Futuro a 3 bandas

Agencias-SPC
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Los talibanes y varias figuras de la vida política y social serán los responsables de determinar la etapa que se acaba de abrir

Futuro a 3 bandas - Foto: POOL

«Nuestra misión en Afganistán nunca fue crear una democracia unificada y centralizada», aseguró esta semana el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, después de la caída del país asiático a manos de los talibanes, quienes volverán a ponerse al frente del país 20 años después de que, precisamente EEUU, les expulsase del poder. 

La incertidumbre es ahora total en la nación, con el temor a que los extremistas recuperen la sinrazón del régimen caído en 2001 tras los atentados del 11-S en una ofensiva lanzada por la Casa Blanca con apoyo internacional. Ahora, sin embargo, la situación es bien distinta: Washington ha decidido dejar que sean los propios actores internos los que determinen la nueva etapa que está por llegar y mantiene la retirada de sus tropas de ese territorio.

Aunque sea una cuestión nacional, desde el exterior miran con preocupación cuál puede ser a parir de ahora el destino de Afganistán, mientras observan con detenimiento cuáles serán los pasos que tomarán los radicales.

Para empezar, en toda una declaración de intenciones, los talibanes están enviando mensajes de tranquilidad, tanto a los ciudadanos -y, en especial, a las mujeres-, como a la comunidad internacional, asegurando que tanto las embajadas como quienes trabajaron durante estas dos décadas para las fuerzas y organismos extranjeros no tienen nada que temer porque no habrá represalias -«no queremos enemigos internos ni externos», aseguran-. Tampoco se permitirá que se organicen ataques terroristas desde el país y han pedido a todos los funcionarios y trabajadores gubernamentales que vuelvan a sus puestos. En cuanto a las mujeres, han dado ya pasos de apertura, insistiendo en que «permitirán» que puedan trabajar y estudiar, aunque, eso sí, siempre «dentro de los límites del Islam».

A partir de esas premisas, comenzarán las negociaciones que mantendrán los talibanes con representantes de la vida política y social afgana. Con el presidente, Ashraf Ghani, huido justo antes de la caída de Kabul, ahora serán otros destacados dirigentes, como el expresidente Hamid Karzai o el negociador jefe con los insurgentes, Abdulá Abdulá -hasta hace unos días jefe del Alto Consejo Nacional de Reconciliación-, los encargados de gestionar un traspaso de poder. 

Más complicada se antoja la negociación con Amrulá Salé, vicepresidente primero del país, que se ha reivindicado ya como «líder de facto» tras la salida de Ghani y se niega a dialogar. «No me sentaré con los talibanes bajo el mismo techo», remarcó hace unos días. Una postura que puede entorpecer los planes de una transición pacífica, como reclaman todas las partes.

 

Consejo de coordinación

Otra transición a manos del expresidente Karzai

Tras la conquista de Kabul por parte de los talibanes, figuras de la vida política afgana crearon el Consejo de Coordinación para «evitar el caos» y gestionar «los asuntos relacionados con la paz».

Uno de sus líderes es Hamid Karzai, quien ya tiene experiencia  en participar en una transición. Tras la caída del régimen extremista, en 2001, fue nombrado presidente interino y fue elegido en las urnas en 2004 y en 2009.

Junto a él está Abdulá Abdulá, jefe del equipo negociador con los talibanes en Doha, quien perdió las elecciones contra Ghani, pero ha decidido seguir en el país. Y Gulbudin Hekmatiar, quien ha luchado contra Karzai, pero ahora se encuentra de su lado para intentar una solución adecuada para Afganistán.

 

Talibanes

Un grupo con líderes enigmáticos y unas intenciones dudosas

A pesar de su positiva declaración de intenciones de buscar un proceso pacífico en el que todos los afganos estén incluidos, su radicalidad no permite motivos para el optimismo. El mensaje inicial es visto como una manera de aplacar los ánimos, tensos ante la llegada de un nuevo Emirato Islámico fundamentado en la Sharia y el extremismo.

Los talibanes están liderados por Hibatulá Ajundzada, al frente del grupo desde 2016. Es una figura bastante enigmática y se conoce poco de su vida, más allá de que luchó contra los soviéticos y que impulsó los tribunales de la Sharia.

Su mano derecha es el mulá Abdul Ghani Baradar, uno de los cofundadores del grupo y rostro visible de los insurgentes, al encabezar la delegación que negoció el acuerdo de paz con EEUU, aunque de su vida se conozcan muy pocos detalles. Como responsable de la oficina política, ha sido el primero en llegar a Afganistán y se prevé que sea el encargado de cerrar un Gobierno inclusivo, que es el formato que han prometido los muyahidines. 

También entre los dirigentes se encuentra Mohamed Yaquoob, hijo del mulá Omar -fundador de la milicia- y responsable de las operaciones militares de los islamistas. Poco se sabe de él y, de hecho, no hay ninguna imagen suya hasta la fecha. Ha instado a los combatientes a no atacar propiedades privadas y a comportarse adecuadamente para evitar las críticas.

Y el último en el póker de líderes insurgentes es Sirajuddin Haqqani, actualmente una de las figuras más controvertidas del grupo. Su importancia estriba en que es el líder de la Red Haqqani, una de las milicias más violentas del país. Está en paradero desconocido y EEUU ofrece una recompensa de 10 millones de dólares por datos sobre él.

 

Los rebeldes

El poder «legítimo» se niega a ceder el mando

Amrullah Saleh, primer vicepresidente de Afganistán, ha decidido aferrarse al cargo. Tras la salida del presidente, Ashraf Ghani, reivindica que él es el jefe del Ejecutivo «legítimo» y, como tal, se niega a ceder el poder. «Nunca y bajo ninguna circunstancia nos plegaremos a los terroristas talibanes», aseguró hace unos días, lo que hace temer que la transición no sea pacífica, sino que se pueda encontrar con nuevos combates liderados por los seguidores de Saleh.

Junto a él, se encuentra Ahmed Masud. Hijo del histórico y carismático líder guerrillero Ahmea Shah Masud, conocido como el León de Panjshir y asesinado días antes del 11-S, hay varias informaciones que apuntan a que podría seguir los pasos de su padre y estaría reuniendo un Frente de Resistencia en el valle de Panjshir, situado a unos 150 kilómetros de Kabul y que no habría caído bajo control talibán.