Leo desde la indignación, en una red social, el testimonio de una vecina de Robledo que pone de manifiesto en primera persona su queja ante el pésimo servicio de Atención Primaria en mi pueblo del alma. Padece una enfermedad crónica y centra su queja en el hecho de que, en apenas cuatro años, han desfilado por la consulta hasta cinco médicos. Esto pasa y me entristece, me duele y me enerva. 
Estoy cansada de que a los vecinos de los pueblos pequeños como el mío se les tome el pelo. Estoy cansada de que normalicemos unas instalaciones cerradas por falta de personal, o prestando un servicio insuficiente y deficitario. Cansada de los cartelitos pegados con celo invitándote a que vuelvas dentro de dos días, (si es que sigues vivo) porque hoy no se pasa consulta. Nos ningunean, nos desprecian y nos convencen de que tiene que ser así por el simple hecho de vivir en un pueblo.
¿Acaso no pagamos los mismos impuestos que el resto? ¿Nuestra salud vale menos que la de la gente de ciudad? ¿Somos vecinos de segunda división? ¡Valiente estrategia política de luchar para salvar la España vaciada!....ah no, que es sólo un slogan que sacar a pasear en época de campaña electoral.
No creo en la clase política que mira para otro lado, la de despacho, la burócrata, la inútil, la de las fotografías mirando el reloj con prisa por posar en otro escenario. No me representa ni cumple su labor de servicio a la ciudadanía. No la quiero. No me sirve. Me desagrada.
No me resigno, exijo, exigimos una sanidad pública de calidad y continuada. No es negociable.