Yeste, para los cinco sentidos

E.F.
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El fin de semana de la Feria de Tradiciones, los alrededores del Castillo ofrecen una experiencia de aromas, colores, sonidos, sabores y texturas que ayer culminó con la recuperación de la trilla tradicional

La trilla se hizo en la Plaza del Convento. - Foto: A.P.

Hay sitios y situaciones que te entran de golpe por el olfato, te enganchan por los ojos y oídos y te rematan con el gusto y el tacto, como Yeste y su Feria de Tradiciones, que se celebra a lo largo de todo el fin de semana.

Son las 11 de la mañana. Los primeros puestos que reciben al visitante, por la cuesta que lleva derecha a las inmediaciones del Castillo avisan por sus aromas que la cosa va muy en serio porque la bienvenida huele a encurtidos, a quesos, embutidos y especias.

Se almuerza recio. En cada puesto que ofrece comidas, y son muchos, hay un corro de parroquianos que cogen fuerzas, unos naturales de la zona y otros visitantes que acaban de sobrevivir a la odisea de hallar una plaza de aparcamiento y quieren reponerse.

Al poco de abrir todo, el Castillo ya se empieza a llenar. En poco tiempo, ya habrá cola para entrar. Aquí están los artesanos, los que atesoran los saberes y las técnicas de antaño, de cuando las cosas se hacían para durar generaciones y todo iba a a base de paciencia.

En el patio con galería, los esparteros tejen la pleita con la que se hacen enseres útiles y al mismo tiempo bellos, desde cinchos para hacer queso a cestos o fundas para proteger botellas. No muy lejos, trabajan el que trenza el mimbre o el que confecciona abarcas.

Por un dintel rústico se pasa al patio de armas. Aquí suena el repiqueteo del yunque del herrero, mientras se torran garbanzos, se hace jabón, el alambique burbujea para destilar el orujo y fuertes pies de mujer pisan la uva o moldean la arcilla roja de los adobes.

En el primer piso, están las labores más delicadas de todas. Junto a la abuela que maneja con ojo certero y dedos ágiles los bolillos de los que surge un delicado encaje, la madre le dice al hijo: «Fíjate bien, no lo olvides porque puede que sea la última que queda».

En la sala contigua, niños y niñas aprenden los rudimentos del arte de tejer bajo la atenta mirada de una artesana que hila en la rueca mientras otra mueve con aparente facilidad la lanzadera del telar. Pero atentos, que desde muy abajo empieza a llegar la bulla.

La música sube desde la Era hasta la Plaza del Convento. Un burro cargado de mies encabeza una procesión profana 'armada' de guitarras y requintos. La comitiva se acelera y una moza grita imperiosa  «despacio, Pedro, ve más despaaacio» para que no vaya tan rauda.

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