Antonio García

Antonio García


José Luis López Vázquez

14/03/2022

Cuesta creer que José Luis López Vázquez cumpla cien años cuando la imagen fija que tenemos de él es la de un señor cincuentón, bajito, calvo y bigotudo, preservada en decenas de películas de cine de barrio. Si él bromeaba diciendo que no se recordaba con pelo, nosotros podemos ampliar la broma añadiendo que no lo recordamos ni joven ni viejo, sino en esa edad indeterminada de hombre siempre mayor, invariablemente gritón y gesticuloso, obsesionado por el sexo -como su par Alfredo Landa o los más ramplones Esteso y Pajares-. Es una imagen injusta y muy parcial, porque había en él mucho más que eso. Era un actor total, a la altura de los grandes como Sordi, Tognazzi, De Sica, o del en ocasiones campanudo Fernán Gómez. Sin el crédito de estos, por el encasillamiento a que se vio sometido y su indolencia a la hora de seleccionar papeles: cualquiera le valía y todos los ejecutaba igual de bien, sin caída de anillos. La otra faz, la trágica, descubierta por Saura o Armiñán, para los que tuvo que sacrificar el bigote o su sexo, dinamitaba ese equívoco de actor monocorde. Y esa cara bien guardada no la popularizó una película de cine sino de televisión, La cabina, de Antonio Mercero, responsable de que muchos niños chiripitifláuticos tuvieran sus primeras pesadillas claustrofóbicas y existenciales. Como figura familiar le debemos mucho: a esa familia pertenecen los mentados Landa y Fernán Gómez, Sacristán, Concha Velasco, Manolo Aleixandre, Toni Leblanc, José Luis Ozores, José Isbert, Gracita Morales, Rafaela Aparicio y otros cien, integrantes de un colectivo caótico que cuando amaestraba la batuta de Berlanga componía las pocas joyas perdurables del cine español.