Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Paño signario

02/04/2022

Lezama Lima fue para mí la revelación de un reino. Hay escritores que de por sí son trenes de largo recorrido, al decir de Andrés Trapiello, que uno puede o no tomar, escritores de dilatado aliento y de una mar grande donde se toma un baño bautismal como una liturgia pagana. Pero, al punto, uno sabe qué será ese tren y que el viaje será largo, como que jamás lo olvidará y se felicitará de haberlo tomado. Lo de Lezama es otra cosa. Lezama es él solo una monarquía. Su Paradiso es un misal barroco que es antesala e hilo de su poesía. En un ensayo que era el monarquismo de su corte (en los trenes somos viajeros sobresaltados; en Lezama hay adhesión incondicional), en un ensayo que tituló como La imagen histórica, Lezama nos hablará de Leonardo, de la distancia de un tiro de ballesta entre dos hombres, de las bodas que no habrá en el mundo de la resurrección, de la imagen que uno devuelve acrecidos «los carismas recibidos en el verbo», y de la poesía como la forma probable de la caridad, «todo lo cree, charitas opina credit». En esta parábola Lezama dirá lo que es poesía remitiéndose a un hallazgo de Gianbattista Vico -en realidad un apunte humilde para ajustar la distancia del tiro de ballesta del que habló Leonardo y poder abajar, de propósito, lo que va a decir a continuación, en su carismática escritura-. «Vico, hacía de la poesía la línea donde lo imposible, lo no adivinado, lo que no habla, se rinde a la posibilidad». En su misal, en Paradiso, había hablado del fiarse en exceso de la voluntad (la poesía no ha de ser voluntarismo) y reivindicando su misterio, «cuando ya no vemos sus fines es cuando se hace para nosotros creadora y poética». Ese «fiarse en exceso», tomarse en confianza el verbo, ajustarnos sin tomar el precio de contado, para recibirlo en adelante o esperar con firmeza o seguridad la gracia del poema, confunde el carisma con lo no adivinado, aquello que no habla y se rinde a la posibilidad. En Paradiso dejará un salmo que es o será la impronta -el tiro de ballesta- para rasgar el velo, «devorando las sílabas como un fantasma que atrasa el reloj». En ese atraso del viaje se aparecen los raíles mistéricos que el monarca ofrece como paño signario.

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