El pacto PP-Vox es un mal menor

Carlos Dávila
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Mañueco se ha casado en matrimonio de necesidad con un partido mucho más digno que el PSOE, el cómplice del blanqueamiento criminal de ETA

El líder de Vox en Castilla y León, Juan García-Gallardo (i) y Alfonso Fernández Mañueco, tras sellar la alianza. - Foto: M. Chacón (ICAL)

En primera persona: no conozco un solo acuerdo de coalición en el mundo -escribo en el mundo- donde los contrayentes hayan acudido a la boda henchidos de entusiasmo. Desde Alemania, ejemplo clásico, hasta Dinamarca, los gobiernos de necesidad se han constituido porque no había otra forma para salir adelante tras unas elecciones.

Y no ha habido excepciones. Sin ir más lejos, en el Reino Unido donde Cameron tuvo que soportar unos años la presencia de los liberales, o en Alemania, con gran costumbre en este tipo de consensos, hay reciente historia de ejecutivos democristianos y socialdemócratas juntos (ahora mandan los tripartitos). 

No hace falta recordar más paradigmas, sencillamente, porque no existen casos diferentes. O sea, que, como se decía antiguamente en los pueblos de las dos Castillas y de León: «Nuestros padres de consuno, nuestras bodas acordaron». 

Este es el caso que, traspuesto a la actualidad política tras las elecciones del 13 de febrero, puede quedar así: nuestros votantes, de consuno, nuestros pactos acordaron. Ni más, ni menos. Es decir que, para el caso, es mejor un acuerdo de circunstancias que una repetición de los comicios. Esa es la razón principal y evidente que ha movido a Alfonso Fernández Mañueco a moverse de su inicial y muy persistente rechazo a un pacto de urgencia 15 minutos antes de formarse las Cortes.

Muchos analistas y políticos, también periodistas, se instalaron en el «no es no» por una circunstancia básica: nadie creyó de entrada que la victoria de Mañueco resultara tan apretada como al final lo fue. Desde luego, tiene que haber sido una tarea titánica el acercamiento entre dos partidos que, como si se tratara de parejas enfrentadas, se pueden ver bastante poco, entre otras cosas porque uno, Vox, es una excrecencia del otro, Partido Popular. 

Contaré que 24 horas antes de abrirse los colegios electorales, Mañueco ya conocía, por los últimos sondeos, que su triunfo iba a ser, como suelen decir los castizos: «muy justito». Si acaso, un procurador más: jugarretas de la muy proporcional Ley d'Hont.

De manera que los coligados han llegado a la firma con alguna esperanza: el PP con la idea, muy generalizada por la experiencia, de que está comprobado empírica e históricamente que en un acuerdo de este jaez sale perjudicado el partido menor, como le ha ocurrido a Cs en la anterior legislatura. 

Vox, por su lado, quiere demostrar varias cosas: primero, que ya es una formación «de Gobierno». Segundo, que encandilará a sus electores con decisiones que le asentarán como alternativa de la derecha española; tercero, que, ya sentados en el Consejo, sus representantes enseñarán al público en general que no son unos talibanes, que sus propuestas pueriles de oposición pasarán a peor vida arrumbadas por la exigencia de una labor administrativa. No es mal reto para un estreno que y, según ya se está entreviendo, no es una experiencia in vitro para la próxima cita electoral de Andalucía. 

Es curioso que sin haberse aposentado Feijóo en su nueva Presidencia partidaria, ya se ha comenzado a especular con que el líder in pectore (le falta la votación del día 1 en el Congreso de Sevilla) no tendrá más remedio que atenuar sus distancias con Abascal. Quien proclame eso, es que poco conoce al propio Feijóo y su trayectoria. El es un ganador y, hasta ahora, se ha desprendido de los marginales gallegos del PSOE, de los nacionalistas y de Podemos sin aspavientos, pero con extrema crudeza. 

Llegar a la Moncloa

Anticipo que, salvando matices, en estos meses que quedan para los comicios andaluces, Feijóo actuará de la misma forma. Porque vamos a ver: ¿a quién se le ocurre que va a practicar la estrategia del conchabeo? A nadie. El PP se la juega para llegar a La Moncloa. Las ocho provincias sureñas normalmente anticipan -esa es otra constancia- cuáles van a ser las próximas siglas que se lleven el gato al agua en las siguientes generales.

Por tanto, la sugerencia estriba en que se tome el acuerdo de compromiso con pinzas. No es trasplantable a lo que pueda ocurrir en lo sucesivo, pero sí ha nacido con vocación de permanencia. Se ha insistido mucho en las concesiones que Vox ha arrancado a Mañueco, pero ha pasado desapercibida una función que el presidente ha reclamado para sí y con la que se ha quedado: la Portavocía del Gobierno. Nada de repetir lo sucedido en la anterior legislatura cuando el entonces vocero de «todo el Gobierno», Igea se convirtió en provecho propio en portavoz de «sí mismo» a menudo marcando paquete contra su propio jefe. No es poca cosa para Mañueco el no tener a Juan García-Guerrero, que ni siquiera llevará consigo el adjetivo de «vicepresidente político» en el Consejo de Gobierno.

El pacto PP-Vox es un mal menor. Es, en resumidas cuentas, «de necesidad» extrema, concebido desde el partido mayoritario, y no son palabras del cronista, como «un mal menor». Mírese por donde Tomás de Aquino se ha colado en la actualidad española. Y esto es lo que ahora toca apoyar: el PP no lo quería y Vox sí lo quería, pero esa certeza ya resulta vejuna: se ha hecho porque se tenía que hacer y déjense ustedes de echar agua al vino de la Ribera.

 

Reparto de carteras

Queda el paso comprometido del reparto de carteras. Y en este punto, se ha producido el primer debate o, incluso, si lo quieren, la primera discrepancia: Vox ha exigido ocuparse del campo, de la Agricultura, consciente de la extrema indignación que existe en los trabajadores, propios o ajenos, del sector. Aquí reside un pilón de votos ciertamente conservadores en los que Vox, con mucha habilidad, quieren arar. Pero Mañueco se resiste: se queda con otro marronazo, la Sanidad. Y en un trueque que parece no tener mucho futuro; ofrece a los de Abascal, la función de Fomento, que no es atribución corta en un momento en que todas las estructuras de la región precisan de una reforma, también de una ideación, absolutamente urgente. 

En horas, sabremos cómo se dilucida este inicial contratiempo. Mañueco, en todo caso, no se ha casado con la más fea, por seguir con el añadido del principio; se ha casado en matrimonio de necesidad, con un partido mucho más digno que el PSOE, el cómplice repulsivo de algo que está pasando casi ignorado entre tanta Ucrania, restos de la COVID, y más o menos impuestos: el blanqueamiento criminal de ETA. 

Una vez le dijo Otegui a Sánchez: «Ahora te toca a ti». Pues bien, Sánchez se atiene a esa obediencia.