En busca de una nueva vida

EFE
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Ayham Ghareeb vive ahora en Madrid con toda su familia, a la que tuvo que sacar de su casa en Daraa (Siria) 'con lo puesto' por la guerra y la persecución ideológica del régimen de Al Assad

En busca de una nueva vida - Foto: Guillermo Azábal

La historia de Ayham Ghareeb es la de un padre coraje que recorrió en un año casi 5.000 kilómetros para sacar de la guerra a su esposa y a sus dos hijas. Desde Daraa, su ciudad natal situada al suroeste de Siria, hasta Idlib y Alepo (al norte) a lomos de un autobús que cruzó zonas de conflicto durante dos días. De ahí a Estambul y desde Turquía al madrileño barrio de San Blas.

A bordo de esos autocares que fletaba el gobierno del presidente sirio Bashar Al Assad viajaba el destino de miles de familias. Recordar hoy esos viajes supone sumergirse en la profunda paradoja del dolor sirio. Para el régimen local, la vuelta a la circulación de estos simboliza el éxito de recuperar el control de áreas en disputa, pero para quien tuvo que abandonarlo todo, como Ayham, no hay capítulo de su vida más doloroso.

Era un joven de 22 años recién graduado en Filología Árabe por la Universidad de Damasco cuando el 15 de marzo de 2011 se desató una guerra que se ha cobrado más de 500.000 vidas, 200.000 desaparecidos y 12 millones de desplazados, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos. Ese chico al que le gustaban los libros nunca imaginó tener que coger de la mano a sus pequeñas y dejar su hogar para que la familia Ghareeb Audat no terminara sepultada entre bombas, metralla y cascotes: «Aún recuerdo el sonido de los aviones de guerra. Hoy, en Madrid, todavía me estremezco cada vez que escucho y veo a un avión sobrevolar el cielo», explica.

En 2018, cuando salieron de Daraa, las milicias de Al Assad ya llevaban tiempo siguiéndolo. Incluso lo habían encarcelado por disidente. Desde allí tuvo que conocer la segunda mejor noticia de su vida: su segunda hija, Amal (que en árabe significa esperanza), acababa de nacer. Al salir de prisión no se lo pensó dos veces, vendió su coche, lo recogió todo y se marchó a Idlib para poder cruzar después a Turquía.

Al llegar a esta ciudad del norte, la familia entró en una zona controlada por el Ejército Libre Sirio (ELS), opositores a Al Assad, donde permanecieron seis meses con constantes idas y venidas a Alepo para pernoctar en casa de diferentes amigos. El objetivo era llegar a Turquía y no importaba lo que hubiera que hacer para conseguirlo.

El padre se echó a su hija mayor María a los hombros y dejó a la jovencísima Ola Audat, su mujer de tan solo 21 años, que porteara a la pequeña Amal. Un trayecto tormentoso en el que Ayham no dejaba de consolar a su hija mayor: «Le explicaba que se acababa la guerra y que podría jugar con muchos niños».

Este hombre no quería que las pequeñas perdieran la ilusión por empezar a disfrutar de sus nuevas vidas, pero la realidad distaba mucho de la amabilidad con la que su padre se las describía. Y es que la familia tuvo que confiar su futuro a una mafia transfronteriza que negociara con los militares turcos y les dejaran salir del país a cambio de mucho, mucho, dinero.

La vida en Turquía como ilegales tampoco era demasiado halagüeña, hasta que un día sonó el teléfono. El Comité para la Protección de los Periodistas decidido ampararlos por el trabajo previo como reportero que había realizado Ayham. Bajo la condición de refugiados políticos, su nuevo destino era Madrid.

 

Agradecido

Dos años después de su llegada a España, Ayham Ghareeb sonríe agradecido por su nueva vida y habla orgulloso de la educación de las menores: «Les cuento la verdad a mis hijas, que hay guerra en nuestro país. Pero les hablo también de la familia y la gente que tienen allí».

San Blas, al noroeste de Madrid, es hoy el nuevo hogar de Ayham, Ola, María y Amal. Él se desempeña como periodista en el medio de comunicación digital Baynana, compuesto por cuatro reporteros refugiados de origen sirio que apuestan por la información de servicio público. Ola, por su parte, sigue buscando trabajo, mientras que las pequeñas, según detalla Ayham, se sienten muy integradas con sus compañeros de clase y profesores.