Recordar este término es traer a mi memoria, aquellos tiempos en los que fui monaguillo del cura poeta, Carlos de la Rica, en aquel Carboneras de Guadazaón, 'villa de tren y caolín'. Sin duda, acompañar a este humanista fue para mí de las mejores cosas que me podían haber pasado, pues gracias a su influencia, tesón y propuesta, amé la palabra y la cultivé cuando estudiaba y sigo haciéndolo ahora que formo parte de esa gente mayor que hace gestión cultural como emblema.
Y me siento bien. Por eso –siguiendo la definición de la RAE- fui un acólito, pues acompañé en sus labores litúrgicas al buen sacerdote y tal cual, me sentí parte principal de un tiempo en el que se forjaban ideales de compromiso con el respeto y la familia. Y ahora, a tiempo pasado, no me arrepiento de ello, ni siquiera lo escondo en el baúl de los malos recuerdos, sino que me sirvió para valorar los fundamentos del 'querer ser' en tiempos donde el ser algo, tenía un precio demasiado alto.
Pero el término 'acólito' parece también funcionar fuera del espectro espiritual, sin más, al referirse al akolouthos –término griego-, que significa 'seguir a alguien', 'acompañar a alguien', 'compartir con alguien y apoyarle', sobre todo, en estos periplos donde acompañar constantemente a otro se lleva y mucho, cuando obtienes un beneficio personal. Los políticos de ahora –los que tienen una alta función- se les ve acompañados constantemente de acólitos, de esos que merodean a su lado, unos con función específica y otros, por si al final, la consiguieran.
Y es curioso este tema. Cuando las cámaras enfocan, detrás del susodicho o susodicha, siempre hay dos o tres personas, impávidos, que suelen asentir con su cabeza, en ese ademán de fortalecer las palabras de su 'jefe' sin apenas movimiento físico. Y cuando andan por la calle, por el pasillo del Congreso o por la travesía del tiempo, le siguen sin perder el ritmo, pisando normalmente la misma línea del que antecede, porque no pueden ni deben perder 'el camino', ya que de él viven y con él subsisten.
Y así pasa con todo en la historia. Aquellos acólitos de la liturgia –con hábito y vinajeras- han dado paso a los acólitos de la sabiduría, porque saben que haciendo esta labor –del que han sido privilegiados y afortunados- tendrán la posibilidad de sanar su alma porque conocen bien cuál es el papel que han de desempeñar y son como los 'regionarios de la Roma imperial' o como 'los ceroferarios de Antioquia', y ya saben lo que les espera porque son acólitos modernos 'con traje y escarcela'.