa Blanca Dona, explicando desde Platón a Kant, unido a otros tantos lectores de su dominical columna (Vamos digo yo) en el leído Diario de Ibiza, su serie de libros bajo el título Desde mis ojos, hicieron de la Lozano todo un personaje en esta isla.

Llanos nació en Madrid de padre albacetense, hermano de aquel recordado boticario Fulgencio Lozano que fue acalde de Albacete. Fusilado su padre por los republicanos y muerta su madre muy joven, fue criada de niña en Albacete y allí conoció a quien fue su marido y padre de siete hijos en común, el albacetense Paco García Moreno, catedrático de ingeniería aeronáutica, que llegó a dirigir su prestigiosa escuela de la Politécnica de Madrid. Dedicada como docente a la filosofía, en 1965 sacó plaza de catedrática en el instituto de Ibiza, poniendo mar por medio al desembarcar en Ibiza con tan amplia prole de muy corta edad. No fue allí su vida tan blanca como las casas que circundan el recinto amurallado de Dalt Vila. En el escenario ibicenco se escribió también la tragedia del entierro de tres de sus hijos.

Llanos me fue muy cercana. Por eso escribo en primera persona. Formaba parte del mobiliario de mis veranos de la infancia y la juventud. Persona tremendamente inteligente, cuando a Ibiza llegaba la horda turística, echaba la llave a su pisito con vistas al puerto viejo y regresaba del exilio a nuestro Albacete, su Baden-Baden estival. Le pedía a su primo Fulgen, el boticario de la calle Ancha, su viejo seiscientos blanco y aparecía cada mañana en nuestro chalet del Camino de las Ánimas, en la carretera de Jaén. Como persona leída que fue, llegaba bajo el brazo con todos los diarios nacionales y locales. Como estudiosa de Cicerón sabía hacer de la amistad un tratado. Católica y humanista, nada de lo humano le era ajeno.

Un verano de 1994 le planteé constituir la Asociación de Amigos del Teatro Circo, que llevaba cerrado, abandonado diez años, y con el inolvidable maestro de periodistas, Luis Parreño, firmamos en la barra de la cafetería del Ateneo de la calle de la Feria la constitución de esa asociación que fue clave en la recuperación del Teatro Circo.

Su ausencia definitiva de Albacete y su ingreso en una residencia puso paréntesis en nuestra relación. Al final la muerte lo ha despejado con su contundente punto y final. Y me queda esa sensación, como ocurre con todo aquel que pasa encendiendo luz en tu vida, que se me fue con las orejas puestas, con esa sensación de irse a medio torear, de no haber aprovechado una embestida fija y noble, la que da la sabiduría, la que poseía Llanos Lozano. Descanse en paz esta albacetense de Ibiza, entre los corales y las olas de ese Mare Nostrum, que alumbró el amor por la sabiduría. La aspiración que presidió la vida que ahora despedimos.