La crítica -
Por Juana Samanes
No salva a nadie, todos son malvados, en Nuevo orden, la propuesta brutal del director mexicano Michel Franco donde narra el caos y la violencia que puede generar una revuelta social e, inmediatamente después, la represión ejercida por un gobierno militarizado para acabar con ella.
La celebración de una boda en la alta sociedad mexicana se interrumpe cuando entran en el recinto donde se celebra un grupo de violentos manifestantes que protestan, aparentemente porque nunca se dice claramente, contra la pobreza y las desigualdades económicas. La familia de la novia sufrirá, en primera persona, las terribles consecuencias de ese suceso.
Desde su estreno en las salas de cine de su país, en plena pandemia, la polémica ha perseguido a este drama de denuncia social y política, desde el momento que se publicitaba como una visión distópica de México, que no agradó ni a una parte de la alta sociedad ni , sobre todo, al Ejército.
Lo cierto es que el argumento de este film lo podríamos definir como más “global” y no circunscrito a un solo país, desde el momento que aborda una especie de revolución “francesa” ambientada en la actualidad, donde las masas provocan un caos y una carnicería entre la población adinerada, que es aprovechada por los militares para imponer “un nuevo orden”. Puede suscitar un debate interesante sobre es si es necesario una plasmación tan sórdida, y de violencia tan explícita, que provoca que se generen en la imaginación de cada espectador imágenes tremendamente desagradables que cuesta un tiempo olvidar y provocan incomodidad, hablamos del propio asalto a la mansión o de todo lo que tiene que “padecer” en sus carnes la novia del evento, una joven muy empática con el servicio de su casa y la gente más desfavorecida.
Michel Franco nos confesaba, personalmente, que él se ha limitado a denunciar un “status quo insostenible”, que existe en muchos países de Hispanoamérica y que, antes de que se traduzca en una tragedia, debería ser solucionado de raíz abordando como tema principal la desigualdad social.
El arranque de la película, presidido por el mural abstracto de Omar Rodríguez-Graham titulado “Solo los muertos han visto el final de la guerra”, que recuerda en su composición el Guernica de Picasso, es una advertencia de lo que veremos a continuación, una venganza de los indígenas contra los que consideran sus explotadores. Un metraje de tan solo 88 minutos que se hace muy largo porque no deja ni un resquicio a la esperanza.