Disgustos Veraniegos

J.F.R.P.
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«Ni los que suelen regalar optimismo se atreven a ofertar esperanza y se dedican a advertirnos sobre los trimestres peores»

Un ciudadano llena el depósito de combustible de su coche. - Foto: T.F.M.

Muchos ciudadanos están de acuerdo en reconocer que estamos viviendo un verano distinto. Demasiadas veces experimentamos tiempos originales, escenarios tormentosos en unos años absolutamente innovadores, pero de lo peor.

Los reiterados cabreos atropellan expectativas para recordarnos que avanzamos hacia lo que algunos denominan progresismo, que no tiene nada que ver con el progreso en bienestar general, donde las mayorías pretenden acomodarse para organizar sus vidas y facilitar el futuro de los suyos y, si es posible, de los demás. Los hay que insisten en reconocer que una privilegiada minoría ha mejorado sensiblemente su posición social y se han dotado de privilegios a costa de una caterva de indolentes, que se dejaron arrastrar por ofertas de futuro, generosamente prometidas.

Para muchos, que notan el desprecio habitual, no habrá más remedio que esperar a la siguiente consulta electoral para intentar desalojar del poder a semejante banda de mentirosos, que insisten sin despeinarse sobre las bondades de sus proyectos ideológicos, mientras una clase menos favorecida engorda las listas del olvido y desesperación. Repasando cada ocurrencia diaria comprobamos que no hay razón alguna para sentir alivio en la retahíla de desgracias que rellenan la parrilla televisiva, donde nos engañan alabando o desacreditando.

Será complicado optar por una papeleta adecuada entre el abanico de manipuladores sociales empeñados en conservar o conseguir la manija del poder. No quedan ni ganas de protestar, porque hay mucho agotamiento y desconsuelo. Hasta los que sacan las banderitas de la reivindicación está incómodos, porque se les nota una puesta en escena falsificada buscando alguna justificación social. Vergüenza ajena de tanto sicario ideológico acomodado en el conformismo culpable, que atemperan su indolencia conforme les rellenan las cuentas corrientes. En otros lugares, donde no hay tanta influencia y poder, están acudiendo en masa los que necesitan comer cada día, esos reductos de la solidaridad donde no es preciso adherirse incondicionalmente o rellenar un carnet de afiliación.

Hay más gente adormilada que acólitos partidistas de la mentira oficial. No cabe un sinvergüenza más, en eso si se ponen de acuerdo muchos ciudadanos cabreados, porque los que pueden pagar consumo, donde los impuestos agreden sin tapujos, notan que el euro se queda en nada cuando pretenden comprar una sandía.

Tampoco pueden consolarse en el maldito instante de echar combustible, cuando los adjetivos calificativos compiten en gravedad para desahogarse conciencias, hasta ahora pacíficas. Y los militantes del absurdo todavía aguantan con firmeza las monsergas de sus líderes buscando argumentos para explicar que los dirigentes de España no tienen nada que ver con esta maldita situación veraniega.

Y debemos prepararnos para la octava ola del aumento de los precios, porque el otoño anuncia mayores penurias. Ni los que suelen regalar optimismo se atreven a ofertar esperanza y se dedican a advertirnos sobre los trimestres peores. Alargan el reflote de no se sabe muy bien qué, aunque no es más que perder capacidad para pagar por cosas que hasta ahora no suponían especial dificultad. Y nos regalan estadísticas manipuladas, que no resisten un detenido análisis, pero les da igual, mientras haya creadores de opinión alardeando de una verdad falsificada. Faltan cientos de miles de trabajadores en la mayoría de los sectores profesionales y el número de parados supone una afrenta al sentido común.

De un modo u otro, como una especie de carrera de pillos, se ha relanzado la economía sumergida para esquivar una verdadera avaricia recaudatoria de unos tragaldabas sin límite, que se reparten el dinero para aguantar todo lo imaginable. Una gran mayoría de ciudadanos, al menos esa es la impresión, piensan que sobra ideología y falta honradez.

Habría que descontaminar a esos derrochadores del demonio para conseguir recuperar buenos gestores de la cosa pública, los que saben y también los que pueden, con el fin de encontrar el modo de reducir con la mayor eficacia posible, aunque sea un poco, esta serie interminable de disgustos veraniegos.  

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