Antonio García

Antonio García


Depresión

02/08/2021

En los juegos olímpicos, una participante, de la que desconozco el nombre y la especialidad, ha dado la nota, no por superar un récord que sería lo lógico, sino por renunciar a ellos: alegando exceso de presión y ansiedad, ha decidido retirarse de la competición. El teatrillo de una ganadora nata ha destapado la caja de los truenos y ahora resulta que no es la única en padecer esos síntomas: con cientos de casos parecidos se podría establecer otra olimpiada alternativa para ver quién está más deprimido. Ha tenido que ser una famosa la que dé el primer aviso -sincronizado con el del político Errejón, en el Congreso- para atender un problema que no es de hoy sino de siempre, de la cepa humana, solo que en los últimos años ha arraigado con la virulencia de un sarampión universal. Vivimos inmersos en una depresión de caballo, una enfermedad que no hace distingos pues además de agarrotar a deportistas de élite se extiende por el común de los mortales que no han hecho deporte en su vida, incluidos los que menos motivos tendrían para ella -por desconocer los vaivenes de la vida- como los niños. Elevar mucho el listón de expectativas, en la vida humana, fomenta luego estos batacazos, que podrían atenuarse un poco con una pedagogía menos triunfalista que la actual, esa que llama campeón al niño en cuanto da sus primeros pasos, que vende el éxito como alternativa única y destierra el fracaso como tabú. Durante la pandemia, Pedro Sánchez aplicó esa pedagogía a unos españoles infantilizados, hablando de moral de victoria, y el resultado de ese optimismo visceral, que mira a la realidad por encima del hombro, es que en la actualidad media España está deprimida.