Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Alegre servidumbre

07/05/2022

Maquiavelo, en su exilio de San Casciano, se dijo suficientemente acompañado con la Historia de Roma de Tito Livio y las Vidas Ejemplares de Plutarco. Maquiavelo, en su isla desierta (todo exilio procura el desierto intelectual y afectivo) eligió, privilegio de su persona, una casa de campo que disponía de una ruta subterránea que le llevaba a la taberna L'Albergaccio. La ruta le servía para no ser visto de camino al vinazo y al juego -y ya sabemos que los jugadores y libertinos se protegen- y para hablar con los viajeros. A la vuelta a su casa de San Casciano   -quizá se tambaleaba un tanto por entre el pasadizo subterráneo- Maquiavelo se togaba y ordenaba y concertaba las repúblicas, en altavoz y por unas horas, paseándose por su cuarto y soportando la acidez del vino. Apreciaba mucho la escritura de Plutarco, cómo Teseo luchaba con el tiempo antiguo -Teseo y su sepulcro, asilo para los esclavos y miserables- o Rómulo, que era religioso y dado a la ciencia augural; y recordaba la Esparta donde las mujeres lavaban con vino a los niños para procurar su fortaleza, huyendo de los cuerpos enfermizos -los vinos quinados antiguos que nos hacían beber nuestras abuelas-. Me he preguntado a lo largo del tiempo qué libro me llevaría a una isla desierta o al exilio forzoso o al exilio que a uno le llega ya muy viejo y anhelando paz. De joven siempre pensé en el Quijote, si uno lo lee al modo romántico -y románico, que no gótico- y luego a todo Shakespeare, pero me di cuenta que me llevaba traducciones (no sé idiomas) y que yo mismo me engañaba. Desde hace ya un tiempo largo sé que me llevaría el libro que muestra al hombre que fui, al que soy y al que seré, el libro que regla la militancia y la muerte triunfante, el libro que me conmueve y que fue el sustento de nuestra civilización. Me acompañaría de la beligerante escritura de Pablo y me retiraría, en las noches desérticas, leyendo en tornavoz el padrenuestro recogido por Lucas y Mateo, descontando, noche tras noche, mi peregrinaje, sin mirar atrás, y recordando (quizá con Plutarco y Maquiavelo) al dios Término, que ha de guardarse como vínculo del poder, «pero argumento de injusticia cuando se traspasa». Y hacer de la fatiga alegre servidumbre. 

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