Editorial

España necesita pactos de Estado que son posibles y perentorios

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La política española necesita regresar con urgencia a su razón de ser. La ruptura de un sistema más o menos estable basado en el bipartidismo, aunque casi siempre atenazado por los nacionalismos, prologó una nueva era que, lejos de forzar lugares de encuentro y de abrir la visión periférica de representantes y representados, deviene en una radicalización constante de todos los espacios políticos, quedando el centro, entendido como tal un lugar de encuentro liberado de lastres ideológicos, desertificado. Sucede, y esto lo agrava, en un contexto de tremendas dificultades en el ámbito económico y de fuertes amenazas globales, concretadas en los últimos años en la pandemia, la crisis de componentes y suministros o la invasión de Ucrania.

En escenarios críticos, y este lo es aunque solo sea por la concatenación de daños y amenazas, la política de un país debe mostrar una responsabilidad histórica, pero nada sucede si eso no viene catalizado, incluso forzado, desde la sociedad civil. En España, sin embargo, está ocurriendo exactamente lo contrario. Se persigue dividir a la calle para legitimar la fractura parlamentaria que tanto daño está causando a un país colmado de posibilidades. Y se consigue.

No hay que irse lejos para encontrar ejemplos edificantes ante situaciones límite. España firmó los Pactos de la Moncloa en la prototransición para reconstruir su sistema económico, y lo hizo impulsada por una amenaza que hoy regresa con fuerza: la hiperinflación. A aquellos acuerdos, a los que se acabaron sumándose incluso quienes los rechazaron en su génesis, sucedieron otros, siendo acaso el más celebrado el Pacto de Toledo, que sirvió para blindar durante décadas el sistema de pensiones. Más recientemente, España supo unirse para atajar lacras como el terrorismo de la organización criminal y terrorista ETA o la violencia machista.

Es urgente que la sociedad tuerza la voluntad divisoria de los partidos políticos -o al menos de los constitucionalistas, que suman mayorías cualificadas- y los pactos de Estado dejen de ser una entelequia para regresar a la agenda parlamentaria nacional. El ejemplo dado durante la gestión de la pandemia resultó desalentador. La manida y falsa cogobernanza fue empleada para levantar muros políticos que no ayudaron a dar respuestas rápidas y coordinadas frente a una amenaza que ha causado oficialmente más de 100.000 muertes en nuestro país. Más de lo mismo está sucediendo con la gestión de la crisis energética y su derivada huelguista. Todo, agravado por un Gobierno bipartito y bipartido y por una oposición debilitada y desnortada. Es momento de virar 180 grados. Y el que no sepa o no quiera hacerlo, sobra.