Fernando Fuentes

Fernando Fuentes


Camareros en extinción

30/08/2022

Siempre que acudíamos a un bar a tomar algo, mi padre me decía que a un camarero bueno nunca le faltaba trabajo. Y que les gustaba ir cambiando muy a menudo de sitio donde impartir su maestría. Mientras disfrutábamos del ocasional piscolabis yo los miraba, con ojos de niño, y los veía como héroes nómadas, salvajemente libres, ataviados con impolutos mandiles y exhalando un sempiterno olor a espuma de cerveza y altramuces. Ahora leo en este mismo periódico que faltan baristas, así en general. Es como si se estuvieran extinguiendo. Ya no se trata de que aquellos tan selectos, de los que me hablaba mi padre, se hayan jubilado o retirado prematuramente, cansados de mal peregrinar por tabernas, restaurantes y pubs. Es que ya nadie quiere trabajar tras una barra o sirviendo mesas. El sector de la hostelería siempre ha sido uno de nuestros orgullos patrios desde el laboro. Desde tiempos inmemoriales hemos presumido de que gozábamos de los mejores bares del mundo, en los que, por supuesto, trabajaban los mejores camareros del planeta. Y así nos lo transmitían desde pequeños, en el respeto y cariño al personal que trabaja en el bareto de la esquina, en la casa de comidas del barrio humilde o en la gastroteca gentrificada, para los más sibaritas. El caso es que quizá tras esa mirada romántica, y no exenta de su generosa dosis de exageración propia de unas cuantas burbujas de más, seguramente a todo ese extraordinario y mágico universo de barmans y camareras se les exigen muchas más horas y faena de lo que sus convenios contemplan y se les trata de aquella manera por unos jefes que, además, les pagan entre mal y fatal. Eso ha provocado que los hijos de aquellos formidables profesionales no quieran saber nada del sector que tanto hizo sufrir a sus progenitores, evitando un relevo tan necesario como, antes, natural. Es un drama que nadie quiera ya aprender a llevar una bandeja hasta los bordes de monumentales cañas de buena birra nacional. Y todos pensamos, sin equivocación, que se trata de una simple cuestión de pagarles mejor. Y mucho cuidado, sin camareros no habrá bares. Ni tampoco calor, ni amor. Y hasta aquí podríamos llegar.

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