Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


La cacharrería de la nueva política

09/03/2022

Eran cuatro y queda uno. La nueva política ha devorado a sus criaturas con una ferocidad inusitada. La marcha de Pablo Casado le deja a Pedro Sánchez como el único superviviente de la primera foto electoral de 2019. Luego se incorporaría Santiago Abascal. Sánchez, el más astuto, el superviviente nato, el maestro del manual de resistencia, el mago de los conejos en chistera con tal de seguir y seguir y seguir. Le quisieron dar un golpe mortal en aquel Comité Federal de octubre de 2016 y puso en marcha una asombrosa maquinaria de resistir y persistir con un 'todo vale' que encontró en una moción de censura y en una aritmética parlamentaria de filigrana la puerta de entrada para acceder a las estancias monclovitas. Y en esas estamos, tras haber pasado lo peor de una pandemia atroz y con un mundo en convulsión total, ahora con una guerra en Europa de imprevisibles consecuencias. Sánchez, que ciertamente está afrontando los mayores marrones de todos los presidentes de la actual etapa,  sigue y asegura, como perdonándole la vida al eterno enemigo, que no tiene intención de convocar elecciones aprovechando debilidades evidentes y manifiestas, que todo sea por la estabilidad del país. Veremos.
Sánchez permanece porque es volátil y sibilino, un maestro del 'lo mismo da ocho que ochenta', ni importa demasiado el color del gato si caza ratones, un oportunista en toda regla. Pablo Casado, que es buena persona, ha tenido, sin embargo, fallos, que él mismo reconoce, y un asunto de celos. Ha tenido también un problema serio con la ubicación y el discurso, transitando de la moderación a la radicalidad con una velocidad  desconcertante. Ha querido, además, suplir su falta de mala leche, para los más realistas cualidad consustancial a la política de altos vuelos, colocando a su lado a un poli malo de nombre Teodoro que a veces ha sobrepasado con temeridad absoluta limites de los que dicta esa prudencia básica que también recomienda Maquiavelo al buen gobernante.
Se ha ido de la foto también Albert Rivera, el más egocéntrico, un chico de Barcelona sin acento catalán, lo cual le ha quitado atractivos necesarios, un político que vino a regenerar España desde la plataforma impagable de haber hecho frente en tierras catalanas a la apisonadora independentista. Caudal absolutamente desperdiciado por una ambición sin límites y una inmadurez muy reprochable. ¡Cuánto bien les hubiera hecho a muchos de nuestros jóvenes políticos haberse buscado y ganado la vida en otros mundos posibles! Rivera, ya en los cuarenta, presumía ante Bertín Osborne, poniéndose muy digno, de haber estado unos añitos, quizá cuatro, en La Caixa. Y uno, escuchándolo, no sabía si reír o llorar. Ahora pide una indemnización descomunal tras despedirle de un despacho de abogados de postín donde, según los propietarios, ni aportaba ni asistía. Tuvo en su mano, eso sí, conformar con Sánchez una mayoría absoluta alternativa a Frankenstein que hubiera cambiado la historia de España.
Y está Pablo Iglesias, que si no es inteligente al menos es listo como pocos. Pasó de la acampada a la moqueta en tiempo récord. Ha tocado poder, ha sido vicepresidente plenipotenciario, pero como la gestión no era lo suyo se retiró con la excusa de liberar Madrid del fascismo, aunque al que más le gusta leer biografías de Mussolini es a él mismo. Ahora se divierte a tutiplén como creador de opinión a tiempo completo y se le nota una felicidad en la mirada propia de un burgués más que satisfecho. Incluso se ha cortado la coleta aunque mantiene intacto su estudiado desaliño indumentario.
Eran cuatro y queda uno, más un Santiago Abascal en fase creciente. De 2015 a esta parte han pasado siete años en la política española y parece que fueran setenta. De los cuatro de la foto de abril de 2019 se ha quedado el más astuto. Eran todos de la nueva generación y de la nueva política. Todos criados ya en democracia, dispuesto a poner a nuestro país rumbo a nuevas metas. En la próxima foto electoral habrá, por fin, alguna mujer más, y un gallego que viene del otro lado de la historia, cuando la novedad aún no había sido concebida. De nombre Albero Núñez Feijóo, se ha hartado en ganar en Galicia y  se mete en la batalla con la certeza de que él sí que será capaz de sacar de la foto al que ni sus propios consiguieron quitarse de encima y ganarle la partida al que le disputa el terreno con fuerza por su derecha. No viene presumiendo, ni puede, de ser de la nueva política, quizá para no terminar en la cacharrería convertida ya en un baúl de los recuerdos.