Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Suite nocturna

28/10/2022

Toda ciudad ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta. Bien para cantar sus virtudes o sus desdichas, bien para ejercer una constructiva crítica social, como Machado pretendió con España en El mañana efímero de Campos de Castilla. También hay una poesía costumbrista que brota de la experiencia convertida en conocimiento: Granada, calle de Elvira, donde viven las manolas, las que se van a la Alhambra, las tres y las cuatro solas. Ahora vas y superas a Lorca.
El territorio que hoy forma Castilla-La Mancha, mucho antes de convertirse en una región inventada, ha tenido quien le escriba, ya sea en prosa o en verso. Da igual que el autor de El Quijote no quisiera acordarse de ese lugar de La Mancha. En la obra más destacada de la literatura española queda claro por donde anduvieron Alonso Quijano y su inseparable Sancho Panza. Molinos -gigantes- en Consuegra y Campo de Criptana y todo el Campo de Montiel, donde en Villanueva de los Infantes no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Hasta la castellanísima Sigüenza, que, a muchos kilómetros de La Mancha, también se cuela en el genial libro de Cervantes. De hecho, es la primera localidad real que aparece mencionada en El Quijote. Es en la ciudad de El Doncel donde se graduó el cura con quien discute el protagonista sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula.
Puestos a encontrar descripciones de lugares en la literatura universal, en el siglo anterior a la publicación de El Quijote, Garcilaso de la Vega cantaba a Toledo. El poeta del Siglo de Oro nació en la ciudad que ocuparía la corte española en los años centrales del siglo XVI y allí situó las aventuras amorosas de sus églogas en versos marcados por el río y todo su entorno: «De allí con agradable mansedumbre el Tajo va siguiendo su jornada y regando los campos y arboledas con artificio de las altas ruedas».
Guadalajara también ha tenido sus grandes momentos de gloria en la literatura. Ahí está uno de los mejores libros de viajes de la historia: Viaje a la Alcarria. Cela inmortalizó la comarca más representativa de la provincia dejando para siempre el recuerdo de lo que fue, de lo que es y, quizá, de lo que pudo haber sido. Además, también donde se sitúan parte de mis orígenes, José Luis Sampedro retrató un Alto Tajo virgen y salvaje en El río que nos lleva, contando de forma cumbre un oficio y unas gentes de otra pasta.
De la Guadalajara en verso podemos acudir al Marqués de Santillana y a Ramón de Garciasol, que nació en Humanes y está considerado como uno de los principales representantes de la poesía social española. Entre los vivos, destaca José Antonio Suárez de Puga, del que ya hemos escrito alguna vez que es uno de los mejores intelectuales que ha dado esta región.
Hace ya casi 40 años que en un lugar destacado de las letras alcarreñas figura Jesús Orea. Guadalajareño militante, acumula una amplia trayectoria periodística que le ha acercado a todo tipo de géneros literarios: el ensayo biográfico, libros con referencias históricas y también didácticas, dedicando una parte de su obra a atraer a los niños a la literatura y a la provincia. El año pasado empezó a coquetear con la poesía, con un primer poemario que llamó Suite Comillas, localidad cántabra que le sirve de retiro más allá, incluso, de lo espiritual. Ahora nos regala Guadalajara Suite Nocturna, que es un retrato preciso y precioso de la ciudad que conoce, quiere y de la que presume, esto último no demasiado habitual.