Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


El Serapio

22/11/2022

La corta y angosta calle de Méndez Núñez tuvo en su día una intensa vida comercial y popular. Desde la Churrería de la Plaza hasta aquella Droguería Ríos que hacía chaflán con la calle del Cura, encontrábamos la Imprenta Ruescas, la Tintorería La Madrileña, Novias Galo, el Bar Monterrey, la vieja La Higuerica (felizmente ocupando hoy otro local), y la mítica Bodega del Serapio, ahora reabierta como taberna. Este viernes pasado volví a entrar en aquel viejo despacho de vinos que regentaba el Serapio ayudado por su fiel José, quien con un carro de reparto distribuía por Albacete las finezas del manchego bodeguero. El Serapio era ancho de espalda, rematado en una prominente barriga que tapaba con largo mandil. «Peinaba» una amplia calva que le investía de seriedad y respeto. Despachaba vino a granel, rellenando desde su tinaja la garrafa forrada de caña que traías de casa. También elaboraba exquisita y morisca zarzaparrilla y un alambicado vermú del que solo él sabía la receta. Los críos de entonces, que de altura no llegábamos a la barra desde donde el Serapio despachaba y sobre la que con corta tiza hacía la cuenta en pesetas, veníamos a su establecimiento con el encargo de las madres. Me imagino la que se liaría hoy si un niño saliera de una bodega, como nosotros entonces, con una garrafa de vino en la mano. En el zaguán de entrada, el Serapio almacenaba los envases de vidrio, entonces retornables, de La Casera, la albaceteña gaseosa La Pitusa o de aquellas Mirindas. Por Navidad, el Serapio apiñaba allí las cajas de madera de los queridos cavas catalanes de Freixenet o Codorníu, entre las que se cobijaban los gatos de la calle. El Serapio era del FC Barcelona y un poster del mítico Cruyff pegó en la tinaja de la izquierda y en la otra gran vasija uno del Trofeo Carranza de 1974 con Pelé de estrella y publicidad de las Bodegas Garvey. El viernes regresé a lo que hoy se llama La Bodega de Serapio. Un par de camareros, correctos pero despegados y fríos con el cliente, me atendieron. Pedí un tinto de Albacete y me dijeron, para asombro, que por copas solo tenían de Toledo y de Alicante. Levanté la copa de vino toledano y brindé toreramente por aquel Serapio, el auténtico.