«¿Qué quieres que te regale este año, mamá?». Me pregunta mi hijo con su mirada de chocolate. Y lo miro callada mientras compruebo que ya apenas tengo que agachar mi cabeza para dirigirme a él y que sus ojos están prácticamente en la misma horizontal que los míos. Sus pecas, que son prolongación de las mías, siguen adornando esa cara niño bueno que poco a poco comienza a mutar en la de preadolescente curioso. Sus pecas, que son las mías, me recuerdan que esa persona de pelo negro revuelto nació de mí.
Y visitan mi memoria las diapositivas de su vida, que, como sus pecas, también es prolongación de la mía. Aquel día en que me dijeron que lo que latía en mi vientre era el corazón de un niño. Su llegada a este mundo de locos y el olor de la vida. Su mano menuda aferrada confiada a la mía. Sus noches de desvelo, que también era el mío. Sus días. Mis miedos a equivocarme. Sus primeras veces, que coincidían con las mías. Su llanto y su risa, mi tormento y mi aliciente. Sus abrazos a mi cuello porque era la única parte que podían abarcar, los míos a su cuerpo comestible. Él y yo. Hijo y madre. El vínculo más poderoso. El día que nace un hijo también nace una madre.
«Mamá, que te estoy preguntando, ¿qué quieres que te regale?». Y sigo callada, intentando aguantar la emoción que corta mi voz porque la única respuesta que tengo para dar a esa pregunta inocente es «hijo, tú eres mi mejor regalo».
Feliz día de la madre a todas aquellas mujeres que viven la maravillosa aventura de la maternidad.