Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El sueño

16/07/2022

Hay un par de sueños recurrentes en todo hombre. Jamás recuerdo mis sueños excepto aquéllos, pero desde hace unos meses he comenzado a soñar de firme -o a recordarlos de inmediato-. Quizá sean ensoñaciones -hace muchos años, al despertar de un sueño más que sugerente, y en la madrugada, por voluntad propia era posible volver a dormirte en el mismo sueño-. Al levantarte -o quizá al despertar- podrías recordar con claridad lo soñado -y sentirte bien tratado en la noche- y al cabo del día lo olvidabas por entero, a salvo algún pequeñísimo detalle que te hace decir: «soñé esta noche que acopiaba cigarros Montecristo, pero en el sueño yo sabía que no fumo desde hace años, y este recuerdo se deslizó vivamente al ver a mi vecino de despacho en plena fuma de una panatela; y hace unos días soñé que escribiría una novela (la tengo atascada) donde uno de los personajes se empeña en vivir con el periódico atrasado del día anterior; y en el sueño hojeaba una resma de papel muy precisa y lograda, pero al despertar no tuve la presteza de anotar, quizá por confiar en el recuerdo tan nítido, pero luego ya confuso». Los sueños recurrentes -ese par de sueños implacables- provocan un despertar violento. Con el paso de los años, el recurrente sueño se fortifica al modo en que las bacterias se acostumbran al antibiótico, de tal suerte que es capaz de orillar tu defensa en vigilia («esto que sueño no es así; mi negocio concluyó con éxito y ganó firmeza, no puede enjuiciarse de nuevo; o no hagas caso, el miedo y angustia de este primer sueño recurrente ya lo has desarmado, perderá fuerza si vuelves a soñarlo») y armar nuevas celadas que te conducirán, inexorablemente, a la angustia primeriza -el sueño se complica como en un ejercicio barroco. He querido soñar con mi padre muerto o con mis abuelos o mi hermano -todos muertos-. Ayer soñé que lo tenía todo -y al tenerlo todo era consciente de que también tenía, junto a la riqueza, la devastación, y disfrutando la riqueza sabía que mi rostro era como de espanto-. Una vez (fue solo una vez y lo fue en pubertad) supe que había soñado -o lo supe después- lo que era un remanso de paz y felicidad interior plena. Y he perseguido ese sueño sin éxito -quizá la edad presente lo corrompería-.

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