'El Blanco' y la Cofradía de las Ánimas Benditas

Elvira Valero de la Rosa (*)
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Se aventuran varias hipótesis sobre el origen de la tradición, así Concha Vázquez la vincula a las mascaradas de invierno investigadas por Caro Baroja

El singular personaje recorre las calles con un fin piadoso. - Foto: G.G.

Cada 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, recorre las calles de El Ballestero un singular personaje: El Blanco con su característica vestimenta blanca, alforjas y campañilla. Su misión es recolectar dinero -también alimentos en épocas pasadas- con el fin de celebrar misas para sufragio de las ánimas benditas del Purgatorio. El Blanco o Ánima muda responde a una promesa, quien la cumple debe observar el más estricto anonimato. Nadie lo puede reconocer, ni siquiera si es hombre o mujer. De ahí que lleve la cara tapada, ropas holgadas, zapatos quizá falsos… En vez de voz usa una campanilla que previamente ha tomado de la iglesia. Suele salir muy temprano para que nadie deduzca su identidad por el lugar en el que aparece. 

Sobre su origen se sabe muy poco, pero se intuye que es una tradición muy antigua porque todos hemos oído contarla a nuestros mayores, y, estos, a su vez, a los suyos. Se han aventurado varias hipótesis, por ejemplo, Concha Vázquez vincula esta figura a las mascaradas de invierno investigadas por Caro Baroja, quien, a su vez, las conecta con las cofradías de ánimas. Otra teoría las relaciona con una repoblación de judíos conversos en el siglo XVII, teoría que desechamos por carecer de fundamento.

Sin embargo, las cofradías de ánimas y las limosnas pedidas el 28 de diciembre para sufragar misas sí tienen relación con los Santos Inocentes degollados por Herodes en torno a esta fecha, celebración que enlaza con el culto a los antepasados difuntos. La escasa documentación que hemos encontrado en el Archivo Municipal y en el Archivo Histórico nos permite vincular al Blanco con la Cofradía de las Ánimas a través de las limosnas. La primera referencia nos la ofrece el cura de El Ballestero, Manuel Aranos, quien en 1796 elaboró un informe solicitado desde la Chancillería de Granada sobre las cofradías del municipio. El párroco dice no saber la fecha de su creación, pero que, aunque tienen el nombre de hermandades, no se pueden considerar tales, sino que son devoción de los fieles. Esto nos indica que por aquellas fechas su fervor había decaído y sólo quedaban tres: las Ánimas, el Santísimo Sacramento y la de Nuestra Señora de la Encarnación. Celebraban los cultos debidos anualmente de limosna sin gravamen particular.

La relación entre limosnas y culto también se da en Ossa de Montiel, donde en 1770, el informe de cofradías, hermandades, congregaciones, gremios y otras cualesquier fiestas y funciones que conlleven gasto, nos habla de la devoción de las Benditas Ánimas del Purgatorio, compuesta por varias personas que se colegian o unen el martes de carnestolendas de cada año, hacen una soldadesca el martes con ofrecimiento de limosna que dan gratuitamente para invertir en el beneficio y sufragio de dichas benditas ánimas. 

En otros lugares de España, como Íllora (Granada), un estudio de Antonio Verdejo nos permite encontrar un punto de unión con la de El Ballestero. En aquel municipio sí se han conservado los libros de constituciones de la Cofradía de las Ánimas, por eso se tiene constancia de las obligaciones de la recogida de limosnas y del destino de estas para misas por las almas. Las limosnas se recogían en varias fechas, una de ellas, al igual que en El Ballestero, era el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes.

Esta Hermandad, como tantas otras, resurgió con fuerza tras el Concilio de Trento (1545-1563) en el que se impulsaron los ritos propios del catolicismo frente a su rechazo por la Reforma Protestante. Uno de ellos fue la exaltación del Purgatorio y las almas detenidas en él que recibirían alivio con los sufragios de los fieles, y, en especial, con las misas. 

