Creo que en esta vida hay dos clases de todo o de casi todo, además se trata de dos posturas diametralmente opuestas. Hay dos clases de silencio, por un lado está el silencio cobarde, el mediocre, el gris, el mutismo de las mentes aborregadas y, por otro lado, el silencio inteligente, el que prefiere no entrar al trapo en conversaciones tristes, estériles o de contenido podrido.
También hay dos clases de soledad, la que llamamos elegida, que te permite disfrutar de tu espacio, tus pensamientos, tu libertad absoluta, tu ausencia de necesidad de fichar dando explicaciones y la soledad sufridora, la que te aisla, la que te maltrata y te hace sentir pequeña, vulnerable, desgraciada.
Hay dos clases de sonrisa, la cínica, más falsa que una moneda de chocolate, ésa que sirve de máscara para los envidiosos acomplejados y es el complemento perfecto para intentar herir y que destila maldad y la sonrisa alegre, la que se dibuja con el corazón, la que saluda y desea que tengas un buen día, la que suma y hasta multiplica.
Dos clases de relaciones, la tóxica, que te atrapa y secuestra tus alas, la que mutila tu espontaneidad, la que somete y amordaza, la que castiga y censura, la que humilla y arrastra al infierno y en sus antípodas, la que te impulsa, la que te peina el flequillo un día de lluvia, la que te protege y te cuida, la que cura y abraza dibujando el lugar más seguro y ese sitio al que siempre deseas volver.
Y así sucesivamente, y así en todos los aspectos de nuestra historia, de nuestros días, de nuestros caminos.