¡Qué bueno eres, jodío!

Virgilio Liante
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El actor albacetense estrenó en la Posada del Rosario la obra 'La actriz ha muerto'

Un momento de la actuación de Sato Díaz. - Foto: V.L.

El teatro tiene la grandeza de ser directo, de ocurrir en tiempo real, como un concierto de jazz, como un recital de piano. Ahí el actor, el músico, tiene que estar fino porque no hay segundas tomas, ni repeticiones. Para que la obra sea grande tiene que estar bien escrita y estar bien interpretada, sendas cosas las posee el actor albacetense Sato Díaz. En La actriz ha muerto, una obra que se ha estrenado a nivel nacional en la Posada del Rosario, el chaval, personaje que encarna Sato, es un espectador que acude a ver una obra al teatro de su admirada Rowland, mujer de Alfred, aunque, por desgracia ve como la asesinan antes de llegar al teatro donde tenía que representarla.

La función habla de la vida, la muerte, el amor y el desamor, cuatro de las claves para entender el teatro que universalizó William Shakespeare, con obras como Otello, Romeo y Julieta, El rey Lear y Hamlet, esta última, de la que por cierto el actor albacetense habla del ser o no ser, de la grandeza de los libretos del escritor inglés, que se sirve de inspiración y ensalza en La actriz ha muerto, porque a los clásicos del teatro siempre hay que tenerlos presentes.

El chaval sale a escena, rompe con maestría la cuarta pared, y se mete entre el público desde el principio, sube al escenario y le dice al respetable «que se marche», porque «La actriz ha muerto después de ser asesinada», pero el público se queda quieto, como esperando que ese espectador, salido de la nada, les dé una respuesta.

una gran carga emocional. El principio es un poco titubeante, quizás repetitivo, hasta que pasan unos minutos el espectador no sabe si se ha equivocado de función, pero Sato se da cuenta y empieza la obra de verdad. En un escenario desnudo, con un atrezo sencillo en el que sólo hay cajas de Rowland, la actriz fallecida, un perchero, una mesa, una silla, una botella de whisky y una tetera, el chaval se come la obra por los pies. Recuerda a su idolatrada Rowland, como quien se acuerda de su madre fallecida, y además hay que resaltar la actualidad del texto, porque tiene la virtud de criticar y de soltar por la boca, sin herir a nadie, a la realeza, a los políticos que no se creen ni lo que ellos mismos dicen, que encima suben el IVA.

 Asimismo, Sato Díaz engrandece la existencia de los músicos de jazz por su improvisación y deja de paso un poco malherida a la Realeza actual, al rey Felipe VI,  Leticia Ortiz y al antiguo Rey Juan Carlos, con aquello de que «nos llena de orgullo y satisfacción».

También habla del alcohol que destrozó la vida de Eugene O’Neil, quién ganó la friolera de cuatro Premios Pulitzer y el Premio Nobel de Literatura, y sufrió con el suicidio de varios miembros de su familia. ¡Qué bueno eres, jodío!, moviéndote de lado a lado, controlando los tempos, porque la obra conmueve, y más cuando el actor albacetense habla de la pobreza, de la riqueza, de las apariencias, de los artistas que no son nadie y se creen los mejores del mundo, y de los actores que mueren cada día.

Todos los temas son como las teselas de un mosaico que dan una gran brillantez al texto y a la interpretación de Sato Díaz. Señores, síganlo, señores políticos, contrátenlo para sus teatros, con o sin IVA, porque merece la pena, porque el teatro, como decía Aristóteles tiene que servir de catarsis para el espectador, y Sato en La actriz ha muerto, consigue que cada espectador sea alguien diferente después de salir del teatro.