Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


El tiempo periclitado

14/09/2022

Como una ola mediática de grandes dimensiones llegó a nuestra vida la semana pasada la noticia de la muerte de Isabel II del Reino Unido, y con la noticia un buen puñado de reflexiones sobre el momento actual de la sociedad mundial porque termina definitivamente, con esa muerte, el tiempo que vino marcado por el final de la Segunda Guerra Mundial. La reina inglesa, que de jovencita tomó juramento como primer ministro británico a Winston Churchill y poco antes de morir a la joven sucesora de Boris Johnson, Liz Truss, ha visto desfilar por su reinado asuntos determinantes: la creación de la Unión Europea, la caída del comunismo, la entrada y salida de su propio país en el club de las naciones europeas, y últimamente los cambios inciertos que concluirán con un nuevo mapa geoestratégico en el que la posición de su país, al margen de ser el aliado prioritario de Estados Unidos, también es una incógnita. ¿Volverá el Reino Unido a ingresar en la UE en algún momento?. ¿Hasta donde llegará su decadencia? ¿Qué pasará en Escocia e Irlanda?
La muerte de Isabel II, como la de Mijaíl Gorbachov recientemente, pone fin definitivamente a la juventud de los que vivimos aún los últimos coletazos de la Unión Soviética y un mundo en el que nuestro propio país, España, se abría paso con un esfuerzo muy meritorio entre las naciones importantes. Ahora todo es incertidumbre a la vez que desmesura en los gestos, como si así quisiéramos suplir la falta de asideros a los que agarrarnos. Porque, por importante que sea el personaje, es una desmesura decretar luto oficial en España por la muerte de la jefe de Estado de un país con el que mantenemos relaciones amistosas pero también conflictos enquistados como el vergonzoso colonialismo en Gibraltar
Es una desmesura igualmente el propio tratamiento dado a una reina de una gran importancia en la historia reciente británica, con aciertos incuestionables, como el fortalecimiento de la Commonwealth como alternativa al imperio británico desmantelado (ya podía haber imitado España ese modelo con la comunidad iberoamericana) o el comportamiento privado intachable en medio de un caos familiar de difícil digestión. A partir de ahí, la reina más importante que ha tenido el mundo británico no es Isabel II sino la reina Victoria, un personaje sin igual que además administró entre 1837 y 1901 uno de los mayores imperios que han existido en la historia de la humanidad. La época victoriana es, como nuestro Siglo de Oro, el santo y seña en la identidad de una de las grandes naciones del mundo.
Lo que sí deja claro la muerte de Isabel II, que parecía tan imposible como el reinado de Carlos III, su hijo, es que un nuevo ciclo histórico llama a la puerta, una etapa en la que entran en escena personajes extravagantes como el propio Boris Johnson, políticos de primera línea pero de escasa valía, más centrados en la creación de polémicas que en los gobiernos de altura, más agitadores que estadistas, más pendientes de la foto que del auténtico trabajo sobre el terreno. Es lo que nos toca vivir y este ya no era el tiempo de Isabel II del Reino Unido, que permanecía en el escenario como testimonio valioso de un tiempo cada vez más periclitado.
El nuevo tiempo está abriéndose paso con los ropajes de recién nacido y no sabemos a qué puerto nos llevará. En ese tiempo finalmente tomará parte Carlos III, con una personalidad que oscila entre la frialdad, la grosería y la extravagancia, pero en el fondo aún un desconocido, el rey que parecía imposible que alguna vez pudiera reinar encarará un reinado de transición que por motivos de edad no podrá ser tan largo como el de su madre. La monarquía británica, que de la mano de Isabel II ha superado crisis de gran envergadura, se mantiene de momento gracias a la enorme atracción de su simbolismo. Cuando Carlos terminé su labor, le sucederá el príncipe Guillermo, que recuerda a la malograda Diana de Gales, la única mujer que consiguió ganarse el afecto de los británicos y además, en oposición a la vieja reina difunta, la mujer que consiguió, con un estilo elegante, juvenil y más desenfadado, visualizar ante la opinión pública mundial a Isabel II como una ser duro de una frialdad glaciar. Treinta años después de aquello la reina discreta e inteligente ha sabido morir en medio de la consternación popular, cerrando la puerta de un tiempo en el que ella ha sido la última en salir.

«Este ya no era el tiempo de Isabel II del Reino Unido, que permanecía en el escenario como testimonio valioso de un tiempo cada vez más periclitado»