A lo largo de los siglos iremos viendo como la Cofradía de las Ánimas en El Ballestero será la que reciba más limosnas por parte de los vecinos; la mayoría de los testamentos obligaban a celebrar un número determinado de misas por las almas del Purgatorio. Por este motivo llegó a acumular rentas y bienes. Su popularidad también se debía a su función asistencial y hospitalaria, basada en el socorro al hermano necesitado y la compañía en el entierro. Al fin y al cabo, las cofradías, y sobre todo la de Ánimas junto con las parroquias, eran las únicas que disponían de un ataúd, que era usado por toda la comunidad como medio de transporte hasta la iglesia, ya que el cuerpo se depositaba sobre la tierra. 

Las cofradías en El Ballestero eran muy antiguas, debieron surgir poco después del Concilio de Trento porque la primera noticia la encontramos en una escritura del año 1610 con las cuentas procedentes de las limosnas que a través de los testamentos recogía la Cofradía de la Vera Cruz, la de más fervor, y la cuota que pagaban los nuevos cofrades para ingresar en ella. Por lo tanto, debía regirse por sus propias constituciones o normas y tener un mayordomo que controlara las cuentas. Los cofrades estaban obligados a pagar ocho reales al ingresar en ella. Aquel año de 1610 ingresaron seis nuevos miembros, un número muy alto para la población, lo que nos indica que pertenecer a una cofradía era un signo de distinción y proporcionaba relevancia social a los cofrades que participaban tanto en las procesiones, funciones, como en los entierros, a los que debía asistir la hermandad completa del difunto con su cruz alta acompañando el cuerpo desde la casa hasta la iglesia. 

En 1614, a través del testamento de un vecino de El Ballestero, llamado Francisco Díaz, sabemos que existían cinco, porque a todas ellas les dejó dos reales. Sus nombres eran: la Vera Cruz (la más importante de todas), la del Rosario, la del Santísimo Sacramento, la de San Lorenzo, la de las Ánimas y la de Nuestra Señora de Villalgordo. 

En 1762 la de las Ánimas aventajó en bienes a la de la Vera Cruz porque compró la mitad de una casa, propiedad de Ana Carretero, en la placeta del Mesón. Las casas (se decía así, en plural, aunque fuera un solo inmueble) aún existen. Su situación se describe así: «lindan por el norte con dicha placeta y fachada del mesón, por oeste con calle que desde dicha placeta va a la de Cantarranas, por el sur con espaldas de las casas de Cristóbal Cabezuelo el mayor, y, este, otros barrios linderos». 

En el siglo XVIII, las cofradías habían disminuido su influencia. Los Ilustrados no eran partidarios de estas prácticas devocionales que  encontraban próximas a la superstición. En 1783 se decretó la desaparición de todas las cofradías gremiales, dejando solo las del Santísimo Sacramento y las de Ánimas. 

elementos del traje. El traje se compone de camisa, enaguas largas, caperuza y tela fina que cubre por completo el rostro. En conjunto obedece al que usaban los penitentes, disciplinantes o cofrades que acompañaban a sus hermandades en las procesiones o rogativas. Aquella vestimenta, ya descrita en El Quijote, consistía en antifaz, capirote y túnica o enaguas, a veces se ataba en la cintura con un cordón. En el caso de los disciplinantes dejaba al descubierto la espalda para recibir los azotes, aunque estas procesiones, por cruentas, fueron prohibidas en 1777. El color de las prendas era el blanco, que, aunque a primera vista nos hace pensar en la pureza, no responde a ese concepto, sino a la penitencia.

Para ilustrar lo que comentamos recurriremos a la aventura de Don Quijote con los disciplinantes en la que la extraña vestimenta de estos fue la causa del arrebato del caballero: (...) Venían unos hombres vestidos de blanco, a modo de disciplinantes… Don Quijote, que vio los extraños trajes de los disciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los había de haber visto […] se encaró con ellos y entabló pelea diciéndoles: «Vosotros, que, quizá por no ser buenos, os encubrís los rostros, atended y escuchad».  

(*) Directora del Archivo Histórico Provincial de Albacete.