Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El converso

12/02/2022

Nada más arrebatador que un converso. Yo se lo debo todo. En 1977 leí Un uomo finito y esa lectura me procuró el premio Graciano de Periodismo -en mi despacho está enmarcado y firmado por Domingo Henares-. Aproveché esas noches tediosas (uno espera -y quizá no llegue- un tren de largo recorrido, asignaturas pendientes, Emily Dickinson o Jane Austen) para llegarme de nuevo a Papini y lo encontré viejo y desgastado. Borges escribió de Papini notablemente, de sus libros más famosos, Historia de Cristo, Gog, Dante vivo, libros «escritos para ser obras maestras, género que requiere cierta inocencia de parte del autor». En la España de 1942 se publicó Los operarios de la viña. Es un libro formidable y arrebatador -Papini se convirtió en 1921- donde destaca el discurso pronunciado en Florencia, en el palacio Pucci, Cristo Romano. De su libro destaca el capítulo dedicado a Jacopone de Todi, al incalificable Pío XI y un estudio -hoy muy aburrido- de Manzoni. Pero el Cristo Romano es de la misma llama de San Pablo, un ejército de palabras, la beligerancia del arrebatado que se apresura para recuperar el tiempo gastado en su paganismo o celebración atea. Su traductor, don Balbino Santos Oliveira, canónigo lectoral de Sevilla, no sabe cómo sujetarlo, y no deja de advertir los excesos del converso -la llama y la zarza-. Cuando Papini habla del anuncio de «la persona a la vez humana y divina de Cristo», Santos Oliveira interviene, para evitar esta frase a todas luces herética, «pues no hay en el Verbo encarnado más que una sola persona divina, por la cual subsisten ambas naturalezas» -pensamiento éste, sin duda, del autor, «aunque mal expresado». Cuando Papini destaca los graves pecados de David y Salomón, el canónigo se adorna de modo impecable -«debería hacerse la salvedad -al menos por lo que atañe a David-que después del pecado fue penitente y santo»-. Y don Balbino, casi agotado, corrige a Papini en la cita de Rom., 15, 28-29: «llegaré con la abundancia de la bendición del Evangelio de Cristo» (Papini, urgido por la prisa conversa, dirá «la plenitud de las bendiciones de Cristo»). Hay un formidable capítulo dedicado a la poética de Miguel Ángel, «Mis ojos, que codician cosas bellas / como mi alma anhela su salud».

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