José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Indolencia

24/11/2021

En muy raras ocasiones sufro golpes de indolencia. Los sufro con la misma entereza con la que aguanto los de la gripe o los de la lumbalgia. La indolencia duele, aunque no se note, y por fortuna me sobreviene lejos del ámbito de trabajo y siempre en momentos en que el cuerpo se relaja con el anestésico de la ociosidad.
El viernes pasado, después de comer, enfermé de indolencia. Me sentía agotado después de haber soportado el peso de una semana cargada de trabajo y de estrés. Estaba tan cansado que, tumbado en mi sofá, apenas pude cerrar los ojos para aliviar la fatiga. La indolencia te impide pensar, te frena el habla, te aleja de todo, te aísla en una bruma de ostracismo, te agarrota la voluntad de leer y de escribir, te paraliza los músculos de las piernas para que no puedas levantarte. El estado indolente es un estado vegetativo. Encendí el televisor para encontrar algún estímulo positivo que me sacara de mi postración. Los informativos de los principales canales con las mismas escenas en directo de las mismas lenguas de lava cayendo al mismo océano, 20 minutos de imágenes de lava y de periodistas informando sobre la calidad de aire, 20 minutos con lo mismo durante dos meses. Zapeo: Tenedor y Mochila, Galería del Coleccionista, En compañía, Los misterios de Murdoch, Infierno en las calles, reposición de la Vuelta Ciclista a España, un documental sobre el crimen de los niños de Atlanta (ni idea), Ley y Orden, Los piratas de Malasia. Me paro unos instantes en la película, no sé para qué. Zapeo: Friends, Elif, La que se avecina, Erkenci kus (Pájaro soñador) -las películas alemanas ñoñas e infumables de los domingos ya no están solas: han llegado series turcas de títulos imbéciles-. Caso cerrado, CSI Miami, Planeta Calleja, El increíble Dr. Pol, La fiebre del oro, Hoy Jugamos. O alimentas tu estado vegetativo con tanta basura, me dije, o te levantas, aunque sea arrastrándote, y haces algo.
Apago el televisor. Me incorporo, en el baño me echo agua fría en la cara y me tomo un café en la cocina. Fuera, la vida sigue. Salgo de casa y me lanzo a las aguas secas del bullicio para dejarme arrastrar. Soledad de luces y de voces.